Diferencia entre revisiones de «Actividades agrarias»
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Revisión del 09:14 29 abr 2022
España en mapas. Una síntesis geográfica
Compendios del Atlas Nacional de España.
Estructura temática > Actividades productivas y económicas > Actividades agrarias y pesqueras > Actividades agrarias
La ocupación del suelo y la explotación de cuanto sobre él se extiende y desarrolla, orientada a la producción de alimentos y a la obtención de productos diversos, forma parte de lo que denominamos «actividades agrarias», desarrolladas en el campo (del latín ager, agri). En este concepto se contabilizan usos muy diversos; desde el cultivo y la recolección de cereales, leguminosas o leñosos, hasta el aprovechamiento de los pastos, así como de los productos derivados de los animales, pasando por la explotación de leñas y maderas de las formaciones arbóreas: son los «productos de la tierra». En la contabilización más extendida de los datos de estas actividades ha sido usual incluir también todo lo relacionado con la pesca y otras formas más recientes de explotación relacionadas con ella, como la acuicultura (técnicas del cultivo de especies acuáticas). Actividades agrarias y pesqueras han constituido, pues, un tipo específico en la clasificación de actividades económicas. El propósito de este tema es poner de relieve la diversidad geográfica y paisajística en que se traducen, sobre distintas unidades territoriales (provincias y comunidades autónomas), las principales características que definen a todo este variado elenco de formas de utilización socioeconómica, a las que siempre se ha encuadrado dentro de las denominadas «actividades primarias» o «del sector primario», haciendo uso de variables e indicadores representativos (de estructura, de superficie, de producción, etc.). En definitiva, un resumen significativo y sintético de la geografía de las actividades agrarias y de la actividad pesquera y acuícola en España.
La estructura de este tema recoge una secuencia temática de epígrafes relacionados que abarcan desde los aspectos más estructurales y demográficos que están en la base de estas actividades y las condicionan (explotaciones agrarias, trabajadores y población activa vinculada a estos sectores), hasta los relacionados con distintas ocupaciones del suelo y su extensión (superficie agraria útil y categorías más amplias de usos, en secano y en regadío), con la superficie forestal y su diferenciación, con la explotación ganadera (prados y pastizales y peso de los distintos tipos de ganadería), o con la dimensión ya más productiva que cuantifica la cantidad obtenida de los distintos cultivos y alimentos (cereales, hortalizas, vino, carne, huevos….). Cierra el tema el repaso a las dimensiones más destacadas de la actividad pesquera y la acuicultura.
La población activa que reúne el sector agrario y la actividad pesquera en España está en el umbral del millón de personas, siendo Andalucía la que mayores valores alcanza, seguida más de lejos ya por la Región de Murcia, ambas Castillas, Galicia y la Comunitat Valenciana, aunque también es la andaluza la región donde el paro de esta población es más elevado. Una población activa donde la proporción de asalariados ha ido creciendo frente al progresivo descenso de trabajadores independientes, hasta situarse las cifras en un entorno muy próximo a un 60% y 30% del total respectivamente.
La base territorial, sin embargo, de la actividad agraria alcanza sus dimensiones más importantes (superficie que reúnen las explotaciones agrarias) sobre todo allí donde se extienden dehesas y latifundios, en las provincias extremeñas y castellano-manchegas, así como en algunas andaluzas y en Salamanca. El mapa de Ocupación del suelo se ajusta bastante bien a las condiciones ecológicas del territorio (véase los temas Estructura terrestre y formas de relieve, Clima y agua y Biogeografía y suelos). Bosques diversos y amplias superficies cubiertas por matorral en las zonas montañosas y húmedas, sobre todo de la mitad norte (a excepción de los pinares de pino piñonero al sur del Duero), donde también progresan los prados y pastizales orientados a los usos ganaderos; en las dos submesetas se hacen muy presentes los cultivos de secano, mientras que los regadíos ocupan una parte importante del valle del Ebro, de otros valles (Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero) y de otras zonas periféricas (este y sur) y las zonas mixtas se extienden por el oeste ibérico.
Superficie agraria utilizada
Cuando nos referimos al concepto de superficie agraria estamos hablando más propiamente de lo que se entiende por Superficie Agraria Utilizada (SAU). El Censo Agrario entiende por tal el conjunto de la superficie de tierras labradas y tierras para pastos permanentes. Las tierras labradas, por su parte, reciben cuidados culturales sea cual fuere su aprovechamiento y la fecha en que se hayan realizado dentro del año agrícola. Comprenden distintas ocupaciones: cultivos herbáceos (tierras aradas o cultivadas con regularidad, generalmente por el sistema de rotación de cultivos; incluyen cereales, leguminosas, patatas, cultivos industriales, cultivos forrajeros, hortalizas, flores y plantas ornamentales, semillas y plántulas destinadas a la venta y otros cultivos herbáceos), barbechos (tierras que han permanecido en descanso durante el curso de la campaña, sin ningún cultivo, pero que han recibido algunas labores), huertos familiares (superficies destinadas al cultivo de productos agrarios hortofrutícolas –incluida la patata–, cuya producción se dedica principalmente al autoconsumo en la explotación) y cultivos leñosos (cítricos, frutales, bayas, olivar, viñedo, viveros de cultivos leñosos no forestales, cultivos leñosos en invernadero y otros cultivos permanentes).
La misma fuente oficial antes indicada (el Censo Agrario) entiende por tierras para pastos permanentes las no incluidas en la rotación de cultivos, dedicadas de forma permanente (por un periodo de cinco años o más) a la producción de hierba, ya sea cultivada o natural, pudiendo usarse estas superficies para pastos o segarse para ensilado o heno. Comprenden, a su vez, diversos tipos:
a) prados o praderas permanentes (tierras dedicadas permanentemente a la producción de hierba, características de zonas con cierto grado de humedad y cuyo aprovechamiento prioritario se realiza mediante siega; pueden ser normalmente usadas para pastoreo intensivo);
b) otras superficies utilizadas para pastos (terrenos no comprendidos en el apartado anterior, siempre que se hayan utilizado como pasto para el ganado, situados frecuentemente en suelos de mala calidad –zonas accidentadas o a gran altitud–, no mejorados normalmente; en general, esta superficie se destina a pasto extensivo, no toleran una alta densidad de ganado y no acostumbran a segarse; se incluyen las dehesas a pastos y también el erial y el matorral cuando sobre ellos se ha realizado algún aprovechamiento ganadero, así como las áreas segadas y no pastadas que sean de un alto valor natural y estén situadas en zonas geográficas protegidas);
c) prados permanentes y pastos que ya no se utilizan a efectos de producción, se mantienen en buenas condiciones agrarias y medioambientales y tienen derecho a un régimen de ayudas.
