Discusión:Sistema urbano y áreas metropolitanas
España en mapas. Una síntesis geográfica
Compendios del Atlas Nacional de España. Actualizado
Estructura temática > Población, poblamiento y sociedad > Asentamientos humanos > Sistema urbano y áreas metropolitanas
Un sistema urbano puede definirse como un conjunto de asentamientos interconectados dentro de un territorio, donde cada uno de ellos desempeña roles específicos en la escala supramunicipal, lo que determina su jerarquía. De esta forma, la organización funcional delimita un sistema (Duncan, 1960), que teje un ámbito común de relaciones mutuas, aunque asimétricas, entre nodos. Este marco espacial es, a su vez, una unidad de análisis y aplicación de políticas socioeconómicas (Terán, 1969).
El tamaño, la cantidad y la variedad de asentamientos, flujos y actividades determina su dinamismo, complejidad y madurez. La inclusión de nodos en el sistema depende de unos criterios inequívocos de definición de lo urbano, de lo que España, como otros países, carece. Para realizar un análisis inicial, dividir el espacio en dos partes es simplista, aunque puede resultar útil. Por ejemplo, se puede inferir de la Ley 45/2007, de 13 de diciembre, para el desarrollo sostenible del medio rural, que lo urbano es aquel espacio geográfico construido que posee una población de 30.000 habitantes o más, o una densidad poblacional que excede los 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Esto es compatible con la existencia de clasificaciones menos complejas, pero más habituales. El Instituto Nacional de Estadística utiliza el umbral de los 20.000 habitantes para determinar las unidades espaciales del proyecto Urban Audit, aunque mucho más extendido es el uso del umbral de los 10.000 habitantes.
A partir de este, se pueden establecer los niveles del sistema urbano español. En el análisis del mismo, se debe tener en cuenta la influencia de las organizaciones preexistentes del Estado y de los distintos ciclos económicos, lo que ha resultado también en la aparición de subsistemas urbanos.
Desde 1860 a 1900, lo urbano en España alcanza una magnitud superior a la hasta entonces conocida. De hecho, la tasa de crecimiento medio anual de la población urbana más que duplicó la de la población total. En esos momentos predominaba una España rural y agraria (solo uno de cada tres españoles vivía en núcleos de más de 10.000 habitantes) y el sistema urbano se caracterizaba por su bicefalia e inmadurez. Mientras Madrid y Barcelona lograban superar los 500.000 habitantes, proliferaban pequeñas ciudades de alrededor de 10.000 habitantes, incluyendo aquí buena parte de las capitales provinciales establecidas en 1833. En términos geográficos, era un sistema urbano más vigoroso en el área meridional y costera, que muy gradualmente denotó el mayor impacto de la explotación minera, la industrialización y la expansión de la red ferroviaria en la parte septentrional.
En la primera mitad del siglo XX, las dos principales ciudades del país fueron las más beneficiadas de la primera transición demográfica y de los flujos demográficos interiores (principalmente tras la I Guerra Mundial). En menor medida sumaron efectivos poblacionales los subsistemas costeros del norte (Bilbao, Santander, Donostia/San Sebastián) y de todo el arco meridional y sudoriental (València, Málaga, Sevilla, Murcia). A estos les siguen de lejos algunas capitales provinciales de interior o insulares, que despuntaron en un contexto previo al éxodo rural de mitad de siglo (Zaragoza, Granada, Córdoba, Valladolid, Palma, etc.).
La política desarrollista de la dictadura franquista a partir de 1960 afianzó las ganancias y las pérdidas demográficas. De la organización centralista del Estado se vieron favorecidas también las capitales provinciales (centros delegados del poder político estatal). Evidencia de ello es el tratamiento diferencial que la primera Ley de Suelo (1956) hace de ellas, junto con aquellas ciudades que albergaban más de 50.000 habitantes. Ambas se ven obligadas a la elaboración de un índice municipal de Valoración del Suelo y a la formación de un Presupuesto especial de Urbanismo. En definitiva, esto lleva a la redacción de sus planes generales de ordenación urbana, que guiarán su crecimiento inmediatamente posterior.
