Diferencia entre revisiones de «Archivo:Espana Mineria,-metalurgia-y-siderurgia-en-la-Edad-Moderna 1492-1850 mapa 15356 spa.jpg»
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Autor | Atlas Nacional de España (ANE) |
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Anchura | 1555 px |
Altura | 1141 px |
Bits por componente |
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Composición de pixel | RGB |
Orientación | Normal |
Número de componentes | 3 |
Resolución horizontal | 150 ppp |
Resolución vertical | 150 ppp |
Software usado | Adobe Photoshop CS5 Windows |
Fecha y hora de modificación del archivo | 15:33 7 mar 2019 |
Versión de Exif | 2.21 |
Comentarios de usuario | A lo largo de los siglos modernos la actividad minera atravesó por distintas coyunturas. Ciertamente, los inicios de la Modernidad vinieron a coincidir con un periodo en el que la minería peninsular se caracterizó por su escasa relevancia. Pero no siempre será así, porque situación muy diferente, y digna de mencionar, sería la vivida entre 1550 y 1559, conocida como “la década prodigiosa de la minería española”. En este tiempo, Agustín de Zárate con técnicos alemanes, se encarga a fondo de la explotación minera de Guadalcanal (plomo y, sobre todo plata), inaugurando una época de esplendor por la producción y por el desarrollo técnico. En el siglo siguiente, son los banqueros alemanes Fugger los que arriendan directamente esta famosa explotación junto con la de otros yacimientos españoles. Los métodos de explotación minera, que se conocieron y se aplicaron en España, produjeron una profunda renovación técnica que muy pronto saltaría a los territorios americanos, en donde la minería se desarrollaba con gran fuerza y constantes experiencias y aplicaciones técnicas que, no obstante, no contribuyó a desarrollar la existencia de una mano de obra indígena semiobligatoria y muy barata. Pero a partir, aproximadamente, de 1570, y durante todo el siglo XVII, la minería española atravesó, a pesar de la apertura de nuevos yacimientos, y salvo excepciones puntuales (como la citada de Guadalcanal y la de Almadén), una situación de decadencia en comparación con lo vivido en los años centrales del quinientos. La decimoséptima centuria iba a finalizar, sin embargo, con un hito importante: el empleo de la pólvora en el interior de las minas de Almadén en 1698; efectivamente, a mediados de siglo la corona recupera la explotación del cinabrio de Almadén e inicia una serie de reformas y mejoras que renuevan la secular producción de mercurio. La iniciativa estatal favoreció que, ya durante el siglo XVIII, se produjese un nuevo auge de la actividad minera en España, con dos enclaves capitales: Riotinto, de cuya reactivación, en un primer momento, se ocupó una compañía extranjera dirigida por L. Wolters y que acabó siendo incorporada a la Corona definitivamente en 1783, y, efectivamente, la mina de Almadén, la vieja mina romana que, como la de cobre onubense, parecía inagotable.Si, como vemos, aunque de forma lenta y e intermitente, la producción minera se mantenía y progresaba, tampoco la demanda de los minerales, así como la de los productos metalúrgicos, permaneció estática a lo largo de la Modernidad. Mientras que los primeros fueron fundamentales para el aprovisionamiento de diversas industrias, así como para su experimentación en la práctica médica y veterinaria, en los segundos la Monarquía, particularmente la borbónica acaparó su demanda, ya bien fuese orientada a las sucesivas campañas bélicas del momento, a la acuñación de moneda, a las construcciones suntuarias o a otros campos.Por otro lado, aunque la propiedad del subsuelo peninsular, siguiendo los planteamientos heredados de la Edad Media, perteneció siempre a los monarcas, estos no dudaron en ceder parte de sus derechos en esta materia a miembros de la alta nobleza o a sus banqueros y financieros (se ha citado ya a los Fugger), quienes no siempre rentabilizaron correctamente las explotaciones mineras. Desde el siglo XVI se fueron promulgando distintas ordenanzas en las que se fueron concretando las modalidades de explotación de los yacimientos mineros, destacando, por su peso, la concesión de las famosas “mercedes de minas”. Todo ello no fue obstáculo para que, ya desde el siglo XVI, se fuese configurando un esquema piramidal en la administración y el control estatal de la minería, conformado por el Consejo, las Contadurías de Hacienda, la figura del Administrador General y, en el último peldaño del mismo, los factores comarcales. Dicho esquema, así como la preocupación de la Monarquía por regular esta actividad, fue evolucionando con el transcurso del tiempo, siendo un hito fundamental la creación, en el año 1624, de la Junta de Minas. Tampoco faltaron instituciones que, en este caso promovidas desde el reformismo borbónico, estuvieron más orientadas a la enseñanza y a la difusión de conocimientos en estos campos como, por ejemplo, la Academia de Minas de Almadén o el Real Instituto Asturiano de Minas.En cuanto a los establecimientos metalúrgicos y siderúrgicos en España se dieron zonas de fama internacional como, por citar algunas, las ferrerías vizcaínas, las cuchillerías albaceteñas o las fábricas de espadas en Toledo (cuya calidad se atribuye al temple que le proporcionan las aguas del Tajo). El aspecto más destacable fue la introducción ya en los últimos años del siglo XVIII de los altos hornos para la gran fabricación. La intervención directa de la Corona en los establecimientos siderúrgicos y la innovación en los metalúrgicos, así como también la creación, por su parte, de toda una serie de empresas de producción a partir de los metales, fueron rasgos distintivos de una fabricación metalúrgica y siderúrgica, durante el siglo XVIII que dio paso, en el XIX, a la participación de empresas privadas, no ya para la obtención de instrumentos metálicos, sino también de laminados, rodamientos, barras… al servicio de la Revolución Industrial. |
Espacio de color | Sin calibrar |
Fecha y hora de la digitalización | 10:55 30 may 2018 |
Fecha en la cual fueron modificados por última vez los metadatos | 16:33 7 mar 2019 |
Id. único del documento original | uuid:546115f7-2902-4067-87c4-04db99bc9e77 |
Título breve |
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Palabras clave | producción en la edad moderna |
Versión IIM | 44 559 |