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Estructura temática > Población, poblamiento y sociedad > Asentamientos humanos > Sistema urbano y áreas metropolitanas
A pesar de no ser sinónimos, existe cierta confusión conceptual entre el significado de sistema urbano y sistema de ciudades. El primero es una parte o subconjunto de un sistema de asentamientos con funciones supralocales y a la que se atribuyen características urbanas, bien por sus características formales o físicas, bien por su funcionalidad (Zoido et al., 2013). Normalmente, respeta una serie de pautas de ordenación interna que lo estructuran en niveles jerárquicos. En función de la posición que ocupe en el conjunto, le corresponden unas funciones más especializadas que sirven a áreas de influencia de extensión creciente (Zoido et al., 2013). Por su parte, el sistema de ciudades es una parte del sistema urbano seleccionada para realizar políticas de ordenación del territorio (Zoido et al., 2013).
A finales de los años treinta, Jefferson (1939) interpretó la bicefalia del sistema español como una consecuencia de los orígenes históricos y políticos del territorio del Estado. Como factores económicos destaca la débil difusión del crecimiento urbano desde el litoral hacia el interior, al continuar la revalorización de los subsistemas costeros (Juaristi, 1995). A principios de la década de los noventa, el sistema urbano español fue definido como una estructura semianular con una periferia litoral urbanizada y un espacio interior poco urbanizado y centrado en Madrid (Ferrer, 1992). Sin abandonar la bicefalia, la creación de las comunidades autónomas consolidó, entre otras consecuencias, una estructura espacial y funcional descentralizada, debilitándose las ligazones de las periferias con el centro y aumentando las relaciones entre los subcentros (Precedo, 1999).
Sea como fuere, desde mediados del siglo XX, las ciudades españolas han conocido las transformaciones más radicales y rápidas de su historia (Nel·lo, 2017). Estas se apoyan en tres rasgos principales: la tendencia de la población a asentarse en núcleos urbanos; la formación de una importante constelación de áreas metropolitanas; y la configuración de ejes de actividad articuladores del territorio (Nel·lo, 2004). En la actualidad, los antiguos espacios rurales y urbanos se han integrado de forma completa, y el proceso de urbanización ha configurado una red interdependiente a escala mundial plenamente consolidada (Nel·lo, 2017). El análisis realizado del sistema urbano se centra en la primera de las tres variables comentadas. Es decir, se cartografían determinadas transformaciones poblacionales en municipios y comunidades autónomas desde 1960, fecha que, aproximadamente, da inicio al desarrollismo, hasta 2015, última fecha disponible con datos oficiales.
A pesar de los primeros impulsos en el proceso de urbanización, sólo un 56,87% de población española residía en municipios de más de 10.000 habitantes en 1960 (418 municipios), límite a partir del cual un municipio se considera urbano en España (ver mapa Municipios de más de 10.000 habitantes. 1960). Únicamente Madrid y Barcelona, indiscutibles cabeceras del sistema urbano, sumaban más un millón de habitantes, mientras Valencia (con algo más de 505.000), era el principal contrapeso de ese sistema bicéntrico y desequilibrado. El sistema se completaba con una serie más o menos importante de ciudades medias (entre 100.000 y 500.000 habitantes) que, igualmente, adolecía de una ineficiente distribución territorial. En los 23 municipios de este rango residían 4.160.188 habitantes (14,07% del total), una cifra inferior a la suma de la censada en los tres más poblados (4.322.860 habitantes). En este extenso grupo de ciudades más grandes (más de 100.000 habitantes), destacan otras tres pautas territoriales. Por un lado, se confirma la tendencia a la litoralización en la distribución de la población española. De estos 26 municipios con más de 100.000 habitantes, sólo las ciudades de Madrid, Valladolid y Córdoba están localizadas en provincias interiores y nueve no tienen acceso directo al mar, si bien dos de ellos están influidos por procesos socioespaciales propios de los territorios litorales (Jerez de la Frontera y Hospitalet, hoy l’Hospitalet de Llobregat). En segundo lugar, una industrialización poco descentralizada y un retraso en el proceso de metropolitanización, hizo que la mayoría de las ciudades más pobladas sean capitales de provincia. Las seis excepciones son ciudades con importante peso industrial. Lideradas por Vigo (15º municipio más poblado de España en 1960), dos pertenecen al área metropolitana de Barcelona (Hospitalet y Sabadell) y tres tienen actividades vinculadas al desarrollo portuario (Vigo, Gijón y Cartagena), a las que se suma Jerez de la Frontera, principal ciudad de la provincia de Cádiz con gran desarrollo industrial en la posguerra civil. Por último, en el actual mapa autonómico, Extremadura, La Rioja, Navarra y Castilla-La Mancha no tenían municipios con más de 100.000 habitantes en 1960. En el lado opuesto, un total de 4.046 municipios no alcanzaban los 1.000 habitantes, y en ellos residían casi dos millones de personas, el 6,40% de la población. Este es el estadio en las fases iniciales del desarrollismo, antes del gran éxodo rural de esta década y de la aplicación de las políticas de los polos de desarrollo, uno de los instrumentos que ha producido mayores impactos en la reorganización de la red urbana española del último siglo.