Ya en 1960, la población de España era más urbana que rural. El 56,69% residía en municipios de más de 10.000 habitantes (418 de 9.200 habitantes). De ellos, solo Madrid (2.606.254) y Barcelona (1.557.863) superaban el millón de habitantes. València era el único municipio de entre el medio millón y el millón de habitantes (505.066). El siguiente nivel (entre 100.000 y 500.000 habitantes), donde despuntaba Sevilla (442.300), se componía de una serie de 23 ciudades, de las que más de la mitad tenía una población inferior a 150.000 habitantes. Por lo tanto, el sistema urbano seguía siendo claramente bicefálico, y en la distribución territorial de los niveles inferiores la tendencia a situarse en la costa, o cercano a ella, solo era rota por algunas capitales provinciales. De entre ellas, las más pobladas serían a la postre capitales autonómicas: Sevilla, Zaragoza y Murcia. En este grupo de ciudades medias, solo seis carecían del estatus político de capital provincial, si bien Sabadell y L’Hospitalet de Llobregat formaban parte ya del área metropolitana de Barcelona. El resto (Vigo, Jerez de la Frontera, Gijón y Cartagena) justificaban su posición por el peso de sus actividades portuarias e industriales (ver mapa Municipios de más de 10.000 habitantes, 1960).
Los núcleos del sistema urbano español inferiores a 100.000 habitantes ejercían su influencia política y económica sobre un entorno marcadamente ruralizado y dependiente, con población laboral adscrita de forma mayoritaria al sector primario, tónica dominante en la España preindustrial. Cuando la industrialización desarrollista pasó de largo, los centros urbanos capitalinos y, en menor medida, las cabeceras comarcales, reforzaron el protagonismo del sector secundario (construcción) y del terciario (administrativo y comercial), como alternativas funcionales. Esta era la situación de buena parte de la España interior, donde las agrovillas (Campesino, 2012) mantenían fisonomías urbanas, pero esencia rural.
Así, durante los últimos 60 años, el sistema urbano ha madurado debido a muchos cambios y de toda índole. El desarrollo industrial en polos favoreció un fuerte éxodo rural generalizado y una equivalente concentración urbana en pocas ciudades. Posteriormente, la democratización del Estado a partir de 1978 y su descentralización promovió un lento pero continuo incremento del policentrismo, sustentado en nuevas infraestructuras. Esto mitigó la pérdida demográfica de algunas regiones y, principalmente en aquellas menos pobladas, ha potenciado a las ciudades designadas capitales autonómicas (Escolano, 2012), anteriormente capitales provinciales salvo Mérida (Extremadura) y Santiago de Compostela (Galicia).
El resultado es que, en el año 2021, un 79,72% de la población en España es urbana. El incremento poblacional entre 1960 y 2021 ha sido de 16.872.259 habitantes, periodo en el que los municipios con más de 10.000 habitantes han sumado 20.480.695 de efectivos. Su número también ha aumentado considerablemente hasta los 759 municipios sobre un total de 8.131, lo que significa que su peso relativo se ha duplicado (del 4,54% en 1960 ha pasado al 9,33% en 2021). Como muestra el gráfico Variación de los municipios de más de 10.000 habitantes por comunidades autónomas, en los últimos 25 años, este cómputo ha añadido 142 municipios, ubicados mayoritariamente en las comunidades autónomas más pobladas (Andalucía, Cataluña, Comunitat Valenciana y Comunidad de Madrid) o algunas bajo el influjo de la capital nacional, como Castilla-La Mancha. Solo el Principado de Asturias y Galicia, ambas con un poblamiento muy disperso, han sufrido un retroceso en el número de municipios de más de 10.000 habitantes desde 1996.
Si bien los dos nodos principales de la jerarquía urbana no han cambiado, sí lo ha hecho su valor relativo. Desde 1960, Madrid ha sumado más de un millón de residentes, mientras que Barcelona, con un término municipal prácticamente colmatado, apenas ha crecido. Esto ha implicado que, en 2021, en comparación con 1960, acumulen un 2,16% menos población sobre el total nacional (4.905.010 habitantes de 47.400.798). Por el contrario, sus periferias sí han crecido de manera notable, al igual que el número de ciudades con más de 500.000 habitantes, que ahora son cuatro (València, Sevilla, Zaragoza y Málaga) y suman 2.732.675 habitantes.
Uno de los niveles que demuestra la maduración del sistema urbano español desde 1960 a 2021 es el que comprende a las ciudades medias, es decir, aquellas entre 100.000 y 500.000 habitantes. Estas han pasado de ser 23 a 57, con un reparto más equilibrado en el territorio nacional. En conjunto suman 11.230.168 habitantes, con una participación muy destacada del subsistema andaluz, seguido de las ciudades catalanas y madrileñas. En los últimos 25 años este grupo ha sumado ocho nuevos municipios, en contraposición con el primer nivel jerárquico que se mantuvo estable.
