Diferencia entre revisiones de «Edad Antigua»
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Revisión del 09:13 20 mar 2019
Estructura temática > Historia > Referencias históricas > Edad Antigua
La denominada Edad Antigua se consideraba iniciada, en Oriente, con la aparición de la escritura, hace unos 5.000 años. Hoy se tienen en cuenta otros criterios relacionados con la organización de las sociedades, la diversificación de los medios de producción y consumo, las comunicaciones y, en definitiva, la aparición de civilizaciones desarrolladas que han pasado a la historia, es decir, a la memoria colectiva, y ha sido posible datar su existencia.
Desde estos puntos de vista, la Edad Antigua se podría considerar iniciada en la península ibérica durante la segunda Edad del Hierro, a lo largo del siglo III a.C. Mucho más complejo es decidir su final. Para unos finalizaría con la llegada de los visigodos en el siglo V. Para otros, en el año 711, fecha de la invasión musulmana por la puerta abierta en Guadalete, tres siglos después. Estas premisas hacen referencia a si el reino de los visigodos fue nuestro primer Estado nacional, con lo que toda la Edad Media sólo sería un proceso de reconstrucción y recuperación (la Reconquista), o si estos tres siglos fueron únicamente un epígono del mundo romano, es decir, de la antigüedad. Se trata de un viejo debate historiográfico sobre si el origen, ser y existir de España se inicia con Hispania, o España es algo mucho más reciente (para alguno, incluso creación del siglo XIX). En cualquier caso, y como ya se ha dicho anteriormente, no es sencillo que una teoría histórica pueda dar por excluida a otra.
Lo cierto es que a finales de lo que se ha llamado la Edad del Hierro, la Península sufre por primera vez una general convulsión bélica que le hace entrar en la historia. Con esto, se inició la Edad Antigua peninsular, que comenzaría en el siglo III a.C. y podría darse por finalizada, bien en el V o bien en el VIII d.C. Por ello se ha denominado a estos tiempos intermedios de tres siglos, finales de la antigüedad e iniciales del medievo, El tránsito hacia la Edad Media.
Articulación territorial de la Hispania romana La romanización se produce en un proceso lento y progresivo de ocupación zona a zona, a partir del año 218 a.C. Y termina a finales del siglo I a.C. con la integración de los pueblos peninsulares, tan diferentes, en un modelo unificado de población, organización, economía, idioma y cultura. La primera ocupación se produce a lo largo del litoral mediterráneo y en la depresión del Guadalquivir, en donde Roma sustituye a los cartagineses. Los romanos organizan este territorio, que los púnicos ya llamaban I-span-ya (más o menos tierra de metales), dividiéndolo en dos provincias: la Hispania Citerior, y la Hispania Ulterior. Era el 197 a.C. La penetración hacia el interior se produce entre diversos episodios de resistencia sobre los que destacan dos: las guerras contra los lusitanos y contra los celtíberos. En el primer caso, el caudillo Viriato obtiene importantes triunfos, hasta que es traicionado y asesinado en el 139 a.C. En el segundo, tras sucesivas campañas militares contra Numancia, la de Publio Cornelio Escipión fue la definitiva: tras resistir un largo asedio, los numantinos incendian la ciudad, antes de entregarla, en el 133. Hispania se incorpora a la vida de la República romana. Aquí se libran episodios de las guerras civiles entre Mario y Sila, y un enemigo de Sila, Sertorius (que la historiografía romántica llamaría el primer rey de España), se hace aquí semiindependiente hasta ser asesinado el 72 a.C. Sertorius creó un Senado en Évora, una escuela en Osca (Huesca) para los hijos de la nobleza indígena y un ejército propio. En Hispania, dentro de las guerras civiles entre César y Pompeyo (48 y 49 a.C.), se libran las batallas de Ilerda, en la que Pompeyo es vencido, y de Munda, donde son derrotados definitivamente sus hijos. Treinta años después, se inician las guerras cántabras (26-19 a.C.) para someter a galaicos, astures y cántabros. El propio emperador Augusto dirige su comienzo. Un año antes, había reorganizado la Península en tres provincias: Tarraconensis, Lusitania y Baetica. Hispania será ya sólo parte de una nueva Roma, convertida oficialmente en un imperio. Sus habitantes olvidan sus viejas pertenencias autóctonas y se sienten solo hispanorromanos. |
En los años iniciales de nuestra Edad Antigua, Carthago, una antigua colonia fenicia de Tiro, cerca de lo que hoy es Túnez, ya había creado un gran imperio marítimo insular en el occidente mediterráneo. Se había ido gestando a partir del siglo VI a.C., una vez que Tiro había sido conquistada por el Imperio neobabilónico. Así que los fenicios, que llegaban a sus factorías y almacenes de la Península en navegaciones periódicas desde los siglos IX y VIII a.C., fueron sustituidos por Carthago en las costas de la Península y en las islas Baleares. Es cierto que llegaron también desde Focea y desde su enclave en Massalia (Marsella), navegantes griegos, de los que las fuentes citan numerosas colonias; pero hoy se estima que bastantes de los restos encontrados son sólo fruto de sus actividades mercantiles con los previos enclaves fenicios.