El crecimiento de la población española entre 1960 y 2015 (15.866.629 habitantes) se fundamenta en el crecimiento que han tenido los municipios con más de 10.000 habitantes (19.601.688 hab.), como contrapunto del declive demográfico de los espacios rurales. En los 750 municipios con más de 10.000 habitantes en 2015 reside el 79,16% de población española, casi un 23% más que en 1960. Asimismo, se aprecia un destacado aumento de los municipios más grandes: seis superan el medio millón de habitantes (frente a tres en 1960), y 56 se sitúan en el rango 100.000-500.000 (23 en 1960). En estos últimos reside el 23,54% (10.979.122 hab.) de la población en la actualidad, superior a la que suman los seis más poblados (7.460.696 hab., el 16,00%). Este hecho confirma la importancia de las ciudades medias en la actual organización espacial. Además de este aumento de la población urbana, el mapa Municipios de más de 10.000 habitantes de 2015 refleja con precisión otras tres dinámicas: la importancia de la metropolitanización (tanto de ciudades grandes como medias), el reforzamiento urbano de los ejes de desarrollo (fundamentalmente el Mediterráneo, Guadalquivir, Atlántico y Ebro) y la litoralización en la distribución de los principales núcleos. Entre los municipios de más de 100.000 habitantes, 18 son ciudades no centrales de áreas metropolitanas y 26 están localizadas en provincias litorales. Aunque la distribución respeta los mismos patrones territoriales en las dos fechas analizadas, se intensifican los contrastes territoriales en la actualidad, potenciándose la urbanización litoral frente a la «desertización» interior. En 2015, el 69,56% de la población reside en provincias litorales y del eje del Ebro (63,20% en 1960), el 13,80% en Madrid (8,52% en 1960) y sólo el 16,64% en las provincias interiores (28,28% en 1960). Por el contrario, ha aumentado el número de municipios con menos de 1.000 habitantes (4.928) respecto a 1960, pero ha descendido su representación demográfica porcentual (3,14% del total). Y, a pesar de aumentar el policentrismo, cuatro provincias (Ávila, Palencia, Segovia y Soria) sólo tienen un municipio con más de 10.000 habitantes en 2015.
Algunas de las características de este sistema de ciudades se pueden analizar a través de diferentes métodos e indicadores. Dos de los más utilizados son la regla de rango-tamaño y el índice de primacía. La regla rango-tamaño (rank-size rule) afirma que la población del núcleo principal de un país debe equivaler aproximadamente al doble de una ciudad situada en segundo rango, al triple de las de tercer rango y así sucesivamente, para que la jerarquía urbana sea equilibrada. El cumplimiento o no de esta regla implica la existencia de un sistema urbano maduro, desarrollado, o no (Lois, González y Escudero, 2013). Los gráficos Sistema de ciudades según la regla rango-tamaño, que representan el sistema urbano español en 1960 y 2015, dibujan en ambas fechas una alta correlación entre la población observada y esperada. En 1960, los mayores desajustes se producen entre las primeras cinco ciudades del sistema. En 2015, una parte de estos desajustes se corrigen, siendo la tercera ciudad (Valencia), la que menos se adapta a la regla.