Por otro lado, las entidades urbanas de menor tamaño (por debajo de 100.000 habitantes) han experimentado un gran crecimiento desde 1960. Tanto es así que en 2021 representan algo más de la mitad de la población urbana española (18.919.047 personas). En número el incremento también ha sido significativo, pues de 392 municipios entre 10.000 y 100.000 habitantes en 1960, se ha pasado a 696. En los últimos 25 años se observa como los principales incrementos se dan en el grupo de 30.001 a 50.000 habitantes, seguido del de 20.001 a 30.000. A pesar de este incremento generalizado de la base, tendente al policentrismo, aún en 2021 cuatro provincias (Ávila, Palencia, Segovia y Soria) solo tienen un municipio con más de 10.000 habitantes.
En consecuencia, el mapa de Municipios de más de 10.000 habitantes de 2021 refleja tres dinámicas demoterritoriales: la alta concentración urbana en los dos primeros rangos de ciudades, reforzada por su metropolitanización; el surgimiento de un subsistema de ciudades medias, con especial relevancia en el interior; y la litoralización en la distribución de los núcleos urbanos.
Además, la madurez de un sistema urbano puede medirse a través de una gran variedad de indicadores. Uno de los más comunes es el índice de primacía, que se utiliza para evaluar el grado de dominio de la ciudad más poblada de un territorio en comparación con las que le siguen. Los valores altos denotan la existencia de un sistema macrocéfalo, es decir, aquel con un tamaño excesivo de la ciudad mayor en comparación con las restantes (Zoido et al., 2000), mientras que los valores bajos indicarán un mayor equilibrio. Los mapas de Macrocefalia urbana de 1960 y 2021 muestran el incremento demográfico en todas las ciudades principales de cada provincia. Si la comparación se establece entre 1960 y 2001 ocurre lo mismo, salvo en Barcelona y Melilla. El comportamiento es diferente desde el inicio del siglo XXI hasta el año 2021, ya que hasta 12 de las ciudades más pobladas de cada provincia pierden efectivos demográficos (Granada, León, Ourense, Palencia, Salamanca, Santa Cruz de Tenerife, Santander, Segovia, Sevilla, Valladolid, Bilbao y Zamora).
En este grupo de ciudades más pobladas de cada provincia apenas hay cambios. De hecho, entre 1960 y 2001 todas coinciden con las excepciones de Ciudad Real (1960: Puertollano), Gijón (1960: Oviedo) y Talavera de la Reina (1960: Toledo). Si se suma al análisis el año 2021, la única alteración con respecto a 2001 se da en la provincia de Toledo, cuya capital provincial retoma la posición puntera. De hecho, son las capitales provinciales las auténticas protagonistas de este grupo. En 2021, solo Jerez de la Frontera, Gijón y Vigo no tenían esta condición.
Los tres mapas denotan la evolución de lo urbano en todas las provincias, y a su vez, la mayor concentración urbana en el litoral. El mapa referido a 2021 es el más claro al señalar que un número elevado de población residente en la principal ciudad de la provincia está correlacionado, aunque de forma imperfecta, con un alto porcentaje de residentes en municipios urbanos (más de 10.000 habitantes). Esta correlación se pierde al contrastar tamaño poblacional del municipio con su grado de macrocefalia.
En todo caso, los sistemas urbanos más equilibrados y maduros tienen un menor porcentaje de población residente en el municipio más poblado y una mayor tasa de población residente en municipios de más de 10.000 habitantes. Es decir, no adolecen de macrocefalia, aunque su grado de urbanización sea alto. En el año 1960, los mejores ejemplos estaban en los casos de Asturias y Cádiz, mientras que, en 2001, era en Alicante y Cádiz. En el año 2021 se encuentran en esta situación las provincias de Alicante, Cádiz y Santa Cruz de Tenerife. No obstante, se debe destacar también el caso de Barcelona, debido a la importancia que han tomado las urbes de su área metropolitana ante la imposibilidad de un mayor crecimiento de la capital.
Por el contrario, en el año 2021 la macrocefalia está presente en Zaragoza, Álava y Valladolid. Este es un escenario que las grandes ciudades como Madrid y Barcelona han ido abandonando y que sí estaba presente a principio de siglo, e incluso, con mayor fuerza en 1960.
Por lo tanto, la evolución del sistema urbano ha tenido dos tendencias espaciales divergentes, mientras que el litoral y los espacios insulares repartían su población entre núcleos urbanos de menor jerarquía, las provincias del interior menos pobladas concentraban su población en sus capitales (de distinta jerarquía).
