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Un sistema urbano puede definirse como un conjunto de asentamientos interconectados dentro de un territorio, donde cada uno de ellos desempeña roles específicos en la escala supramunicipal, lo que determina su jerarquía. De esta forma, la organización funcional delimita un sistema (Duncan, 1960), que teje un ámbito común de relaciones mutuas, aunque asimétricas, entre nodos. Este marco espacial es, a su vez, una unidad de análisis y aplicación de políticas socioeconómicas (Terán, 1969). </br>El tamaño, la cantidad y la variedad de asentamientos, flujos y actividades determina su dinamismo, complejidad y madurez. La inclusión de nodos en el sistema depende de unos criterios inequívocos de definición de lo urbano, de lo que España, como otros países, carece. Para realizar un análisis inicial, dividir el espacio en dos partes es simplista, aunque puede resultar útil. Por ejemplo, se puede inferir de la [https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2007-21493 Ley 45/2007], de 13 de diciembre, para el desarrollo sostenible del medio rural, que lo urbano es aquel espacio geográfico construido que posee una población de 30.000 habitantes o más, o una densidad poblacional que excede los 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Esto es compatible con la existencia de clasificaciones menos complejas, pero más habituales. El Instituto Nacional de Estadística utiliza el umbral de los 20.000 habitantes para determinar las unidades espaciales del proyecto [https://www.ine.es/ss/Satellite?L=es_ES&c=INEPublicacion_C&cid=1259944561392&p=1254735110672&pagename=ProductosYServicios%2FPYSLayout&param1=PYSDetalleGratuitas Urban Audit], aunque mucho más extendido es el uso del umbral de los 10.000 habitantes. </br>A partir de este, se pueden establecer los niveles del sistema urbano español. En el análisis del mismo, se debe tener en cuenta la influencia de las organizaciones preexistentes del Estado y de los distintos ciclos económicos, lo que ha resultado también en la aparición de subsistemas urbanos. </br>Desde 1860 a 1900, lo urbano en España alcanza una magnitud superior a la hasta entonces conocida. De hecho, la tasa de crecimiento medio anual de la población urbana más que duplicó la de la población total (Valero, 1985). En esos momentos predominaba una España rural y agraria (solo uno de cada tres españoles vivía en núcleos de más de 10.000 habitantes) y el sistema urbano se caracterizaba por su bicefalia e inmadurez. Mientras Madrid y Barcelona lograban superar los 500.000 habitantes, proliferaban pequeñas ciudades de alrededor de 10.000 habitantes, incluyendo aquí buena parte de las capitales provinciales establecidas en 1833. En términos geográficos, era un sistema urbano más vigoroso en el área meridional y costera, que muy gradualmente denotó el mayor impacto de la explotación minera, la industrialización y la expansión de la red ferroviaria en la parte septentrional (Fernández, 2011).</br>En la primera mitad del siglo XX, las dos principales ciudades del país fueron las más beneficiadas de la primera transición demográfica y de los flujos demográficos interiores (principalmente tras la I Guerra Mundial). En menor medida sumaron efectivos poblacionales los subsistemas costeros del norte (Bilbao, Santander, Donostia/San Sebastián) y de todo el arco meridional y sudoriental (València, Málaga, Sevilla, Murcia). A estos les siguen de lejos algunas capitales provinciales de interior o insulares, que despuntaron en un contexto previo al éxodo rural de mitad de siglo (Zaragoza, Granada, Córdoba, Valladolid, Palma, etc.). </br>La política desarrollista de la dictadura franquista a partir de 1960 afianzó las ganancias y las pérdidas demográficas. De la organización centralista del Estado se vieron favorecidas también las capitales provinciales (centros delegados del poder político estatal). Evidencia de ello es el tratamiento diferencial que la primera [https://www.boe.es/gazeta/dias/1956/05/14/pdfs/BOE-1956-135.pdf Ley de Suelo] (1956) hace de ellas, junto con aquellas ciudades que albergaban más de 50.000 habitantes. Ambas se ven obligadas a la elaboración de un índice municipal de Valoración del Suelo y a la formación de un Presupuesto especial de Urbanismo. En definitiva, esto lleva a la redacción de sus planes generales de ordenación urbana, que guiarán su crecimiento inmediatamente posterior. </br>Ya en 1960, la población de España era más urbana que rural. El 56,69% residía en municipios de más de 10.000 habitantes (418 de 9.200 habitantes). De ellos, solo Madrid (2.606.254) y Barcelona (1.557.863) superaban el millón de habitantes. València era el único municipio de entre el medio millón y el millón de habitantes (505.066). El siguiente nivel (entre 100.000 y 500.000 habitantes), donde despuntaba Sevilla (442.300), se componía de una serie de 23 ciudades, de las que más de la mitad tenía una población inferior a 150.000 habitantes. Por lo tanto, el sistema urbano seguía siendo claramente bicefálico, y en la distribución territorial de los niveles inferiores la tendencia a situarse en la costa, o cercano a ella, solo era rota por algunas capitales provinciales. De entre ellas, las más pobladas serían a la postre capitales autonómicas: Sevilla, Zaragoza y Murcia. En este grupo de ciudades medias, solo seis carecían del estatus político de capital provincial, si bien Sabadell y L’Hospitalet de Llobregat formaban parte ya del área metropolitana de Barcelona. El resto (Vigo, Jerez de la Frontera, Gijón y Cartagena) justificaban su posición por el peso de sus actividades portuarias e industriales (ver mapa Municipios de más de 10.000 habitantes, 1960). </br>Los núcleos del sistema urbano español inferiores a 100.000 habitantes ejercían su influencia política y económica sobre un entorno marcadamente ruralizado y dependiente, con población laboral adscrita de forma mayoritaria al sector primario, tónica dominante en la España preindustrial. Cuando la industrialización desarrollista pasó de largo, los centros urbanos capitalinos y, en menor medida, las cabeceras comarcales, reforzaron el protagonismo del sector secundario (construcción) y del terciario (administrativo y comercial), como alternativas funcionales. Esta era la situación de buena parte de la España interior, donde las agrovillas (Campesino, 2012) mantenían fisonomías urbanas, pero esencia rural.