Diferencia entre revisiones de «Geología»
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− | |descripcion= | + | |descripcion=Información sobre la geología, la tectónica y el vulcanismo en España, elaborado por el Atlas Nacional de España. |
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Revisión del 11:59 16 abr 2019
La mayor parte del territorio de España está integrado en la unidad geográfica de la península ibérica. Comprende, además, un conjunto de terrenos insulares, como las islas Baleares, Canarias y otras islas más pequeñas (Columbretes o Alborán), así como las ciudades de Ceuta y Melilla, en el norte de África. En el contexto de las grandes placas tectónicas de la Tierra, el territorio peninsular, islas Baleares e islas Columbretes se encuentran en la placa Euroasiática, mientras que los restantes territorios están ubicados en la placa Africana. En el conjunto formado por la Península y Baleares pueden delimitarse una serie de grandes unidades geológicas, que representan terrenos con características y evolución similares (ver mapa Grandes Regiones Geológicas de la península ibérica y Baleares).
El macizo lbérico o Hespérico constituye el extremo occidental de la cordillera Hercínica (o Varisca) europea, y se extiende aproximadamente por la mitad oeste de la península ibérica, al norte del valle del Guadalquivir. Sus límites septentrional y occidental son áreas oceánicas (mar Cantábrico y océano Atlántico). Al este y sur se encuentran materiales mesozoicos y cenozoicos, bajo los cuales se hunden terrenos paleozoicos y precámbricos que constituyen este macizo, también llamado basamento. En este extenso territorio, formado sobre todo por rocas metamórficas e ígneas (España silícea), se pueden distinguir seis grandes unidades, con características estratigráficas y tectónicas distintas: Cantábrica, Asturoccidental-Leonesa, de Galicia Tras os Montes, Centroibérica, Ossa Morena y Sudportuguesa. Todos los terrenos que constituyen el macizo Ibérico están afectados por las orogenias Cadomiense y Hercínica o Varisca, desarrolladas durante el Proterozoico y el Carbonífero respectivamente.
Al este del macizo Ibérico, donde dominan las rocas sedimentarias, se extiende un amplio territorio formado por materiales mesozoicos y cenozoicos. El origen de este conjunto geológico es consecuencia de la orogenia Alpina. Este ciclo formador de cordilleras a nivel planetario construyó un buen número de sistemas montañosos en la Península, debido a que la subplaca ibérica quedó comprimida entre África y Eurasia, durante el periodo de apertura del océano Atlántico, y la evolución contemporánea del mar de Tethys. Este, antecesor del Mediterráneo, sufrió diversas etapas de distensión mesozoica y de compresión desde finales del Mesozoico y sobre todo durante el Cenozoico.
Este dominio de cobertera mesozoica-cenozoica presenta, a su vez, características muy diversas. Por un lado, están las cadenas montañosas alpinas (España caliza). La cordillera Pirenaica se sitúa entre las placas Ibérica y Europea, extendiéndose hacia el oeste hasta la Cordillera Cantábrica. Las Béticas ocupan el sur y sudeste de la península ibérica, y tienen su continuación hacia el este en las islas Baleares, y hacia el sur por Marruecos. Pirineos y Béticas son dos sistemas montañosos típicos, o de colisión, mientras que la cordillera Ibérica se formó por un proceso de inversión tectónica de un antiguo rift, que previamente se había rellenado con sedimentos mesozoicos. En definitiva, el Sistema Ibérico es una deformación alpina intraplaca, al igual que el Sistema Central, este último formado por bloques del basamento elevados a partir de fallas inversas.
Entre las distintas cadenas alpinas, o entre estas y el macizo Ibérico, aparece toda una serie de cuencas sedimentarias cenozoicas (España arcillosa). Es el caso de las cuencas denominadas de antepaís, como las del Ebro y del Guadalquivir. Las cuencas intraplaca, del Duero y del Tajo, deben su existencia a la elevación de los distintos sistemas montañosos que actualmente las bordean, cuya erosión produjo el progresivo relleno sedimentario de estas depresiones. Finalmente, existe otra serie de cuencas cenozoicas de menor extensión, bien ubicadas sobre el macizo Ibérico, bien sobre las cadenas alpinas (fundamentalmente en las cordilleras Ibérica y Béticas).
El resultado de esa superposición de terrenos y relieves muy distintos, en un espacio relativamente pequeño (a escala planetaria) es la configuración de un mosaico geológico muy heterogéneo, que en combinación con distintos climas y usos antrópicos, forma la base y estructura de un conjunto de territorios, ecosistemas y paisajes muy diversos.