Índice de primacía El Índice de primacía se obtiene del cociente entre la primera ciudad más poblada y el sumatorio de las poblaciones de las cuatro mayores ciudades, incluida ella misma. Mide el grado de macrocefalia de un sistema y es una medida útil para estudiar variaciones en la importancia relativa de la ciudad más populosa de una región o país en relación con las ciudades que le siguen en cantidad de habitantes. Los valores oscilan entre 25 y 100, siendo 100 el valor extremo de macrocefalia y 25 el policentrismo extremo. Valores altos reflejan redes macrocéfalas; valores intermedios, redes bicéfalas o tricéfalas, y valores bajos, redes equilibradas. Un aumento en el índice de primacía a lo largo del tiempo indica una redistribución de la población entre las primeras cuatro ciudades a favor de la mayor, es decir una redistribución “concentradora”. Un descenso indicará lo contrario.
Fuente: Censos de población y viviendas 1960, 2001 y 2021. Padrón municipal 2015. INE |
Todos estos resultados, a escala de comunidades autónomas, son también observables a través de los valores numéricos del índice de primacía (ver tabla). En él, los más altos reflejan redes macrocéfalas, como el ejemplo por antonomasia que representa Aragón y todas las regiones uniprovinciales (excepto el Principado de Asturias), mientras que los valores intermedios-altos muestran redes bicéfalas o tricéfalas, y los valores bajos, redes equilibradas. Este último es el caso del País Vasco, donde la distribución poblacional es más equitativa. Desde 1960, la Comunitat Valenciana y Cataluña han experimentado las mayores disminuciones en su índice, lo que refleja una evolución hacia una distribución más equilibrada de la población entre sus principales ciudades. Estas diferencias subrayan la variedad en las dinámicas urbanas y demográficas de España a lo largo de las últimas décadas.
Finalmente, aunque la regla rango-tamaño es cada vez menos utilizada, establece una relación entre la distribución del tamaño de las ciudades y la madurez del sistema urbano. Según este modelo, al ordenar las ciudades por población de mayor a menor, la segunda ciudad más grande tendría aproximadamente la mitad de la población de la urbe más grande, la tercera un tercio, y así sucesivamente.
El sistema urbano español entre 1960 y 2021 ha mantenido una alta correlación entre la población observada y la esperada, con algunos pequeños desajustes en las primeras cuatro ciudades que siguen a la más poblada. Sin embargo, la adecuación varía bastante por regiones. Por ejemplo, en el caso andaluz se sigue la regla, aunque con una desviación constante hacia una mayor concentración urbana de la esperada. Otros casos, como el aragonés, ejemplifican el alto desequilibrio de su sistema urbano en favor de Zaragoza, lo que ha generado un importante salto de escala entre su primer nivel y los subsiguientes.
Áreas metropolitanas
Los términos áreas metropolitanas y áreas funcionales urbanas se utilizan para describir la nueva forma de los territorios urbanos, en los que el espacio construido, las funciones y los flujos superan los límites físicos y administrativos de la ciudad tradicional para abarcar extensiones cada vez mayores gracias a la expansión de las redes de movilidad y a las nuevas tecnologías de hiperconectividad. Más allá de sus límites territoriales y de su categoría jurídico-política, están los nuevos espacios de la vida, colectiva y compartida, del ciudadano contemporáneo en el que se desarrollan los mercados laborales e inmobiliarios. Reconocer esta realidad no es un mero objetivo académico, estadístico o territorial, sino una necesidad para adecuar las políticas públicas a la escala real en la que estas requieren ser abordadas si se pretende su eficacia. |
Tradicionalmente se ha identificado lo urbano y lo rural en oposición, vinculando lo urbano con las densidades, concentración económica, centralidad en la dotación de servicios, intensidad de las infraestructuras, altos niveles de renta, congestión, contaminación, etc. En contraposición, lo rural se relaciona habitualmente con la dispersión demográfica, actividad económica agraria, aire puro, naturaleza… Muchas cosas no han dejado de ser ciertas, al menos en términos relativos, pero, en la medida que todo se ha complejizado, ambos mundos han quedado engarzados por la expansión de las redes urbanas. La dispersión urbana, la conectividad, los equipamientos, la terciarización económica, y también la riqueza, han colonizado una parte del otrora territorio rural. ¿Cómo se acota lo urbano en este contexto?