Índice de primacía
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Por su parte, el índice de primacía mide fundamentalmente la macrocefalia de un sistema. Valores altos reflejan redes macrocéfalas; valores intermedios, redes bicéfalas o tricéfalas, y valores bajos, redes equilibradas. Del análisis de la tabla Índice de primacía se puede extraer diferentes conclusiones. En primer lugar, la macrocefalia es importante en todas las comunidades autónomas uniprovinciales (excepto Asturias) y en Aragón. Las redes más macrocéfalas, por encima de 75, se sitúan en Aragón, Comunidad de Madrid y La Rioja. En segundo lugar, Andalucía, Galicia y País Vasco obtienen los índices más positivos. Estas redes más equilibradas se apoyan en una importante red urbana de diferentes rangos urbanos (volúmenes poblacionales). Tercero, el índice se ha reducido en doce comunidades autónomas entre 1981 y 2014. En ambas fechas, son nueve las comunidades. que superan el índice 50, si bien en siete de ellas ha descendido ligeramente. Por último, dos de los descensos más importantes del índice entre 1981 y 2014 se han producido en País Vasco y Extremadura, comunidades autónomas que optaron por localizar la capital autonómica en una ciudad diferente a una de las dos principales urbes del sistema regional.
La macrocefalia urbana representa el tamaño excesivo de la ciudad mayor de un territorio, tanto en clave demográfica como funcional, en comparación con las restantes (Zoido et al., 2013). Los mapas de Macrocefalia urbana de 1960 y 2015 destacan el aumento de población en todas las ciudades principales de cada provincia. Las ciudades más pobladas de cada provincia coinciden en las dos fechas analizadas, con las excepciones de Ciudad Real (1960: Puertollano), Gijón (1960: Oviedo) y Talavera de la Reina (1960: Toledo). En 2015, sólo cuatro ciudades no se corresponden con capitales provinciales (Vigo, Gijón, Jerez de la Frontera y Talavera de la Reina). Las variables cartografiadas en los dos mapas marcan las diferencias entre una España litoral y urbana (más el área metropolitana de Madrid y Zaragoza) y otra de comportamientos más rurales. Un volumen elevado de población residente en la principal ciudad del sistema provincial es importante para la obtención de altas tasas de residentes en municipios urbanos (más de 10.000 habitantes), pero no siempre es un factor determinante. Es decir, fundamentalmente en 2015, las altas tasas de población urbana dependen de variables más complejas (metropolitanización, periurbanización, redes urbanas, etc.), no sólo vinculadas al peso de la ciudad principal. Asimismo, los sistemas urbanos más complejos y equilibrados tienen un menor porcentaje de población residente en el municipio más poblado y una mayor tasa de población residente en municipios de más de 10.000 habitantes. Los mejores ejemplos son los casos de Asturias y Cádiz en 1960; y A Coruña, Alicante y Cádiz en 2015. En el lado opuesto, el crecimiento porcentual de población urbana en provincias como Zaragoza, Álava o Valladolid se han fundamentado en el aumento del peso de su ciudad principal. Los ejes mediterráneo, atlántico y cantábrico han aumentado su índice de población urbana sin que se produjese, en general, un aumento de la representatividad relativa de su ciudad más poblada, aspecto que señala una tendencia a la madurez del sistema. Por el contrario, en provincias con baja tasa de población urbana en 2015 (Teruel, Cuenca, Segovia y Ávila), ha aumentado su macrocefalia, al crecer el porcentaje de población residente en su municipio más poblado.
Por último, se ha incorporado un gráfico sobre la Jerarquía urbana según indicadores de actividad económica de todos aquellos municipios de más de 100.000 habitantes en 2014, distinguiendo sus resultados en función del rango urbano ocupado. Las dos ciudades principales del sistema (Madrid y Barcelona) obtienen los más altos índices de actividad económica y están entre los municipios con más bajas tasas de paro. Aunque con algunas excepciones, el índice de actividad económica está directamente relacionado con el tamaño poblacional del municipio: más alto en aquellas ciudades más pobladas. Por su parte, la tasa de paro no depende tanto de la importancia demográfica de la ciudad. Así, aunque es más complicado obtener patrones de comportamiento, destacan dos conclusiones. Por un lado, los dos grupos de municipios situados entre 250.000 y 999.000 habitantes se localizan en los mismos tramos en el gráfico y ocupan lugares intermedios de paro (desde 12,3% de Palma de Mallorca hasta 20,5% de Las Palmas de Gran Canaria). Por otro, la variabilidad de los de menor rango (100.000-249.999 habitantes) es muy alta: desde 8,7% de San Sebastián hasta 22,8% de Telde, las dos más altas y bajas, respectivamente, de todas las ciudades españolas de más de 100.000 habitantes. Por lo tanto, en este rango urbano, las tasas obtenidas están poco relacionadas con factores de tamaño demográfico.