La distribución cronológica y estratigráfica de los acontecimientos que han configurado la historia geológica de España se muestra en la Escala del tiempo geológico. Pero también la historia de la vida puede seguirse a partir de la distribución estratigráfica de los fósiles, que aparecen, de modo mayoritario, en las rocas sedimentarias. Por tanto, en España, se localizan básicamente en las cadenas alpinas y en las cuencas cenozoicas. En las primeras dominan los fósiles de origen marino, de mayor diversidad y abundancia que los de origen continental. A partir del Cretácico superior, el interior de la Península (la Meseta) pasó a estar dominada, mayoritariamente, por ambientes continentales, de modo que prevalecieron los sedimentos fluviales y lacustres, mientras que los territorios del este y del sur siguieron siendo en gran parte marinos. Un último conjunto de ambiente fosilífero corresponde al interior de cuevas y al relleno de fisuras y depresiones kársticas, tipología a la que pertenece el yacimiento de Atapuerca, de importancia mundial.
Los mapas geológicos representan la distribución espacial y temporal de rocas y estructuras de un determinado espacio. Los primeros mapas geológicos de España se remontan a la primera mitad del siglo XIX. Desde entonces, el Instituto Geológico y Minero de España ha producido toda una serie de ediciones, a distintas escalas, que han reflejado el mejor conocimiento disponible sobre este particular hasta la fecha de publicación del mapa correspondiente (ver Mapa Geológico).
Los mapas tectónicos destacan las principales estructuras que conforman la organización geológica de un territorio y ayudan a identificar las unidades geológicas más importantes en que se dividen las cordilleras, así como los terrenos formados por rocas antiguas (ver Mapa Tectónico). En la península ibérica las unidades que forman la cordillera Varisca presentan una estructuración según unidades con una dirección predominante noroeste-sudeste, que en el extremo norte muestra una inflexión o giro, la Rodilla Astúrica. Estas unidades están afectadas por grandes fracturas de dirección predominante nordeste-sudoeste, formadas hacia el final de la orogenia Varisca, y que condicionan la orientación de una parte de la depresión del Guadiana o del propio Sistema Central.
Por su parte, las tres cordilleras alpinas peninsulares presentan direcciones y características muy contrastadas. Así, la cordillera pirenaica tiene una dirección predominante este-oeste, con la formación de importantes cabalgamientos y mantos de corrimiento que avanzaron hacia el sur durante la estructuración de la cadena. La Cordillera Ibérica muestra una dirección predominante noroeste-sudeste, condicionada por las principales fallas y cabalgamientos que la configuran. Está dividida en dos ramas (castellana y aragonesa) y en su sector central aparece interrumpida por varias cuencas internas, generadas por fallas normales (fosas tectónicas de Calatayud y Teruel). Las cordilleras Béticas presentan una orientación predominante este nordeste-oeste sudoeste y están formadas por numerosas unidades geológicas diferentes, deformadas y emplazadas a favor de fallas con una acusada componente direccional o de desgarre. El archipiélago balear representa la continuación geológica de las Béticas hacia el Mediterráneo. Entre todas estas cordilleras se desarrollan depresiones rellenas por materiales geológicos más recientes, del Mioceno en adelante, apenas afectados por deformaciones tectónicas. Por último, el archipiélago canario está constituido fundamentalmente por materiales volcánicos.
Volcanismo
Las manifestaciones volcánicas cenozoicas en España se distribuyen tanto en la península ibérica como en el archipiélago canario. En la Península se diferencian cuatro principales provincias volcánicas: zona de Olot en el Pirineo oriental, golfo de Valencia (con volcanismo tanto costero como submarino), zona SE (la más importante, entre el cabo de Gata y Cartagena, junto con la isla de Alborán) y la submeseta sur (Campo de Calatrava, en la Mancha) (ver mapa Áreas volcánicas de la España peninsular). La mayoría de estos complejos volcánicos peninsulares son de carácter difuso, con varios puntos de emisión que cubren regiones más o menos amplias. Por su parte, el archipiélago canario está compuesto fundamentalmente por rocas volcánicas asociadas a episodios de emisión que se remontan al Cretácico superior y que han continuado hasta la actualidad. Varias de las islas presentan una actividad volcánica histórica y actual recurrente. Destaca el edificio volcánico del Teide, en Tenerife, que constituye el aparato volcánico más importante del archipiélago por su envergadura y porque constituye el único estratovolcán activo de España.