Multitud de autores desarrollaron sus propias teorías y conceptos para recoger las nuevas realidades territoriales que se estaban gestando en sus contextos geográficos. Desde que Luis Wirth (1938) publicase Urbanism as a Way of Life, hace ya más de ochenta y cinco años, se han ido acumulando trabajos teóricos y empíricos. Entre los ejemplos más significativos en España se encuentran los trabajos de la Comisión de Planeamiento y Coordinación del Área Metropolitana de Madrid desde 1964. Con posterioridad no han dejado de aparecer nuevas propuestas metodológicas entre las que destacan la definición de lo urbano de Capel (1975), el análisis de las áreas metropolitanas en España de Esteban Alonso (1981), el trabajo coordinado por López Groh (1987) sobre la crisis de las áreas metropolitanas españolas, la publicación de Vinuesa y Vidal (1991), o los trabajos sobre mercados locales de trabajo de Salom Carrasco (2007), entre otros muchos imposibles de citar. Más recientemente, el Atlas Estadístico de las Áreas Urbanas de España del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible (2023) merece una mención especial debido a su iniciativa institucional. Ha sido actualizado periódicamente desde el año 2000 y se ofrece en versión digital desde 2007. También es aquí importante mencionar las publicaciones del Instituto Nacional de Estadística dentro del proyecto europeo Urban Audit.
Especial atención merecen las aportaciones metodológicas de Feria Toribio y sus colaboradores (Feria y Bernabéu, 2016). En sus investigaciones han abordado el análisis del sistema metropolitano español en 2001 y 2011 delimitando sus áreas metropolitanas a partir de los datos censales sobre movilidad residencia-trabajo. Para ello, primero realizaron una selección de los potenciales focos (municipios mayores de 50.000 habitantes) y les adscribieron los municipios más cercanos siempre que cumplan unas condiciones de flujo mínimo, absoluto y relativo. Posteriormente, agregan municipios a sus áreas metropolitanas realizando dos vueltas reiterativas de adscripción en las que el flujo estudiado es el constituido por el sumatorio con destino a los municipios que conforman el área metropolitana en el paso anterior. (ver mapa Delimitación de las áreas metropolitanas según la variable residencia-trabajo). Con ello fueron identificadas 44 áreas metropolitanas, que incluyeron 1.309 municipios.
La metodología de delimitación de Áreas Urbanas Funcionales (AUF) de Gómez Giménez es heredera directa de estos trabajos, aunque incorpora algunas novedades para ampliar el estudio funcional de los procesos urbanos más allá de la metropolización. El proceso de expansión metropolitano, esencialmente dinámico, está ligado a la previa existencia de una metrópoli en términos de concentración, fomentada por la recepción masiva de inmigración, el aumento de los servicios, las inversiones, los progresos económicos y las mejoras tecnológicas (Esteban, 1981). Sin embargo, el fenómeno metropolitano no es el único que aparece en nuestra realidad urbana. Si bien puede ser el que absorbe la mayor parte de los crecimientos demográficos, existen otros fenómenos no menos importantes de reseñar. Las dinámicas de integración funcional no son procesos monopolizados por las grandes metrópolis. La movilidad cotidiana pendular es también el principal modo de integración de los mercados de trabajo en el mundo rural (Camarero et al., 2009). En muchos lugares, este proceso de integración urbana funcional es una alternativa a la emigración frente a la ausencia de oportunidades laborales en el municipio de residencia. Por ello, se opta por el término genérico de “área urbana funcional”, un núcleo urbano caracterizado por una acumulación de actividades, flujos y personas en términos contextuales y el área de influencia que genera, funcionalmente dependiente, sobre un fluido espacio territorial circundante, más o menos dilatado. Con esta elección se evitan dos peculiaridades que el hecho metropolitano requiere: una concentración mínima y elevada en el núcleo matriz, bien sean 500.000, 50.000 habitantes o cualquier otra cifra, y una lógica de expansión que genera una transferencia del desarrollo urbanizador a las zonas de dependencia funcional. En la mayor parte de los fenómenos urbanos del territorio español no se conjugan estos dos fenómenos y por tanto no se puede hablar de procesos de metropolización.