Áreas metropolitanas
Área metropolitana El término ÁREA METROPOLITANA se utiliza en este Atlas para describir la nueva forma de la ciudad actual, en la que el espacio construido y, con ello, el de las funciones y flujos supera los límites tradicionales, físicos y administrativos de la ciudad tradicional para abarcar territorios cada vez más extensos. Por encima de su potencial plasmación jurídico-política, es el nuevo espacio de vida, colectivo y compartido, del ciudadano contemporáneo. Reconocer esta realidad no es solo un mero objetivo académico, estadístico o territorial, sino también una necesidad para adecuar numerosas políticas públicas a la escala real en la que estas requieren ser abordadas. |
Tabla de delimitación de las Áreas Metropolitanas
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Muchos son los argumentos disponibles para definir, delimitar y explicar lo que se denomina área metropolitana, desde los más simples de tamaño demográfico o de carácter administrativo, a otros más complejos basados en relaciones funcionales, pasando por los que incluyen elementos de naturaleza morfológica o de densidad. En España no existe una delimitación oficial de áreas metropolitanas, pero en la experiencia internacional hay un cierto acuerdo en que la más identificable, coherente y potente de las líneas de trabajo en torno a la cuestión es la que utiliza a la movilidad residencia-trabajo como variable clave a la hora de instrumentalizar el procedimiento de delimitación de las áreas metropolitanas y así se ha hecho en este Atlas. Significativamente, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha empezado a publicar, dentro del proyecto europeo Urban Audit, indicadores urbanos para las «Áreas Urbanas Funcionales» españolas delimitadas a partir de dicha variable, y que se asemejan en gran medida a las presentadas aquí bajo la denominación de áreas metropolitanas.
En total se ha identificado un conjunto de 44 áreas metropolitanas, que incluyen a 1.309 municipios y albergan a más de 33 millones de habitantes. En su composición jerárquica incluyen desde grandes regiones metropolitanas de rango continental, como Madrid y Barcelona, hasta pequeñas áreas, con unas mínimas coronas metropolitanas que no se extienden más allá de un par de municipios contiguos. Entre esos dos polos, toda una amplia variedad de tamaños y formas de desarrollo urbano que dotan de una gran complejidad y riqueza al sistema metropolitano español, pero dentro del cual podría destacarse el proceso creciente de fusión entre áreas metropolitanas contiguas, sobre todo en la franja litoral (Málaga-Marbella, Alicante-Elche, Pontevedra-Vigo, etc.)
Si se realiza un análisis evolutivo se comprueba un alto grado de consolidación en sus componentes, en su organización jerárquica y en sus dimensiones territoriales, lo que fundamentalmente significa que el sistema metropolitano español tiene ya, como por otra parte es fácil de entender, un carácter estructural y dominante en el conjunto de su sistema urbano. Ello se comprueba tanto en la estabilidad de los componentes del universo metropolitano como en su creciente participación y preponderancia en la configuración del sistema urbano. Dicho en forma simple, el sistema urbano en España es básicamente un sistema metropolitano.
En cambio, si se evalúan las dinámicas demográficas y urbanísticas, nos hallamos muy lejos de esa perspectiva de estabilidad, ya que los espacios metropolitanos españoles se constituyen en principales receptores del fuerte crecimiento poblacional registrado en nuestro país, absorbiendo en el período 2001-2011 el 90% del crecimiento total, lo que implica casi cinco millones y medio de habitantes metropolitanos más y una tasa de crecimiento del 20% en la década. Por su dimensión e intensidad, estas cifras, junto a las incluso superiores de crecimiento del parque residencial, son difíciles de asumir en sistemas urbanos relativamente maduros como el español, y sólo la evaluación del progresivo ajuste poscrisis permitirá comprobar qué parte de ese crecimiento es permanente y cuál otro ha tenido carácter coyuntural.
Sobre esa evaluación global, los matices que revelan el análisis particularizado muestran diferencias, no tanto por niveles jerárquicos del sistema metropolitano sino por ámbitos territoriales diferenciados. De esta forma, y con una clara lógica, las áreas metropolitanas no son sino el reflejo de las dinámicas demográficas de los respectivos territorios donde se insertan. En ese sentido, la contraposición entre la cornisa galaico-cantábrica de un lado y el arco mediterráneo y los espacios insulares del otro es especialmente significativa, ya que mientras los primeros muestran para ese periodo una clara tendencia a la estabilidad poblacional, aunque no en lo relativo al crecimiento del suelo artificializado y el parque de viviendas, también en franco crecimiento (ver gráficos Usos del suelo en las áreas metropolitanas y Variación de los suelos urbanos…), los segundos se constituyen en los ámbitos más dinámicos del sistema metropolitano.