Entre los siglos V y III a.C. los cartagineses consolidaron su imperio. Y en el siglo III chocaron por la posesión de Sicilia con la otra potencia emergente del oeste mediterráneo: Roma. Derrotada en la primera guerra púnica, Carthago pierde sus asentamientos de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Y, dirigida por el clan de la familia Barca, busca un soporte estratégico y logístico territorial en la península ibérica. En el 227 a.C. se funda Carthago Nova (Cartagena).
El general Amílcar Barca, por la fuerza o por pactos, va dominando las tribus peninsulares y apoderándose de los centros mineros. Sus sucesores, Asdrúbal (su yerno), y Aníbal (su hijo), consolidan la ocupación desde Gibraltar al Sistema Central. Su único fin era adquirir fuerza para un segundo enfrentamiento con Roma. Cuenta la leyenda que Amílcar hizo jurar a su hijo, siendo niño, profesar odio eterno a los romanos.
El poder cartaginés peninsular estaba condicionado por un tratado de límites fijado con Roma en el 226 a.C., que establecía el Ebro como línea de máxima expansión hacia el norte. Fue el séptimo tratado entre romanos y cartagineses. En 219-218 a.C. Aníbal toma por asalto Sagunto que, aunque situada al sur del Ebro, era aliada de Roma. Con indignación se narraba en el foro romano el heroísmo de los saguntinos que prefirieron suicidarse e incendiar la ciudad antes que rendirse y su conquista se consideró un casus belli.
Pero Aníbal se adelanta, cruza el Ebro y se dirige a Italia en una expedición mítica que atraviesa los Pirineos y los Alpes, siendo legendarios sus cuarenta elefantes de guerra. La reacción de los romanos, derrotados en cuatro memorables batallas, es un modelo de estrategia militar. Mientras Aníbal, acantonado en Capua, no se decide a tomar Roma por asalto, un ejército dirigido por Cneo y Publio Cornelio Escipión, desembarca en Emporiom (Empúries, Tarragona, 218 a.C.) para cortar los suministros que le enviaba su cuñado Asdrúbal. Y en una campaña de batallas sucesivas –Carthago Nova en 209, Ilipa en el 206, Gadir (Cádiz) en 205– este ejército expedicionario logra destruir y sustituir al imperio cartaginés en la Península. Roma se ha encontrado organizado un imperio y se ha asentado sobre él.
Así, nuestra Edad Antigua será un periodo definido por la romanización, por la incorporación de la península ibérica al Imperio romano. Este espacio, que se denominó Hispania, quedaría progresivamente integrado en la política, la lengua, la cultura, el pensamiento y las formas de vida de Roma.
Las calzadas romanas unen las ciudades de las tres provincias, unas 150 muy romanizadas, generando un rápido flujo de materias primas y manufacturas. Formidables recursos técnicos permitieron salvar montañas y ríos y en las ciudades levantar acueductos, centros cívicos, deportivos, institucionales, de ocio…
La estructura de esta inteligente red se basa en dos grandes ejes norte-sur: la vía de la Plata, de mar a mar, y la Vía Augusta, prolongada hasta la propia Roma. Dos vías paralelas enlazaban ambas de este a oeste, con origen en Astúrica y en Itálica. Y finalmente, una calzada diagonal unía Emérita con Cesar Augusta.
La navegación litoral hasta Roma y por todo el mare nostrum es más rápida y barata que la comunicación por tierra, y el transporte fluvial permitía remontar ríos, como el Guadalquivir hasta Córduba, el Guadiana hasta Emérita o el Ebro hasta Cesar Augusta (donde es visible el puerto) y Calagurris.
La producción será agropecuaria y minera. La trilogía mediterránea (trigo, olivo y vid), las manadas de caballar y la cabaña ovina, serán la gran riqueza de Hispania. Hay productos de exportación que ya se asocian a ella: vino, aceite, lana, y garum (original salsa sazonadora producida en el sudoeste). Sus altos rendimientos enriquecieron a destacadas familias hispanorromanas.