Áreas Urbanas Funcionales (AUF)
Núcleo urbano funcional | Conjunto de asentamientos que originan la generación de un Área Urbana Funcional (AUF). Se caracteriza por la integración de su mercado laboral en base a la alta densidad de flujos y actividades en términos contextuales. Para su delimitación se ha partido como mínimo de un asentamiento continuo y compacto mayor de 10.000 habitantes. Se trata del conjunto de espacios propiamente urbanos, cuya densidad demográfica y socioeconómica provoca la dependencia funcional de un fluido territorio circundante, más o menos dilatado, donde residirán también usuarios de su mercado laboral e inmobiliario unificado. |
Área suburbana (1ª corona) | La primera de las áreas o coronas de influencia del núcleo urbano de un AUF. En ella el grado de dependencia funcional con respecto al núcleo es notable, pues más de un 30% de su población empleada se desplaza allí para trabajar. |
Área de difusión (2ª corona) | La segunda de las áreas o coronas de influencia del núcleo urbano de un AUF. En ella el grado de dependencia funcional con respecto al núcleo es más limitado, entre un 15% y un 30% de su población empleada se desplaza allí para trabajar. |
Área de influencia urbana difusa | Asimilable al rural conectado. Demarcación no adscrita a las AUF pero a la que aún llega, débilmente, su influencia funcional. En ellas el grado de dependencia de los núcleos urbanos es muy limitado, aunque entre el 10% y el 15% de su población empleada se desplaza a ellos para trabajar. |
Bordes del sistema interurbano | Asimilable al rural aislado. Conjunto de los territorios más alejados del sistema interurbano y menos interrelacionados con él. Menos de un 10% de sus residentes con empleo se desplazan a los núcleos urbanos para trabajar. |
Fuente: José Manuel Gómez Giménez. Fracturas socioespaciales en la Península Ibérica, 1986-2016. Tesis doctoral. Universidad Politécnica de Madrid. 2022 |
Con esta metodología se han delimitado 238 áreas funcionales urbanas, en las que han sido incluidos 3.395 municipios que acogían en 2021 al 91,7% de la población española (solo en los 614 municipios que conforman los núcleos vivía el 68,7%). Los territorios que hoy ocupan los núcleos de las áreas urbanas no han parado de ganar peso desde mediados del siglo XIX y en conjunto han acumulado el 88% de todo el crecimiento demográfico experimentado durante los siglos XX y XXI. Sin embargo, en las últimas décadas son los municipios de algunas áreas suburbanas y de difusión los que están experimentando los mayores crecimientos en términos relativos.
El espectro de realidades urbanas es muy amplio y está jerarquizado, situándose a la cabeza el área metropolitana de Madrid (que acoge a casi siete millones de personas), seguida de Barcelona (que supera los cinco millones) y otras quince que superan el medio millón de habitantes, hasta las 134 identificadas que no llegan a los 50.000. Entre ellas, hay decenas de áreas con núcleos de solo 10.000 habitantes que se enfrentan a grandes problemas para mantener su rol de centralidad en la provisión de servicios y trabajo. Todas comparten la generación de un área de influencia en el otrora medio rural circundante, pero en la mayor parte de los casos no aparece una transferencia de su proceso de urbanización. El anclaje funcional se ha producido en gran medida por el agotamiento de las posibilidades de supervivencia en ese territorio antaño rural. En este sentido, gran parte del área de influencia urbana, en especial de los núcleos de menor tamaño, continúa sumida en las lógicas de decrecimiento propias del éxodo rural (ver mapa Año del máximo demográfico municipal).
Dimensión socioespacial de la ciudad
La Unión Europea difunde una imagen de la ciudad como espacio de atracción y motor de crecimiento económico; como plataforma para reforzar la democracia participativa en contextos socioculturales diversos, y como ámbitos dotados de alojamientos equilibrados, y con servicios sociales, de salud y educativos para sus residentes. Una imagen que dista mucho de la reciente realidad.
Las ciudades son cada vez más complejas, por los efectos derivados de la creciente polarización y segregación socioespacial. El impacto de las sucesivas crisis en la cohesión social se tradujo en un aumento de las desigualdades, que han originado un orden espacial más complejo y diversificado que el existente entre los centros ricos y las periferias pobres. La ruptura de los lazos sociales se materializa en un nuevo mosaico urbano, en el que las relaciones humanas se regulan desde el principio de la competitividad en consonancia con el individualismo imperante. Este período, denominado por Bauman (2005) como la gran desvinculación, se aleja de los principios de equidad y sostenibilidad deseables para la convivencia urbana.
Los actuales riesgos sociales, que se ciernen fundamentalmente sobre inmigrantes, jóvenes, mayores y parados de larga duración, contribuyen a deteriorar la convivencia –llegando en ocasiones a la hostilidad– y a aumentar las situaciones de vulnerabilidad. Y, al mismo tiempo, generan efectos negativos en las redes de apoyo sociales, formales e informales.