La distribución geográfica de la SAU en España ofrece unos resultados bastante acomodados, nuevamente, a las condiciones ecológicas del territorio. Su extensión abarca, sobre todo, los espacios más llanos, abiertos y sedimentarios de las regiones interiores (cuenca del Duero, cuencas del Tajo y del Guadiana, valle del Ebro y valles interiores del Sistema Ibérico), parte de las regiones de la fachada mediterránea oriental (una estrecha franja ajustada al litoral desde el sur de Cataluña hasta el sur de la provincia de Valencia, que luego se ensancha más en el sudeste, en la región de Murcia y por los valles que la atraviesan –Segura, Guadalentín–), el valle del Guadalquivir (prolongado hacia el oeste por las cuencas del Tinto y el Odiel y hacia el este-sudeste por las del Guadalete y Barbate), las hoyas o depresiones intrabéticas de Andalucía oriental y también por una buena parte de Mallorca (el Plá y el Llevant). En cifras absolutas, son casi 27 millones de hectáreas la extensión que tiene la SAU (ambas castillas, Andalucía, Aragón, Extremadura y Cataluña son las comunidades que sobrepasan el millón de hectáreas cada una), lo que representa algo más de la mitad de la superficie geográfica (53%), umbral porcentual que sobrepasan Aragón y Castilla y León (más del 60% cada una), Andalucía, La Rioja, Castilla-La Mancha y Extremadura. Por el contrario, no llegan al tercio o lo alcanzan muy ajustadamente la mayor parte de las comunidades del norte de España, así como las de la fachada mediterránea oriental (a excepción de Murcia). Estas diferencias se refuerzan todavía más a escala provincial, más detallada, donde son tres provincias castellano-leonesas vinculadas a Tierra de Campos (Valladolid, Zamora y Palencia) en las que la SAU representa más de las tres cuartas partes de la superficie geográfica, mientras que en casi todas las del norte está en el entorno de una cuarta parte tan sólo. La composición interna de la SAU es, igualmente, contrastada. Precisamente, en las comunidades cántabro-atlánticas es donde domina la extensión de la tierra para pastos permanentes (con valores que en el sector central o asturcantábrico llegan a la práctica totalidad de la SAU); la distribución es bastante equilibrada en Extremadura y La Rioja (tierras labradas y tierras para pastos permanentes se reparten casi a partes iguales) y se apoya en los cultivos (con valores del 80 al 90%) en Baleares, Comunitat Valenciana, Región de Murcia y Castilla-La Mancha.
La superficie cultivada en España ha ido descendiendo significativamente desde el último decenio del siglo XX, si bien es cierto que mientras la ocupada por los cultivos de regadío se ha incrementado ligeramente, la de secano ha retrocedido mucho más. Hoy son poco más de 17 millones de hectáreas las que alcanzan las tierras cultivadas (sobrepasaron ligeramente los 20 en 1990), una tercera parte de la superficie geográfica de España, siendo la mayor parte cultivos herbáceos (53% de la superficie cultivada), que ocupan casi el doble que los cultivos leñosos (29%). Los barbechos y otras tierras no ocupadas suponen el 18% restante, valor tampoco desdeñable. La superficie de prados y pastizales, por su lado, no ha variado mucho en los últimos decenios y equivale a casi una quinta parte de la superficie geográfica nacional. Incluye, aunque a partes desiguales, la extensión que alcanzan los pastizales (que es la más representada, equivaliendo casi a lo mismo que lo hacen los cultivos herbáceos sobre las tierras cultivadas, es decir, algo más de la mitad de toda la superficie para uso de pastos, un 53%), la de los prados naturales (casi un 13%) y la de «erial a pastos» (también para aprovechamiento ganadero, si bien más temporal), que es de una tercera parte. Por encima de una cuarta parte de la superficie geográfica ocupada por prados y pastizales sobresalen las comunidades del norte más orientadas tradicionalmente a la ganadería (Cantabria 39%, y Asturias, prácticamente el 30%), pero asimismo Canarias, casi con un 31% (por la amplia extensión del erial, razón que hace también que la provincia de Almería sea la provincia española con más representatividad de esta ocupación), La Rioja (zona donde históricamente los ganados trashumantes han pastado todo el borde serrano meridional de esta región), Extremadura y Castilla y León (con valores muy elevados, en esta última, en las provincias de Ávila y Salamanca).
Secano
Se aplica en estos párrafos y en la cartografía correspondiente el concepto de secano a lo que comúnmente se entiende por tal realidad agraria: la tierra de labor que no tiene riego y que sólo participa del agua llovediza. Conviene precisar también, para evitar posibles lugares comunes con zonas de erial, que hablar de secanos significa la existencia de una actividad agraria concreta, sea del tipo que sea.
Dentro de esos parámetros las posibilidades son prácticamente infinitas y se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que el secano ha sido, sin ninguna duda, la forma de aprovechamiento labrado de la tierra de mayor tradición histórica y la de mayor extensión superficial. Afirmación que se hace especialmente patente en las zonas de clima mediterráneo, que en Europa abarcan desde el centro y sur de Portugal hasta Italia y Grecia, con más que significativa representación en España.
No debe extrañar, por tanto que, en buena parte asociada a estos secanos, vaya el concepto de trilogía mediterránea, donde se integran como cultivos fundamentales los cereales de invierno (trigo y cebada), el olivo y la vid, si bien entre los cultivos leñosos ocupan amplios espacios (en algunos casos están en franco avance territorial) otras especies como el almendro, de gran empuje comercial cuando se escriben estas líneas, lo que le augura un crecimiento prácticamente seguro.
Pero el mundo de los secanos es mucho más complejo que lo que pudiera deducirse de estos rasgos básicos, pues intrínsecos con los cultivos esenciales van un conjunto de técnicas o sistemas de cultivo que, a la larga, amplían y diversifican el espectro agrario de dichos secanos. Nos referimos a la práctica del barbecho y rotación de cultivos, que introducen variedad y diversidad, con la presencia de las leguminosas y algunas forrajeras; en este mismo sentido, el aprovechamiento ganadero de los residuos de las cosechas (rastrojos) abre un espacio híbrido entre secanos y ganadería extensiva con el que, en determinados aspectos, conviene contar.