Pero más importantes serán sus recursos mineros: gran número de yacimientos, perforaciones y la utilización de técnicas complicadas (como la ruina montium, largas canalizaciones de agua que produjeron el espectacular paisaje de las Médulas), aportarán enormes ingresos al Estado romano, que las explota directamente o a través de compañías de capital patricio.
El alto desarrollo económico de Hispania y su integración en Roma hará que los clanes hispanorromanos enriquecidos reciban poco a poco la ciudadanía romana. Tres siglos más tarde (Caracalla en el 212), se reconocerá a todos los hispanos.
Se denomina villa, indistintamente, al rico palacio solariego de un gran señor y a su explotación agropecuaria propia, con las aldeas de sus campesinos e instalaciones que la autoabastecen: panadería, herrería, carpintería, molino, estanques... A ellas se retiraron los propietarios durante la crisis de los siglos II y III, que trajo inseguridad y miseria. La vida rural garantizaría así un sustento que las ciudades ya no aseguraban.
Ante la crisis, Diocleciano, (284-305), reorganizó administrativa, militar y fiscalmente el Imperio. En Hispania las provincias pasan a cinco: Tarraconensis, Cartaginensis, Baetica, Lusitania y Gallaecia. Pero la reforma fiscal trajo mayor pobreza. Los esclavos, muy costosos, son manumitidos… y pasan a ser también campesinos, criados, trabajadores manuales o incluso guardia personal del señor y sus posesiones. Este sistema de múltiples territorios, autónomos de un poder central, pero que garantizan la vida frente al hambre o los salteadores, anticipa ya la estructura señorial del feudalismo.
El tránsito hacia la Edad Media
Una Hispania ruralizada asiste durante el siglo V a la llegada sucesiva de pueblos bárbaros. Vienen en virtud de pactos o foedus (origen de la palabra feudal), con el remoto poder imperial, por lo que se estima tener con ellos cierto deber de hospitálitas. No llegaban belicosamente, por lo que sólo alguna ciudad, dirigida por su obispo, les cerró las puertas. Sólo encontraron hostilidad cuando algún grupo se unía a bandas bagaudas (salteadores organizados). En cualquier caso, su presencia, en una población hispanorromana de quizá cuatro millones, resultaba inapreciable.
Los suevos llegan hacia el 409, los vándalos, hacia el 411 y los alanos en torno al 418. Sólo los suevos tuvieron capacidad para establecer un Estado propio durante los siglos V y VI, uniéndose con la población hispanorromana.
Los primeros visigodos entraron entre los años 414 y 417 como aliados del Imperio que, a cambio, les concedió un enorme territorio, del Loira al Ebro; fijaron su capital en el centro: Toulouse. Participarán en la victoria de Orleans sobre los hunos (451) y en Hispania crearán una corte en Barcelona y expulsarán de la Península a los alanos y a los vándalos asdingos.
Una segunda oleada llega entre el 466 y 484. Y cuando los francos les vencen en Vouillé (507), se establecen ya al sur de los Pirineos: Toledo será su nueva sede regia.
En el siglo VI Hispania va dejando de ser hispanorromana y en el VII comienza a ser hispanogermana. Con Leovigildo (568-586) se realiza la unión territorial, sometiendo a los pueblos del norte (573-581), a los suevos (585) y a los bizantinos, llegados aquí durante la expansión de Justiniano. Su sucesor, Recaredo (586-601), abandona el arrianismo, religión oficial visigoda, aceptando el credo de Nicea, como los hispanorromanos; Suintila (621-631) expulsa a los últimos bizantinos. Y es quizá Recesvinto el que, en el 654, unifica las leyes germanas y latinas en el Liber Iudiciorum, vigente en los reinos hispanos durante toda la alta Edad Media.
El reino visigodo, así, se ha organizado institucionalmente. Tiene una asamblea de próceres (los concilios, donde nobles y obispos toman decisiones políticas), una estructura de gobierno (el aula regia o consilium regis), una administración (officium palatinum), unas fronteras, un ejército, una moneda… San Isidoro lo reconocerá en su Laus Hispaniae: «Tú eres, oh España, sagrada madre… la más hermosa de todas las tierras… desde el occidente hasta la India… Honor y ornamento del orbe, la más ilustre… Y por ello… la áurea Roma te deseó y… la nación de los godos... ahora te goza… con seguridad y felicidad».
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