En este contexto urbano diverso y fragmentado, la renta es determinante a la hora de elegir el lugar de residencia (Nel·lo, 2018). Las personas con menos recursos se concentran allí donde los precios y la calidad urbana –en términos de urbanización, vivienda, servicios, equipamientos o accesibilidad– son más bajos, mientras que las de mayor poder adquisitivo eligen y disfrutan de los sectores mejor dotados.
No obstante, la elección del lugar de residencia está condicionado por otros factores tales como:
- El diseño y la morfología urbana: la población de rentas altas tiende a residir en áreas dotadas con viviendas de alta calidad, amplios espacios públicos y zonas verdes, o en urbanizaciones cerradas homogéneas por su plus de seguridad. La dificultad de acceso a estos espacios favorece la presencia de residentes con menor renta y el consiguiente aumento de la densidad de ocupación en otras zonas como los polígonos de residencia masiva, concebidos para albergar a familias con ingresos medio-bajos y como espacios de realojo e integración (barriada de las 3.000 Viviendas, Sevilla; La Mina, Barcelona).
- La localización periférica de la vivienda pública, históricamente escasa en España, en correspondencia con los menores costes del suelo. Generalmente son sectores urbanos deficitarios o desprovistos de servicios y equipamientos, por lo que contribuyen a acentuar los procesos endémicos de segregación. La distancia tiene un impacto negativo sobre estos hogares menos favorecidos, por el incremento de los costes en tiempo y en dinero asociados a la movilidad pendular.
- Las barreras ambientales, tales como la presencia de vías de alta capacidad (Avda. Mare Nostrum, Almería), férreas (Cuenca) o de equipamientos “que la ciudad no quiere”, condicionan a la baja el precio de la vivienda y favorecen la aparición de enclaves de autoconstrucción (la Cañada Real, Madrid).
Los procesos de gentrificación y turistificación, por el contrario, elevan los precios del alquiler y del suelo, atrayendo a especuladores y nuevos residentes, mientras favorecen la expulsión de los de rentas medias y bajas.
Las intervenciones de rehabilitación y mejora de los barrios mediante las Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado (EDUSI) y Áreas de Rehabilitación Integral (ARI) pueden ocasionar de forma indirecta alzas en los precios de la vivienda e incluso cambios en su fisonomía social, por lo atractivo de su centralidad (Lavapiés, Madrid).
En España, aunque el mosaico social está condicionado fundamentalmente por el precio de la vivienda, es difícil cartografiar la diferenciación social entre los extremos ocupados por las clases altas y los barrios que cobijan a los más desfavorecidos, tanto en el interior de la urbe como en la periferia cada vez más alejada, por las dificultades que conlleva cuantificar el nivel de acceso a los equipamientos y servicios y la distancia social entre los distintos colectivos. Los inmigrantes, por ejemplo, suelen concentrarse en áreas envejecidas y obsolescentes. Con frecuencia ocupan barrios de aluvión construidos durante el desarrollismo, aunque muy pocas veces llegan a conformar enclaves étnicos (Usera en Madrid).
Ante la creciente fragmentación social y segregación urbana, algunas administraciones han diseñado en los últimos años estrategias para favorecer la cohesión social y territorial (Fondo de Reequilibrio Territorial en Madrid, o el Pla de Barris en Barcelona) o para incrementar la calidad de vida (Eidus, A Coruña). Sin embargo, lo más habitual es que la dimensión social quede en un segundo plano en los procesos de planificación y diseño urbano.