Este escenario, sin duda rico y complejo, se enfrenta sin embargo a la innegable realidad de un manifiesto retroceso superficial, retroceso que en muchos casos no va asociado exclusivamente al avance y auge de la realidad antagonista (el regadío), sino que simplemente demuestra una situación verdaderamente más drástica: el abandono de la labranza en determinadas tierras que, en pura lógica, son las menos productivas. Ello, sin embargo, no puede hacer ignorar la importancia que, incluso en estos casos de retroceso, los secanos han tenido en nuestra historia agraria y la importante contribución económico-social y cultural en buena parte de España.
Un primario acercamiento estadístico a la composición interna de nuestros secanos nos ofrece la contundente realidad de ocupar prácticamente el 78% (más de tres cuartas partes) del total de las tierras labradas en España, resultado de situaciones regionales particularizadas en las que el secano puede estar explicado por factores climáticos positivos (la abundante humedad ambiental hace innecesario el riego), o por la causa contraria: situaciones ambientales que imposibilitan el riego.
Por una causa o por otra, el hecho es que la proporción de los secanos en el conjunto de las tierras labradas llega a alcanzar el cien por cien en algunos territorios (Cantabria) y prácticamente en un solo caso (Canarias) queda por debajo de la mitad.
Sobre este escenario se imponen, como protagonista fundamental y aprovechamiento más generalizado, los cultivos herbáceos, a cuya superficie, en muchos casos, habría que añadir los barbechos que suelen ir asociados a las técnicas productivas habituales tendentes a hacer compatibles producción continuada y conservación de los suelos.
También ocupan un lugar significativo dentro de los secanos españoles los cultivos leñosos, que adquieren un especial significado en la Comunitat Valenciana (73,9% del total de los secanos), Andalucía (49,4%), Murcia (43,9%), La Rioja (40,1%), etc. En el polo opuesto, los leñosos de secano están prácticamente ausentes (y por razones bien diferentes) en Cantabria (2,5% del total) y Castilla-León (2,8%).
La situación antes esbozada es, lógicamente, el resultado de una evolución temporal cuya constante más rotunda es la continua disminución de la superficie ocupada con cultivos de secano. De un total de alrededor de 17 millones de hectáreas constatados en 1990, en el año 2013 esta superficie quedó reducida a 13,3 millones, lo que supone una disminución de un 21,5%. Y esta pauta evolutiva se muestra generalizada en los distintos aprovechamientos del secano español, pues los cultivos herbáceos perdieron 1,8 millones de hectáreas, los barbechos descendieron en 1,27 millones y, finalmente, los cultivos leñosos de secano descendieron en unas 530 mil hectáreas.
Si las estadísticas no muestran un crecimiento en cierta medida similar del regadío (en el mismo periodo avanzó desde 3,19 hasta 3,79 millones de ha), todo parece indicar la profunda crisis de los secanos tradicionales, lo que a su vez en algunos casos es la crisis de los modos y maneras de explotación de la tierra que, a lo largo de los siglos, se han mostrado como más sostenibles y mejor adaptados a las condiciones agroclimáticas de España.
Este análisis no puede cerrarse de otra manera que considerando algunos de los factores que explican la situación y la evolución de los secanos. El primero, por supuesto, es la dictadura del mercado, pues una globalización feroz impide el desarrollo de una agricultura tradicional competitiva; pero además, al hilo de la situación de los secanos españoles, surgen otras cuestiones a reconsiderar, tales como: la explotación racional de los recursos hídricos y el ahorro del agua, la reducción de la escorrentía, la gestión sostenible de los suelos y un nuevo posicionamiento frente a la erosión, racionalización de los laboreos, favorecimiento de la infiltración y adecuada gestión de los barbechos, abuso de fitosanitarios y su propensión a la persistencia en las regiones secas, complementariedad agrícola-ganadera, etc.
Todo ello pasa por una reconsideración de los secanos, que debieran dejar de entenderse como un residuo agrario testimonial y arcaico del pasado, y pasar a su consideración como un fragmento irrenunciable de nuestra cultura y patrimonio, fundamentado durante siglos como base del suministro de alimentos de la población y cuya conservación es, en algunos casos, garantía y aval frente a la desertización, tanto vegetal como demográfica.
Regadío
Entendido como la superficie cultivable que se beneficia, mediante el uso de diversas técnicas, de un suministro artificial de agua, es un paisaje agrario sustancialmente relacionado con la historia, la economía, la política agraria e hidrológica de nuestro país; así como con la existencia de unos parajes rurales y agrarios que, en muchos casos, constituyen un verdadero mosaico territorial de la identidad de ciertas comarcas y sus comunidades humanas.
España, como otros países mediterráneos, cuenta con una apreciable presencia del regadío, pues este ha favorecido, mediante una histórica intervención humana, el desarrollo de una agricultura intensiva que, entre otras facetas, ha reducido las limitaciones de la aridez y la irregularidad pluviométrica de buena parte de la geografía nacional. Una intervención humana que ha propiciado la construcción de territorios y paisajes que, a veces, remontan sus orígenes a la agricultura clásica o andalusí; a las inquietudes regeneracionistas de finales del XIX; a las políticas reformistas del franquismo; o a los más recientes planes de modernización del regadío. Y ello bajo la frecuente consideración de que el regadío, en un contexto árido, es la mejor inversión posible para el desarrollo y la «salvación de la patria».
El siglo XIX puede considerarse la verdadera centuria de la difusión ideológica del regadío como panacea agraria, económica y social. Jovellanos, anteriormente, en su Informe sobre la Ley Agraria de 1795, había afirmado que «no hay duda de que el riego debe ser mirado por nosotros como un objetivo de necesidad casi general». Una aserción contundente que se reforzaría después con la doctrina regeneracionista de Joaquín Costa, quien certificaba las virtudes del regadío por iniciativa estatal, esgrimiendo el siguiente consejo: «regad los campos si queréis dejar rastro de vuestro paso por el Poder».