</br>Así, durante los últimos 60 años, el sistema urbano ha madurado debido a muchos cambios y de toda índole. El desarrollo industrial en polos favoreció un fuerte éxodo rural generalizado y una equivalente concentración urbana en pocas ciudades. Posteriormente, la democratización del Estado a partir de 1978 y su descentralización promovió un lento pero continuo incremento del policentrismo, sustentado en nuevas infraestructuras. Esto mitigó la pérdida demográfica de algunas regiones y, principalmente en aquellas menos pobladas, ha potenciado a las ciudades designadas capitales autonómicas (Escolano, 2012), anteriormente capitales provinciales salvo Mérida (Extremadura) y Santiago de Compostela (Galicia).</br>El resultado es que, en el año 2021, un 79,72% de la población en España es urbana. El incremento poblacional entre 1960 y 2021 ha sido de 16.872.259 habitantes, periodo en el que los municipios con más de 10.000 habitantes han sumado 20.480.695 de efectivos. Su número también ha aumentado considerablemente hasta los 759 municipios sobre un total de 8.131, lo que significa que su peso relativo se ha duplicado (del 4,54% en 1960 ha pasado al 9,33% en 2021). Como muestra el gráfico Variación de los municipios de más de 10.000 habitantes por comunidades autónomas, en los últimos 25 años, este cómputo ha añadido 142 municipios, ubicados mayoritariamente en las comunidades autónomas más pobladas (Andalucía, Cataluña, Comunitat Valenciana y Comunidad de Madrid) o algunas bajo el influjo de la capital nacional, como Castilla-La Mancha. Solo el Principado de Asturias y Galicia, ambas con un poblamiento muy disperso, han sufrido un retroceso en el número de municipios de más de 10.000 habitantes desde 1996.</br>Si bien los dos nodos principales de la jerarquía urbana no han cambiado, sí lo ha hecho su valor relativo. Desde 1960, Madrid ha sumado más de un millón de residentes, mientras que Barcelona, con un término municipal prácticamente colmatado, apenas ha crecido. Esto ha implicado que, en 2021, en comparación con 1960, acumulen un 2,16% menos población sobre el total nacional (4.905.010 habitantes de 47.400.798). Por el contrario, sus periferias sí han crecido de manera notable, al igual que el número de ciudades con más de 500.000 habitantes, que ahora son cuatro (València, Sevilla, Zaragoza y Málaga) y suman 2.732.675 habitantes. </br>Uno de los niveles que demuestra la maduración del sistema urbano español desde 1960 a 2021 es el que comprende a las ciudades medias, es decir, aquellas entre 100.000 y 500.000 habitantes. Estas han pasado de ser 23 a 57, con un reparto más equilibrado en el territorio nacional. En conjunto suman 11.230.168 habitantes, con una participación muy destacada del subsistema andaluz, seguido de las ciudades catalanas y madrileñas. En los últimos 25 años este grupo ha sumado ocho nuevos municipios, en contraposición con el primer nivel jerárquico que se mantuvo estable.</br>Por otro lado, las entidades urbanas de menor tamaño (por debajo de 100.000 habitantes) han experimentado un gran crecimiento desde 1960. Tanto es así que en 2021 representan algo más de la mitad de la población urbana española (18.919.047 personas). En número el incremento también ha sido significativo, pues de 392 municipios entre 10.000 y 100.000 habitantes en 1960, se ha pasado a 696. En los últimos 25 años se observa como los principales incrementos se dan en el grupo de 30.001 a 50.000 habitantes, seguido del de 20.001 a 30.000. A pesar de este incremento generalizado de la base, tendente al policentrismo, aún en 2021 cuatro provincias (Ávila, Palencia, Segovia y Soria) solo tienen un municipio con más de 10.000 habitantes.</br>En consecuencia, el mapa de Municipios de más de 10.000 habitantes de 2021 refleja tres dinámicas demoterritoriales: la alta concentración urbana en los dos primeros rangos de ciudades, reforzada por su ''metropolitanización''; el surgimiento de un subsistema de ciudades medias, con especial relevancia en el interior; y la ''litoralización'' en la distribución de los núcleos urbanos.</br>
Además, la madurez de un sistema urbano puede medirse a través de una gran variedad de indicadores. Uno de los más comunes es el '''índice de primacía''', que se utiliza para evaluar el grado de dominio de la ciudad más poblada de un territorio en comparación con las que le siguen. Los valores altos denotan la existencia de un sistema macrocéfalo, es decir, aquel con un tamaño excesivo de la ciudad mayor en comparación con las restantes (Zoido ''et al.'', 2000), mientras que los valores bajos indicarán un mayor equilibrio. Los mapas de Macrocefalia urbana de 1960 y 2021 muestran el incremento demográfico en todas las ciudades principales de cada provincia. Si la comparación se establece entre 1960 y 2001 ocurre lo mismo, salvo en Barcelona y Melilla. El comportamiento es diferente desde el inicio del siglo XXI hasta el año 2021, ya que hasta 12 de las ciudades más pobladas de cada provincia pierden efectivos demográficos (Granada, León, Ourense, Palencia, Salamanca, Santa Cruz de Tenerife, Santander, Segovia, Sevilla, Valladolid, Bilbao y Zamora).
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