Dimensión socio-demográfica de la ciudad
La escasez de vivienda es un componente estructural de directa influencia en la lectura sociodemográfica de las ciudades españolas, especialmente en las más grandes. No obstante, desde los últimos decenios del siglo pasado ha de ser interpretada con mayor precisión dados los profundos cambios experimentados e inducidos, tanto por la llegada de inmigrantes, como por la propia deriva de la estructura de la población autóctona. No existen patrones precisos sobre el asentamiento de los primeros; a menudo se concentran en barrios que padecen una cierta obsolescencia y envejecimiento, y es frecuente que ocupen barrios que fueron construidos en los años del desarrollismo para el aluvión de la inmigración nacional. Los inmigrantes hispanoamericanos y africanos suelen agruparse en barrios específicos. Algunas comunidades tienen pautas propias: por ejemplo, los chinos suelen concentrar sus actividades mayoristas en polígonos concretos, en tanto que la residencia se vincula más a sus establecimientos al detalle. Por lo general, estos perfiles de inmigración no deben ser identificados con barrios degradados, sino más bien modestos. La presencia de inmigrantes ha supuesto en ellos el mantenimiento de servicios públicos (educativos, sanitarios, de transporte, etc.) que se habrían deteriorado en barrios de clara regresión demográfica. Respecto a los inmigrantes europeos existen menos modelos que puedan ser extrapolados. Los procedentes de países con nivel de desarrollo elevado se incorporan generalmente a espacios centrales y suelen contribuir a su gentrificación. Los procedentes de la Europa oriental poseen pautas más complejas y debe destacarse que un importante porcentaje de la población proveniente de Rumania y Bulgaria conforma un sector poco integrado y ubicado en zonas desfavorecidas o en proceso de cambio social.
Barcelona
La población extranjera alcanza el 17% en Barcelona. Los italianos son el colectivo más numeroso, más de 25.000 personas, y con localización vinculada al Eixample y otros barrios acomodados entre este sector y los pies de Collserola. Respecto a la concentración de inmigrantes destacan barrios como la Ciutat Vella, donde cuatro de cada diez residentes lo son, con gran presencia de pakistaníes y marroquíes. Esta realidad, palpable desde hace decenios en el Raval, se ha intensificado durante los últimos años en el barri Gòtic y en los vecinos barrios de la Barceloneta y de Poble Sec, en los que las procedencias de los inmigrantes son variadas (magrebíes, dominicanos, pakistaníes, etcétera). En el extremo septentrional, Torre Baró y Trinitat Vella, también se produce una importante concentración, en el caso de Torre Baró de procedencia mayoritaria hispanoamericana. Son dos sectores con un alto grado de vulnerabilidad social, tanto de la población original como de la inmigrante. |
Vigo
Vigo es un buen ejemplo del llamado invierno demográfico de muchas localidades españolas debido a la caída de la natalidad y al envejecimiento de la población; aunque también ha de tenerse en cuenta que muchas personas jóvenes optan por comprar su vivienda en otros municipios cercanos en los que el valor del suelo es menor. La parte del ensanche más cercano al Casco Vello es la zona más envejecida de la ciudad, especialmente por la competencia del sector servicios con el uso residencial. Bouzas y Teis, dos barrios fronteros a la ría y que cierran el núcleo urbano por el oeste y el este son sectores originalmente modestos sometidos a un progresivo envejecimiento; al igual que la zona periurbana situada hacia el sur: Beade, Bembrive, Valadares y Zamáns. Por el contrario, las zonas de expansión residencial más reciente al oeste son las más dinámicas y de estructura demográfica más joven: Comesaña, Coruxo, Navia, Oía, etcétera. |
Respecto a la población española, el mosaico social de las ciudades está muy condicionado por el precio del suelo y por la antigüedad en la ocupación de la vivienda; pero no es fácil establecer un mapa de las diferentes áreas sociales, con la excepción de los dos extremos: los barrios ocupados por las clases sociales más altas y los ocupados por las más desfavorecidas. El hogar de la clase media española actual difumina las situaciones de fracaso social, especialmente ante el paro, por cuanto que las nuevas generaciones han debido regresar o no han abandonado nunca la residencia familiar ante la imposibilidad de afrontar el coste de un hogar propio. Así, la menor senectud de muchos sectores a efectos del Padrón Municipal no es indicador de una situación más ventajosa que la de barrios con población envejecida, ya que la presencia de población más joven responde, en parte, a su dependencia del salario o jubilación de sus mayores.