Esos planteamientos y el protagonismo de sus líderes a favor de la expansión del regadío, agitaron el interés de los propietarios de las tierras e impulsaron las primeras políticas estatales que habrían de auxiliar el impulso del regadío a gran escala, con la construcción de grandes infraestructuras y la aplicación de técnicas de modernización que, sobre todo, habrían de transformar los paisajes de aquellas comarcas con las condiciones más benignas, pues presentaban caracteres naturales y humanos propicios para el regadío y sus cambios. Unos cambios que dejarán atrás las antiguas huertas tradicionales, ubicadas en los medievales ruedos urbanos, o en las riberas de ríos, arroyos y manantiales; para dar paso a las grandes zonas regables bajo patrocinio estatal, que irán propagándose por los valles fluviales del país o por las costas de la vertiente mediterránea.
En el Anuario Estadístico de España de 1858 ya se menciona la presencia de 1.142.000 ha de regadío. Una extensión que, sin incluir a Navarra y País Vasco, parece desmesurada para la época. Lo más probable es que esta superficie incluyera aún los pastos y prados naturales con regadío eventual que, por ejemplo, se daban en provincias como León o La Coruña, hoy A Coruña, que en este anuario aparecían como importantes territorios irrigados junto a Zaragoza o Valencia.
La información estadística de Obras Públicas para 1895/96 cifra la superficie regada nacional en unas 900.000 ha y destaca especialmente las 236.000 ha de la cuenca del Ebro. Estas cifras nos parecen más ajustadas a la situación de la España que aún no había conocido la verdadera expansión del regadío post-regeneracionista o el desarrollo infraestructural de la segunda mitad del siglo XX.
La Junta Consultiva Agronómica, en 1918 y tras diversas disposiciones legales, planes y el comienzo del auxilio estatal, cifraba el regadío nacional en 1.366.300 ha, encabezadas por las provincias de Lérida, hoy Lleida, Zaragoza, Granada y Valencia. Esta cifra desde entonces ha aumentado con la introducción de nuevos cultivos o con la creciente implantación de sistemas de aplicación más eficientes que, ante la competencia de otros consumos hídricos o la difusión de los principios de la sostenibilidad, están reduciendo las elevadas demandas hídricas del sistema.
Casi cien años después, en 2015 y según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos y su Informe sobre regadíos en España del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), la superficie regada nacional ocupa 3.636.519 ha, en su mayoría con aguas superficiales. Una extensión que representa un incremento del 146,1% respecto al ejercicio de 1918. Esta cifra significa el 21,4% de la extensión cultivada del país y el 7,2% de su superficie geográfica; y su repercusión económica supone algo más del 35% del Producto Bruto Agrícola nacional. A ese incremento superficial, también se ha sumado una considerable inversión tecnológica, especialmente en el campo del uso del regadío localizado. Así, mientras en 1918 la inmensa mayoría del regadío nacional utilizaba el sistema de gravedad o por superficie, en 2015 este escenario se ha invertido. Hoy el sistema de riego más extendido, gracias a la creciente importancia del regadío de frutales y olivares, es el localizado, pues prácticamente representa el 50% del área regada. Le sigue el tradicional sistema de gravedad, con el 26,9% de la extensión total; la aspersión, con el 15,3%; y los conocidos como sistemas automotrices, con algo más del 8%. Unas cifras que, sin duda, demuestran la verdadera revolución tecnológica conocida por este sector en las últimas décadas, así como la progresiva reducción de sus consumos hídricos.
En lo que respecta a la distribución del regadío por comunidades autónomas, las cuatro que encabezan la estadística son Andalucía (29,3% del total nacional), Castilla-La Mancha (14%), Castilla y León (12,3%), y Aragón (10,8%). Le siguen por importancia superficial la Comunitat Valenciana, Extremadura, Cataluña y la Región de Murcia, que representan en el total estatal el 27% de los regadíos españoles. Si analizamos estas cifras según sistemas de riego empleados, la superficie regada por gravedad se localiza mayoritariamente en Aragón, Andalucía, Castilla y León y Cataluña, pues en ellas existe un notable protagonismo de los cultivos herbáceos y de los regadíos anteriores a mediados del siglo XX. El riego por aspersión suele presentarse más concentrado territorialmente que el de gravedad, con cifras mayoritarias en Castilla y León, Aragón, Castilla-La Mancha y Andalucía. La superficie regada automotriz, caracterizada por sus espectaculares equipos, se distribuye sobre todo por Castilla y León y Castilla-La Mancha. Finalmente, el riego localizado, más propio de cultivos leñosos, se encuentra especialmente en Andalucía, gracias a la notable expansión del regadío olivarero, seguida a distancia por Castilla-La Mancha, Comunitat Valenciana y Región de Murcia.
Siguiendo la misma fuente, los grupos de cultivos con mayor superficie de regadío son los cereales (27,7% del total de la superficie regada), seguidos por el olivar (20,6%), el viñedo (10%), los frutales no cítricos (8%) y los frutales cítricos (7,6%). El riego por gravedad se utiliza para los grupos de cereales y forrajeras, así como para los tradicionales huertos familiares. El olivar y el viñedo se riegan casi únicamente con riego localizado, siendo también el sistema más usual en el cultivo de frutales, así como en el sector de las hortalizas o los cultivos de invernadero. El riego por aspersión y automotriz está especialmente reservado para los tubérculos, las leguminosas y los cultivos industriales.
Como cabe inferir de las observaciones expuestas y de los mapas que acompañan a este epígrafe, realizados a partir de los datos ofrecidos por el Anuario de Estadística 2014 del MAGRAMA, aunque generalmente suele aludirse al regadío como una realidad homogénea, no cabe duda de que el escenario agrario y paisajístico del regadío nacional constituye hoy un auténtico collage, donde conviven el pasado y el presente tecnológico, y son expresión de la política hidráulica nacional, de los cambios socioeconómicos y de un rico patrimonio que, en ocasiones, se remonta cientos de años atrás.
Superficie forestal
En la actualidad, alrededor del 55% del territorio nacional se considera terreno forestal. De estos 28 millones de hectáreas, más del 71% está constituido por montes arbolados y el resto por zonas de arbolado disperso, matorrales, pastizales y otras formaciones. España es así, dentro de la Unión Europea, el segundo país con mayor superficie forestal, únicamente superado por Suecia, y el cuarto si tenemos en cuenta la ocupación forestal en relación a su territorio, por detrás nuevamente de Suecia, Finlandia y Eslovenia. Esta singularidad hispana se relativiza si consideramos la superficie forestal per cápita, ya que en ese caso España es dentro de la Unión el noveno país, en todo caso ligeramente por encima de la media europea.