Volcanismo peninsular. Los modelos tectomagmáticos más recientes interpretan la distribución de los volcanes cenozoicos de la península ibérica como asociados a un gran accidente tectónico, la llamada zona de falla Europea-Mediterránea occidental-Transmarroquí. Se trata de un accidente de dirección nornordeste-sursudoeste asociado a una aceleración de la convergencia entre las placas europea y africana desde el Mioceno superior hasta la actualidad. El volcanismo basáltico asociado a este gran accidente tectónico está ligado a un ascenso del manto terrestre, herencia de una antigua superpluma mantélica jurásica. La megafalla constituye una estructura compleja, con componente direccional sinestral, a la que se asocian aparatos volcánicos recientes. Su trayectoria cubriría la fosa del Rhin, las fallas norte-sur extensionales del Macizo Central francés y la cuenca de Lyon, el complejo volcánico pirenaico del nordeste (asociado a fallas normales noroeste-sudeste y nordeste-sudoeste) y los basaltos alcalinos del golfo de Valencia (asociados a fallas transtensionales sinestrales) y de cabo de Gata-Cartagena. Dentro de este contexto el volcanismo del Campo de Calatrava (Ciudad Real) estaría relacionado con un ramal noroeste de las Béticas orientales, a favor de fallas normales de dirección noroeste-sudeste asociadas al rejuego de antiguos accidentes variscos.
La provincia volcánica del nordeste o Empordà-Selva-Garrotxa cubre unos 500 km2 y consta de unos 100 puntos de emisión, si bien 30 de ellos ubicados en torno al municipio de Olot, son más recientes (Cuaternario, hasta hace 100.000 años), conservando su morfología original. El volcanismo mediterráneo se desarrolla tanto en forma de islas volcánicas (Columbretes, isla de Alborán) como en manifestaciones continentales distribuidas a lo largo del litoral de Almería y Murcia. Destaca el complejo de Cabo de Gata, de carácter calcoalcalino, con emisiones datadas en el Mioceno medio. Por último, el Campo de Calatrava se extiende por casi 200 km2 y está formado por más de 170 edificios volcánicos de carácter basáltico profundo, algunos de ellos formados por emisiones freatomagmáticas explosivas; estuvieron activos durante el Plioceno y comienzos del Cuaternario.
Volcanismo canario. Aunque la edad y la evolución de volcanismo en el archipiélago son diferentes para cada isla, cabe diferenciar tres fases principales de evolución para todo el conjunto. Una fase inicial de crecimiento submarino tuvo lugar entre el Cretácico superior y el Mioceno, y sus materiales se identifican en la actualidad en las islas de Fuerteventura, La Gomera y La Palma. Una fase siguiente, de volcanismo subaéreo antiguo, se desarrolló durante el Mioceno, y sus rocas afloran en mayor o menor grado en todas las islas Canarias, excepto en El Hierro. Finalmente, una fase subaérea reciente ha tenido lugar desde finales del Plioceno hasta la actualidad (ver el mapa Geología de las islas Canarias).
El volcanismo canario es de origen oceánico, si bien su composición es variada, desde basaltos alcalinos hasta traquitas y fonolitas. El origen tectomagmático es controvertido, existiendo diferentes hipótesis para explicar su emplazamiento y evolución. Por un lado, algunos autores proponen una formación asociada a una pluma del manto, mientras que otros invocan un origen tectónico relacionado con el movimiento de bloques en la corteza oceánica, debido a regímenes compresivos durante el Terciario.
Durante el Mioceno y Plioceno tuvo lugar una intensa actividad eruptiva basáltica predominantemente efusiva en las islas centrales y orientales. Los espesores de materiales emitidos en algunos puntos superan los 1.000 m. La mayor parte de los macizos volcánicos antiguos se alargan siguiendo directrices estructurales, formando las llamadas dorsales, como las de Anaga y Teno en Tenerife, o la de Famara en Lanzarote. Las dorsales más recientes, pleistocenas, aparecen preferentemente en las islas occidentales: La Palma, El Hierro y Tenerife.
El edificio volcánico del Teide constituye un complejo poligénico, compuesto por varias unidades superpuestas, una inferior formada hace dos o tres millones de años, y otra superior claramente cuaternaria. Destaca la caldera de Las Cañadas, resultado de múltiples colapsos del aparato volcánico a lo largo de su evolución.
En tiempos recientes, históricos, la actividad volcánica se ha manifestado prácticamente en todas las islas, con excepción de La Gomera y Fuerteventura y Gran Canaria. Habitualmente se trata de erupciones con intensidad moderada a baja y corta duración, que han aparecido tanto en áreas emergidas (erupción del volcán Teneguía, en La Palma, en 1971), como sumergidas (sur de El Hierro en 2011).
En la página Libros Digitales del ANE puedes descargar la obra completa España en mapas. Una síntesis geográfica.