En cuanto a las bolsas de población más vulnerable, ligadas a barrios marginales, poseen también trayectorias diversas por cuanto que, o bien se adscriben a ámbitos poco accesibles de espacios metropolitanos o bien comportan bolsas de suelo en el interior de las ciudades que, cuando el interés inmobiliario encuentra su oportunidad, cambian de sesgo en pocos años a través de procesos de gentrificación.
Morfología y estructura urbana
La forma de muchas ciudades españolas suele estar muy influida por un pasado largo que hunde sus orígenes en la Edad Antigua. Sin embargo, y a pesar de que existen no pocas excepciones (Tarragona, León, Zaragoza, etc.), la mayor parte de su morfología urbana suele tener un claro rastro medieval manifestado aún en la presencia de potentes centros y arrabales históricos, tal y como puede apreciarse en el plano de Cáceres de Francisco Manuel Coelho. Se trata de entramados urbanos de carácter orgánico, con formas irregulares, tanto en viarios como en parcelarios. Los barrios medievales poseen, además, los hitos, sobre todo religiosos, que los hacen reconocibles y sus espacios públicos más significativos, especialmente las plazas centrales. El crecimiento durante la Edad Moderna, pese a que paradójicamente España estuviese imponiendo un modelo de ciudad planificada en sus colonias, continúa siendo de carácter orgánico y con relativamente escasas operaciones de reforma interior o de ensanche. La morfología urbana traduce, no obstante, las importantes vicisitudes que experimenta el país durante aquellos siglos: monumentalidad de edificios públicos, religiosos y nobiliarios, la conformación formal y conceptual de las plazas mayores (aunque algunas de ellas derivasen de espacios ya centrales de la ciudad) y la creación, a menudo extramuros, pero con excepciones, de alamedas y espacios de ocio y solaz que se convierten en ámbitos de sociabilidad.
La Edad Contemporánea, con la implantación del modelo burgués de ciudad, supondrá un cambio cualitativo y cuantitativo de buena parte del sistema urbano español. Los cambios se concretan sobre todo desde la mitad del siglo XIX y, se ligan a la presencia del ferrocarril, que a efectos de la morfología urbana supone una alteración notable de buena parte de los extrarradios de la época y la creación de nuevos obstáculos a la expansión. La aparición de las estaciones, en algunos casos de dimensiones monumentales, marcará un nuevo hito de modernidad que no solo atrae las miradas, sino también los ejes de crecimiento burgués de la ciudad (encontramos buenos ejemplos en Oviedo, Vitoria-Gasteiz, Lleida, …). De hecho, el modelo de transformación y crecimiento urbano burgués se establece de forma dual siguiendo modelos que, por otro lado, también se implantan en la época en otros países europeos.
Entre la mitad del siglo XIX y la del XX, aproximadamente, se establece una política de reforma interior y de ensanche. La primera se lleva a cabo intramuros y se justifica en la necesidad de higienizar y dar salubridad a los viejos, compactos y hacinados cascos históricos; pero en realidad supone la destrucción, aunque sea parcial, del modelo urbano del Antiguo Régimen y, también, la activación económica de importantes bolsas de suelo del que, además, se expulsa a la población original. Especulación, segregación y control urbanos se asientan en las poblaciones españolas durante los últimos decenios del siglo XIX, con un proceso más temprano y acentuado en las más grandes, estableciendo un conjunto de estrategias del capital inmobiliario que, con sus adaptaciones, se mantiene en la ciudad actual. Entre las operaciones de reforma interior más potentes hay que señalar las que son conocidas genéricamente como gran vía (Madrid, Granada, Murcia, etc.) o que con otros nombres responden a la misma realidad (calles Larios de Málaga, de la Paz en Valencia, via Laietana en Barcelona, …).