Esta situación actual es en buena medida resultado de la recuperación en los montes que se produce a partir de mediados del siglo XX, apoyada en el abandono de la agricultura marginal y en un relajamiento de la presión sobre los recursos forestales, como consecuencia de la generalización como fuentes de energía de la electricidad y los combustibles fósiles. De esta manera, la superficie forestal presenta una tendencia positiva en los últimos 50 años, con un incremento medio anual de cerca de 1.700 km2. Además, los terrenos arbolados crecen a mayor ritmo que el conjunto de la superficie forestal, de forma que en la actualidad representan más del 71% de esta, cuando no llegaban al 50% en los años 60 del siglo pasado.
Este incremento de la superficie forestal y los cambios cualitativos dentro de la misma suponen un enorme desafío en términos de gestión si reparamos en varias circunstancias: por un lado, el imparable vaciamiento demográfico de una buena parte del mundo rural y lo que eso implica en términos de merma en el manejo de esas áreas; pero también la invasión puntual, en el tiempo y en el espacio, por parte de la población urbana de ese territorio o de los espacios rururbanos, con necesidades, exigencias y concepciones singulares, y por último hay que valorar igualmente la situación de cambio global, que amplifica los riesgos de estas masas vegetales desde distintas perspectivas.
La localización del espacio forestal se explica fundamentalmente por el uso secular del suelo, que a su vez ha estado condicionado por el relieve; la fisiografía, que afecta a las características de los suelos y a sus aprovechamientos, explica pues mejor que las cuestiones socio-económicas o demográficas la configuración geográfica del ámbito forestal, y lo acontecido durante las últimas décadas ha profundizado aún más esta lógica. En consecuencia, no existe una relación directa por ejemplo entre el grado de desarrollo económico y la superficie forestal absoluta o relativa de cada zona. Así si el País Vasco y Cataluña son las comunidades autónomas con el mayor porcentaje de superficie arbolada, Canarias y el Principado de Asturias presentan los valores relativos más altos de superficie forestal total.
No puede extrañar por tanto que los terrenos montaraces sean en lo fundamental un atributo de las áreas serranas, con la excepción notable de choperas y fresnedas por un lado, y de los montes adehesados que tapizan las penillanuras. De hecho las dehesas son la formación montaraz que globalmente en España presenta una pendiente media más baja (5,7%), mientras que el resto de unidades que distingue el proyecto Corine Land Cover y que exhiben una identidad forestal se asientan sobre zonas con pendientes claramente superiores, siempre por encima de 12%. Esto contrasta con los terrenos ocupados por cultivos herbáceos de secano, con una pendiente media de 3,6%. Aunque de forma menos clara, también hay una cierta asociación entre la altitud y las áreas forestales, que siempre aparecen en sus valores medios por encima de los suelos de uso agrícola, y eso a pesar de la importancia agraria que tienen en nuestro país las mesetas.
Por lo que se refiere a la composición y estructura de los montes, la superficie arbolada se clasifica en frondosas o coníferas cuando el porcentaje de ocupación en la masa es superior o igual al 70%, y en caso de no ser así se considera mixta. Pues bien, en España las frondosas vienen a suponer el 55% del total arbolado; estos porcentajes se elevan considerablemente en algunas CC.AA., como Extremadura y Cantabria, donde alcanzan más del 90% de la superficie arbolada; en el caso extremeño esto se explica fundamentalmente por la influencia de las dehesas, como ocurre en otras áreas del occidente ibérico. Por el contrario, y como se puede ver en los mapas adjuntos, las coníferas predominan en la zona oriental, y así se supera el 80% en Valencia y Alicante, y en Murcia estas especies suman el 92,5% de sus terrenos con montes arbolados. Por último y por lo que hace referencia a las masas boscosas de tipo mixto, las mayores extensiones de este tipo se encuentran en el norte, en concreto, en la zona pirenaica, en Galicia y en Cataluña. En fin, si atendemos a los tipos de especies, el 60% de la superficie forestal arbolada de España está compuesta por formaciones que presenta una única especie dominante; es decir, que el porcentaje de ocupación de esa única especie en la masa forestal supera o iguala al 70%.
A pesar de esta última consideración, hay que recordar igualmente que en los bosques españoles existe una notable diversidad, que se evidencia por un lado a través de la cantidad de especies presentes pero también cuando se atiende a la variedad de sus montes arbolados. Y de hecho la información que nos proporciona el último Inventario Forestal Nacional subraya que algo más del 80% de nuestros montes están constituidos por dos o más especies de árboles. En todo caso los encinares son los montes más comunes en nuestro país; si los consideramos conjuntamente con las dehesas (que en su mayor parte son encinares), suponen alrededor del 27% de la extensión arbolada. Las siguientes formaciones en importancia son los pinares de carrasco, negral y albar, que conjuntamente significan el 24,5% de esos montes arbolados.
Si atendemos al grado de naturalidad de nuestros montes, podemos decir que en España no existe una cantidad significativa de área boscosa que se pueda considerar como no modificada por el hombre, entendiendo como tal a lo que se conoce como bosques primarios o, como mínimo, no alterados durante siglos. Por su parte, las masas propias de selvicultura intensiva, que solemos llamar plantaciones y que tienen una lógica productiva que se aproxima a la actividad agrícola, están compuestas por especies de crecimiento rápido (básicamente, eucaliptos y chopos) y ocupan el 6,8% de la superficie arbolada total. El resto de la extensión boscosa (93,2%) está compuesta por diferentes montes arbolados seminaturales, ya sea su origen bien natural o repoblado, manejados con distintos objetivos y técnicas por el hombre a lo largo del tiempo para satisfacer unas necesidades cambiantes.
Un aspecto que presenta una notable incertidumbre es el referido a la estructura de la propiedad forestal, ya que el conocimiento de este tema es incompleto. Las estimaciones más congruentes hablan de que aproximadamente dos terceras partes de la superficie forestal de nuestro país está en manos privadas, incluyendo aquí los terrenos de titularidad colectiva, que pueden suponer un 10% de las áreas montaraces. El otro tercio estaría en manos públicas, especialmente de las corporaciones locales, porque al Estado y a las CC.AA. sólo les corresponde un magro 5%.
Nuestros montes no proporcionan únicamente madera y leña y otros bienes con valor de mercado sino que tienen un papel multifuncional y nos suministran igualmente servicios ambientales y sociales, que, al no tener por el momento su traducción en el mercado, son difícilmente evaluables; hablamos, por ejemplo, de la captura de carbono, la regulación hídrica y de suelos, el valor social de los montes, la biodiversidad y los paisajes. Todos estos servicios pueden verse en riesgo por los principales peligros que se ciernen sobre nuestros montes; uno de ellos es la inexistencia actual de un acuerdo sobre hacia dónde debe caminar la política en este ámbito. Más habitual es referirse a los incendios como una de las grandes amenazas de los montes; afortunadamente la evolución que presenta la superficie afectada por fuegos presenta una tendencia decreciente y son las áreas desarboladas las más afectadas.
Prados y pastizales
Las zonas que presentan como uso principal los pastos suponen en la actualidad aproximadamente el 19% de la superficie geográfica nacional. En realidad se trata de formaciones notablemente diversas tanto desde el punto de vista florístico como de su funcionalidad dentro de los sistemas agrarios. Es indudable que existe un vínculo entre este tipo de cubierta del suelo y los usos pecuarios, hasta el punto de que en buena medida el mantenimiento de prados y pastizales es básicamente posible gracias al pastoreo más o menos reiterado, pero aunque asociamos a estas superficies los aprovechamientos ganaderos extensivos y semiextensivos, no debemos olvidar que el ganado también disfruta con diferente intensidad montes, matorrales, rastrojos o barbechos.
En los últimos decenios la extensión ocupada por estos herbazales se ha mantenido bastante constante pero con una tendencia general ligeramente decreciente en el conjunto del país. Estas pérdidas están obviamente relacionadas con los procesos de abandono o extensificación que están teniendo lugar en muchas zonas rurales y en los que estas superficies actúan frecuentemente como un paso intermedio entre los terrenos cultivados y los de carácter más montaraz, aunque es evidente que también algunos antiguos pastizales, ante la falta de presión ganadera y manejo humano, se embastecen y se ven invadidos por el matorral.
El peso superficial de las zonas donde predominan los pastos es especialmente pequeño en Baleares, Cataluña, Comunitat Valenciana, Murcia, Cuenca y Albacete, lo que parece bastante congruente con la idea preconcebida que tenemos de territorios que pueden tener dificultades para ser la base de la actividad ganadera. Por el contrario, las provincias que presentan porcentajes más elevados de prados y pastizales sobre el total de superficie geográfica delatan, de alguna manera, la diversidad mencionada más arriba: en Ávila, Almería, Cantabria, Teruel, Salamanca, Cáceres y las dos provincias canarias estos terrenos suponen más del 30% de su respectiva extensión, pero obviamente representan ámbitos contrastados en lo que respecta a las condiciones naturales, la estructura de las explotaciones agrarias o las posibles modalidades pecuarias.
A consecuencia de esto podemos considerar que son poco significativos los valores medios de altitud y pendiente que es posible extraer para los distintos tipos de herbazales del Corine Land Cover, ya que esas categorías engloban en realidad espacios contrastados.
Uno de estos espacios son los prados bajos, que se localizan en la España atlántica, normalmente por debajo de los 600 metros de altitud; son los terrenos pratenses de mayor calidad y producción, que suelen recibir varios cortes a lo largo del año. A mayor altitud en la montaña cantábrica y en los Pirineos, los prados de siega de los valles húmedos también presentan buenos rendimientos, pero sólo suelen segarse una o, a lo sumo, dos veces al año. Por su parte en las áreas supraforestales aparecen los pastos de altura, tradicionalmente aprovechados por la ganadería trashumante en distintos sistemas montañosos durante la época de verano. En muchos lugares estas fórmulas históricas de pastoreo o se han debilitado notablemente o han desaparecido y han sido sustituidas por modelos en los que el ganado se mueve en un radio menor y las especies utilizadas son también distintas de lo que era habitual.
Las dehesas o montes pastados son seguramente el espacio ganadero actual de mayor continuidad espacial, extensión y personalidad; su capacidad productiva es modesta si excluimos las riberas más húmedas, pero es el conjunto que soporta la parte más importante de la ganadería extensiva, situándose a lo largo de todo el occidente hispano, desde el sur de la provincia de Zamora hasta la baja Andalucía.
Si las dehesas no son sólo pastizales, sino también montes, matorrales y tierras de labor, asimismo hay otros espacios ganaderos, normalmente temporales, en los que los pastizales son insuficientes para el mantenimiento de los animales y son complementados con las rastrojeras, los barbechos y los posíos. Así, en algunas zonas agrícolas los terrenos que no convenía arar por exceso de humedad (navas o valles entrepañados) o por su escaso potencial se mantuvieron como prados y eriales, y han sido el tradicional sostén del ganado de labor y, sobre todo, de los rebaños de ovino que aprovechaban la derrota de mieses.
En algunos lugares de clima semiárido y suelos mediocres las dificultades para llevar a cabo cualquier otra alternativa condujeron a la configuración de terrenos cubiertos por pastizales pobres xerofíticos como los espartizales o atochares, albardinales y, en las zonas de mayor humedad edáfica, lastonares. Se trata de los pastizales menos productivos y de un tipo de espacio ganadero en realidad marginal por su carácter extremadamente extensivo.
Ganadería
La actividad ganadera aporta en España alrededor del 40% de la producción final agraria. Esto se debe al importante crecimiento durante el último tercio del siglo XX de la cabaña ganadera, que en la última década permanece estable alrededor de los 16 millones de unidades ganaderas (ganado bovino, ovino, caprino y porcino). Este balance ha sido posible gracias al incremento del porcino, ya que el vacuno y, sobre todo, el ovino han visto reducidos sus efectivos.
Esta evolución ha venido acompañada de cambios cualitativos que no sólo afectan a la composición de la cabaña sino especialmente a los tipos de ganadería o de prácticas pecuarias. Así, conviven en España una ganadería con base territorial, es decir, que aprovecha en alguna medida los recursos pastables (porcino ibérico, vacuno extensivo de carne, ovino extensivo y semiextensivo) y otra de lógica industrial, ya que se alimenta con piensos importados y su ubicación no está vinculada a las condiciones naturales; esta última está representada fundamentalmente por el porcino blanco, el ganado aviar y el bovino de engorde.
Esta dualidad se refleja en la localización de las actividades ganaderas de manera dispar y aparentemente paradójica. Las grandes concentraciones de ganadería industrial se dan en Aragón, Cataluña, Murcia, Comunitat Valenciana, Toledo y Segovia, mientras que la ganadería extensiva domina en la franja occidental del país, donde coinciden en diferentes proporciones vacuno extensivo, ovino y porcino ibérico, y también, para el vacuno, en Galicia y la Cornisa Cantábrica.