Los ensanches son el modelo de ciudad burguesa por excelencia. Con sus trazados geométricos en los que predomina el entramado ortogonal, como se observa en el plano de San Sebastián, se adosan contrastando con las formas irregulares a los cascos históricos. El de Barcelona (Ildefonso Cerdá, 1859) se ha constituido, no solo como la acomodación en España de corrientes urbanísticas europeas de la época, sino como una aportación conceptual sobre la forma de construir ciudad que, pese a los cambios acaecidos en su implementación, sigue representando una aportación española a la historia del urbanismo. Los ensanches no solo ofrecen un escenario al gusto de la nueva burguesía, que en ellos ha desarrollado su imagen a través de distintos estilos arquitectónicos, también son espacios en los que se ensayan las divisiones funcionales y, dentro de la residencial, la de distintos estratos sociales.
Las ciudades españolas, al mediar el siglo XX, especialmente en las más dinámicas, se diferencian en tres zonas básicas: los cascos históricos, los ensanches y la orla periférica de urbanización ilegal en la que se aloja una parte importante de la potente inmigración que se había producido hacia ellas desde los últimos decenios del siglo anterior. Esta realidad cambia en la segunda mitad de los años cincuenta, cuando se empieza a levantar un importante entramado de viviendas, la mayoría beneficiaria de los subsidios de la protección oficial, que rellena los intersticios que había dejado el urbanismo ilegal y crea nuevos polígonos residenciales. La Carta de Atenas de 1933 inspira los proyectos de muchos de estos polígonos, aunque son aplicados intensificando los parámetros de carga residencial y minimizando los equipamientos y espacios libres (ver imagen de Bellvitge). De hecho, tras las elecciones municipales de 1979, una de las primeras tareas es acometer un urbanismo que asumiese mayor sosiego a la morfología urbana –los años sesenta y setenta habían sido muy esquilmadores de los valores de los centros históricos y, en menor medida, de los ensanches–, una mejor distribución de funciones, especialmente de las molestas o nocivas, y un mayor equilibrio en los servicios de los barrios.
Los últimos años del siglo XX y principios del XXI supusieron un nuevo cambio en la estructura urbana. De una ciudad dual con un centro equipado de los servicios esenciales y una periferia no dotada, se pasa a otra de centralidades periféricas, por cuanto que los nuevos sistemas de movilidad facilitan el acceso a nuevas fórmulas de ocio y consumo, sobre todo en las grandes superficies cercanas a los nodos de transporte y aparentemente en terreno de nadie (ver imagen del Parque Principado, situado en el centro de Asturias). Al tiempo aparecen periferias centrales, o grandes espacios desmantelados por la reconversión industrial o por el agotamiento demográfico y degradación social de sus barrios. El aprovechamiento de algunos de estos ámbitos desmantelados por operaciones urbanas que proveen a las ciudades de una imagen de superación y competitividad pasa a ser una prioridad de muchos municipios. El ejemplo más conocido es el complejo de Abandoibarra en Bilbao, con la presencia del museo Guggenheim como buque insignia, pero también se rastrea en Valencia y su Ciutat de les Arts i les Ciències o en Barcelona en torno al puerto histórico y la Vila Olímpica, entre otros ejemplos. De hecho, el período previo a la crisis de 2008 se caracteriza por la gran inversión en obras públicas que, además de metabolizar los espacios dejados por equipamientos obsoletos (puertos, cuarteles, instalaciones ferroviarias,…), genera nuevos equipamientos, a menudo de difícil o imposible gestión.
La crisis ha generado un período de reflexión, contención y digestión de muchos proyectos inacabados en la mayor parte de las ciudades españolas. Sin embargo, y pese a la parálisis urbana a que llevó, está desembocando, al final del segundo decenio del siglo, en una reactivación, aún moderada, pero que indica un claro repunte del que es difícil predecir su evolución. Es interesante, no obstante, cómo en estos años, muy difíciles para las arcas municipales, hay ciudades que han reaccionado con proyectos innovadores y basados en la cultura como referente, aunque no exentos de un interés especulativo. Entre ellas destaca Málaga, que con su apuesta por museos de minifranquicia o similar (Centre Pompidou, museo Ruso, museo de Carmen Thyssen), surgidos en el entorno del museo Picasso Málaga, ha establecido todo un programa de recuperación de espacios históricos (centro, puerto, industrias desmanteladas,…).
En la página Libros Digitales del ANE puedes descargar la obra completa España en mapas. Una síntesis geográfica.