Producciones agrarias
La distribución geográfica que arrojan las diferentes producciones agrarias, tanto las de cultivos concretos (agrícolas) como las obtenidas de la ganadería, apuntan en más de un caso a una clara especialización geográfica o regional. Respecto a las primeras, destacan entre otras las de los cereales para grano, subdivididos, a su vez, en cereales de invierno (cebada, trigo, avena, centeno), de primavera (maíz, arroz, sorgo, mijo) y otros. Del total producido por estos cereales para grano dominan los de invierno frente a los otros dos tipos. El destino mayoritario de esta producción es el grano (cerca de tres cuartas partes), que proviene casi toda de los cereales de invierno, mientras que la paja representa algo más de una cuarta parte, también toda ella proveniente de estos cereales de invierno, y lo destinado a biocombustible es muy poco (cerca de un 1% y la mayor parte es de los cereales de primavera). De los distintos cereales considerados es la cebada la que alcanza un peso productivo mayor a escala nacional, con un 40% de toda la de los cereales para grano, seguida del trigo (30%) y, algo más alejada ya, la producción de maíz (con una quinta parte prácticamente del total).
Las comunidades autónomas más productoras de estos cereales son, fundamentalmente, regiones interiores (ambas castillas y Aragón, que producen cerca del 70% de todo lo de España), a las que les siguen Andalucía, Cataluña y Extremadura. La producción de cebada se concentra en un 80% en las dos castillas y Aragón, mientras que por provincias son las de Cuenca y Valladolid las más destacadas (casi un millón de toneladas cada una), seguidas de Burgos, Palencia, Zamora, Lleida y Albacete. En cuanto al trigo, es también Castilla y León la dominante (44% de toda la producción nacional), pero Andalucía ocupa el segundo lugar, seguida de Castilla-La Mancha y Aragón. Por provincias, la de Burgos (que supera el millón de toneladas) es la más destacada, seguida de Palencia y de Sevilla. La producción de arroz es, mayoritariamente, andaluza (42% del total), concentrada básicamente en Sevilla; le siguen Extremadura (poco más de una quinta parte, casi toda en Badajoz), Cataluña (casi toda en Tarragona) y la Comunitat Valenciana (la provincia de Valencia es la que detenta todo). Y algo más del 60% de la producción de maíz proviene de tres comunidades: Castilla y León (León, Zamora y Salamanca aportan el 85% de toda la producción regional), Aragón (dos tercios de su producción provienen de Huesca) y Extremadura (dos tercios de la misma concentrados en Badajoz).
La especialización productiva regional es muy explícita también en otras producciones. En la de hortalizas es el sureste ibérico quien domina (provincias de Murcia y Almería), seguidas ya más lejanamente por provincias como Badajoz, Granada, Ciudad Real y Albacete; en casi todas ellas la producción principal son las hortalizas de fruto. También la producción de frutales cítricos reafirma la especialización geográfica de dos focos: regiones del levante español (Comunitat Valenciana y Región de Murcia) y provincias de Andalucía occidental (Sevilla sobre todo, pero también Huelva y Córdoba). En los frutales no cítricos es la zona geográfica del valle medio y bajo del Ebro (provincias de Lleida, Huesca y Zaragoza) el núcleo más destacado, si bien también Murcia y la provincia de Valencia tienen peso y, significativamente, la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Idéntica pauta geográfica de especialización/concentración se puede observar en la producción de vino, en donde a las denominaciones de origen se unen algunas provincias en particular: La Mancha, la de mayor cantidad de hectolitros producidos, con Ciudad Real y Toledo como máximos exponentes; La Rioja, las catalanas Penedès y Priorat, Badajoz en Tierra de Barros, Valladolid dentro de Ribera del Duero, Pontevedra dentro de Rías Baixas, etc. E igualmente en el olivar, con la producción de aceituna y aceite liderada por Andalucía (más del 80% de la producción de toda España), especialmente por Jaén (44% de toda la producción española y poco más de la mitad de la andaluza), seguida de Córdoba (una quinta parte de toda la producción nacional y un cuarto de la regional) y, ya más alejadas, Granada, Sevilla, Málaga y las provincias castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo y la extremeña de Badajoz.
Estas tendencias se repiten en las producciones ganaderas, donde hay que distinguir, además, entre las generadas en ganadería intensiva e industrial (sin tierra) frente a las extensivas (que aprovechan los pastos): dominio de la producción láctea en regiones del norte y noroeste (Galicia, Asturias y Cantabria); porcino, ovino y aviar industrial de regiones del mediterráneo y del sur frente a las producciones extensivas del interior (centro y oeste).
Denominación y código de las comarcas agrarias
Almería I Los Vélez II Alto Almanzora III Bajo Almanzora IV Río Nacimiento V Campo de Tabernas VI Alto Andarax VII Campo de Dalías VIII Campo de Nijar y Bajo Andarax Cádiz I Campiña de Cádiz II Costa Noroeste de Cádiz III Sierra de Cádiz IV La Janda V Campo de Gibraltar Córdoba I Los Pedroches II La Sierra III Campiña Baja IV Las Colonias V Campiña Alta VI Subbética Granada I La Vega II Guadix III Baza IV Huéscar V Iznalloz VI Montefrío VII Alhama VIII La Costa IX Las Alpujarras X Valle de Lecrín Huelva I La Sierra II Andévalo Occidental III Andévalo Oriental IV La Costa V Condado-Campiña VI Condado Litoral Jaén I Sierra Morena II El Condado III Sierra de Segura IV Campiña del norte V La Loma VI Campiña del Sur VII Mágina VIII Sierra de Cazorla IX Sierra Sur Málaga I Norte o Antequera II Serranía de Ronda III Centro-Sur o Guadalorce IV Vélez Málaga Sevilla I Sierra Norte II La Vega III El Aljarafe IV Las Marismas V La Campiña VI Sierra Sur VII Estepa ARAGÓN Huesca I Jacetania II Sobrarbe III Ribargorza IV Hoya de Huesca V Somontano VI Monegros VII La Litera VIII Bajo Cinca Teruel I Cuenca del Jiloca II Serranía de Montalbán III Bajo Aragón IV Serranía de Albarracín V Hoya de Teruel VI Maestrazgo Zaragoza I Ejea de los Caballeros II Borja III Calatayud IV La Almunia de Doña Godina V Zaragoza VII Caspe ASTURIAS, PRINCIPADO DE Asturias I Vegadeo II Luarca III Cangas de Narcea IV Grado V Belmonte de Miranda VI Gijón VII Oviedo VIII Mieres IX Llanes X Cangas de Onís BALEARS, ILLES Illes Balears I Ibiza II Mallorca III Menorca CANARIAS Las Palmas I Gran Canaria II Fuerteventura III Lanzarote Santa Cruz de Tenerife I Norte de Tenerife II Sur de Tenerife III La Palma IV La Gomera V El Hierro CANTABRIA Cantabria I Costera II La Liébana III Tudanca - Cabuérniga IV Pas - Iguña V Asón VI Reinosa CASTILLA Y LEÓN Ávila I Arévalo-Madrigal II Ávila III Barco de Ávila-Piedrahíta IV Gredos V Valle del Bajo Alberche VI Valle del Tiétar Burgos I Merindades II Bureba-Ebro III La Demanda IV La Ribera V Arlanza VI Pisuerga VII Los Páramos VIII Arlanzón León I El Bierzo II Montaña de Luna III Montaña de Riaño IV La Cabrera V Astorga VI Tierras de León VII La Bañeza VIII El Páramo IX Esla - Campos X Sahagún Palencia I El Cerrato II Campos III Saldaña - Valdavia IV Boedo - Ojeda V Guardo VI Cervera VII Aguilar Salamanca I Vitigudino II Ledesma III Salamanca IV Peñaranda de Bracamonte V Fuente de San Esteban VI Alba de Tormes VII Ciudad Rodrigo Segovia I Cuéllar II Sepúlveda III Segovia Soria I Pinares II Tierras Altas y Valle del Tera III Burgo de Osma IV Soria V Campo de Gómara VI Almazán VII Arcos de Jalón Valladolid I Tierra de Campos II Centro III Sur IV Suroeste Zamora I Sanabria II Benavente y los Valles III Aliste IV Campos - Pan V Sayago VI Bajo Duero CASTILLA-LA MANCHA Albacete I La Mancha II La Manchuela III Sierra de Alcaraz IV Centro V Almansa VI Sierra de Segura VII Hellín Ciudad Real I Montes Norte II Campo de Calatrava III La Mancha IV Montes Sur V Los Pastos VI Campo de Montiel Cuenca I La Alcarria II Serranía Alta III Serranía Media IV Serranía Baja V La Manchuela VI Mancha Baja VII Mancha Alta Guadalajara I La Campiña II La Sierra III Alcarria Alta IV Molina de Aragón V Alcarria Baja Toledo I Talavera II Torrijos III La Sagra - Toledo IV La Jara V Montes de Navahermosa VI Monte de los Yébenes VII La Mancha CATALUÑA/ CATALUNYA Barcelona I Berguedà II Bages III Osona IV Berguedà V Selva VI Anoia VII Alt Penedès VIII Vallès oriental VIII Maresme IX Vallès occidental X Baix Llobregat XI Barcelonès XII Garraf Girona I Cerdanya II Ripollès III Garrotxa IV Alt Empordà V Baix Empordà VI Gironès VII Selva VIII Cerdanya X Pla de l’Estany XI Osona Lleida I Val d’Aran II Pallars Sobira III Alt Urgell IV Conca V Solsonès VI Noguera VII Alt Urgell VIII Segarra IX Segrià X Garrigues XI Cerdanya XII Alta Ribagorça XIII Pallars Jussà XIV Berguedà XV Urgell XVI Pla d’Urgell Tarragona I Terra Alta II Ribera d’ Ebre III Baix Ebre IV Montsià V Conca de Barberà VI Priorat VII Baix Camp VIII Baix Penedès IX Alt Cap X Tarragonè COMUNITAT VALENCIANA Alacant/Alicante I Vinalopó II Muntanya III Marquesat IV Central V Meridional Castelló/ Castellón I Alt Maestrat II Baix Maestrat III Llanos centrales IV Penyagolosa V Litoral Nord VI La Plana VII Alto Palancia València/ Valencia I Rincón de Ademuz II Alt Túria III Camps de Llíria IV Requena - Utiel V Hoya de Buñol VI Sagunto/Sagunt VII Horta de València VIII Riberes del Xúquer IX Gandia X Valle de Ayora XI Enguera i la Canal XII Costera de Xàtiva XIII Valls d’ Albaida XIV Baix Palància EXTREMADURA Badajoz I Alburquerque II Mérida III Don Benito IV Puebla de Alcocer V Herrera del Duque VI Badajoz VII Almendralejo VIII Castuera IX Olivenza X Jerez de los Caballeros XI Llerena XII Azuaga Cáceres I Cáceres II Trujillo III Brozas IV Valencia de Alcántara V Logrosán VI Navalmoral de la Mata VII La Vera IX Hervás X Coria GALICIA A Coruña I Septentrional II Occidental III Interior Lugo I Costa II Terra Chá III Central IV Montaña V Sur Ourense I Ourense II O Barco de Valdeorras III Verín Pontevedra I Montaña II Litoral III Interior IV Miño MADRID, COMUNIDAD DE Madrid I Lozoya - Somosierra II Guadarrama III ÁreaMetropolitana de Madrid IV La Campiña V Suroccidental VI Las Vegas MURCIA, REGIÓN DE Murcia I Nordeste II Noroeste III Centro IV Río Segura V Suroeste y Valle del Guadalentín VI Campo de Cartagena NAVARRA, COMUNIDAD FORAL DE Navarra I Noroccidental II Pirineos III Cuenca de Pamplona IV Tierra Estella V Navarra Media VI Ribera Alta - Aragón VII Ribera Baja PAÍS VASCO/EUSKADI Araba/Álava I Cantábrica II Estriaciones del Gorbea III Valles Alaveses IV Llanada Alavesa V Montaña Alavesa VI Rioja Alavesa Bizkaia I Bizkaia II Gran Bilbao III Munguia IV Gernika-Bermeo V Ondarroa VI Encartaciones VII Duranguesado VIII Arratia-Nervion IX Arratia-Nervion Gipuzkoa I Gipuzkoa II Bajo Deba III Urola Costa IV Donostia/San Sebastián V Bajo Bidasoa VI Tolosa VII Alto Deba VIII Goierri RIOJA, LA La Rioja I Rioja Alta II Sierra Rioja Alta III Rioja Media IV Sierra Rioja Media V Rioja Baja VI Sierra Rioja Baja |
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