MADRID
En Madrid la renta neta media por persona es de 17.586 €. Es una de las capitales de provincia con mayor porcentaje de secciones censales con renta neta anual media por habitante elevada (39,1%), solo superada por Donostia/San Sebastián (54,9%) y seguida de cerca por Barcelona (35,7%). Sin embargo, es una ciudad muy desigual. El distrito más rico casi triplica la renta del más pobre. Y es que en la ciudad existe una brecha entre los distritos del centro-norte y los del sur. En los primeros la renta media es alta, sobre todo en Chamartín (28.233 €), Salamanca y Chamberí. Por el contrario, en los distritos de la corona sur (Latina, Carabanchel, Villaverde, Vicálvaro, Villa de Vallecas, Puente de Vallecas, Usera), los ingresos no llegan a los 15.000 € (10.797 € en Usera). Las rentas bajas propician la concentración en ellos de población vulnerable, principalmente población extranjera. Más de un 50% de ella en los distritos de Puente Vallecas, Villaverde, Carabanchel y Usera se encuentra en situación de pobreza, con ingresos inferiores al 60% de la renta mediana. |
BARCELONA
La población extranjera alcanza el 21,3% en Barcelona. Los italianos son el colectivo más numeroso, más de 43.000 personas, y con localización vinculada al Eixample y otros barrios acomodados entre este sector y los pies de Collserola. Respecto a la concentración de inmigrantes destacan barrios como la Ciutat Vella, el 51,4% de los residentes lo son, con gran presencia de pakistaníes y marroquíes. Esta realidad, palpable desde hace decenios en el Raval, se ha intensificado durante los últimos años en el barri Gòtic y en los vecinos barrios de la Barceloneta y de Poble Sec, en los que las procedencias de los inmigrantes son variadas (sobre todo magrebíes, dominicanos, pakistaníes, filipinos, etcétera). En el extremo septentrional, Torre Baró y Trinitat Vella, también se produce una importante concentración, en el caso de Torre Baró de procedencia mayoritaria hispanoamericana. Son dos sectores con un alto grado de vulnerabilidad social, tanto de la población original como de la inmigrante. |
VIGO
Vigo es un buen ejemplo del llamado invierno demográfico de muchas localidades españolas debido a la caída de la natalidad y al envejecimiento de la población; aunque también ha de tenerse en cuenta que muchas personas jóvenes optan por comprar su vivienda en otros municipios cercanos en los que el valor del suelo es menor. La parte del ensanche más cercano al Casco Vello es la zona más envejecida de la ciudad, especialmente por la competencia del sector servicios con el uso residencial. Bouzas y Teis, dos barrios fronteros a la ría y que cierran el núcleo urbano por el oeste y el este son sectores originalmente modestos sometidos a un progresivo envejecimiento; al igual que la zona periurbana situada hacia el sur: Beade, Bembrive, Valadares y Zamáns. Por el contrario, las zonas de expansión residencial más reciente al oeste son las más dinámicas y de estructura demográfica más joven: Comesaña, Coruxo, Navia, Oía, etcétera. |
Morfología y estructura urbana
Evolución de la morfología urbana
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La historia urbana española muestra cómo los modelos urbanos han tendido hacia la homogeneidad propia de las sociedades contemporáneas. La huella preindustrial se caracteriza por una impronta tamizada, alterada e incluso enterrada en la ciudad actual. Los intramuros ofrecen, en su falta de regularidad, grandes diferencias debido a la cultura medieval que los conformó, aunque su origen fuera anterior. Al-Ándalus creó ciudades más cerradas, laberínticas y densas que las de los reinos cristianos, relativamente más regulares en su organicidad. Los arrabales, a partir de su conformación periférica inicial, han dado lugar a entramados históricos diversos como el arrabal de la Magdalena en Oviedo o el de Triana en Sevilla; y a arrabales que terminaron convirtiéndose en sectores intramuros por la ampliación de las murallas (el Raval en Barcelona).
La expansión industrial decimonónica estableció tres modelos de intervención y expansión urbana durante los últimos decenios del siglo XIX y primera mitad del XX: reforma interior (grandes vías y similares); ensanches (pioneros en Barcelona y Madrid); y barrios modestos al margen de la legalidad urbanística, mayoritariamente de autoconstrucción. La ciudad de la primera industrialización se completaba con la implantación fabril y las improvisadas infraestructuras ferroviarias, que tantos problemas darían en el desarrollo urbano. Además, desde inicios del siglo XX, se incorporaron entramados como los de las colonias para clases medias y elevadas, y los poblados obreros, ligados a comportamientos paternalistas de algunas compañías industriales.
Este modelo urbano comienza a cambiar tras la Guerra Civil, pero, sobre todo, desde los años cincuenta en los que se inicia la primera explosión urbana. Las teorías urbanísticas basadas en la ciudad funcional y racional herederas de la Carta de Atenas de 1933 y su ideario urbano de manzanas abiertas y polígonos residenciales e industriales se concretan en realidades urbanas desequilibradas. El resultado es mucha vivienda social de baja calidad y escasos equipamientos. Se consolida así una ciudad dual de centro dotado y periferia deficitaria que se prolonga hasta los últimos decenios del siglo XX.
Superadas ya las crisis del petróleo, avanzados los años ochenta, las ciudades españolas inauguran un proceso de crecimiento potente. En un primer momento, se implementan políticas de reequilibrio y dotación de la ciudad consolidada y, posteriormente, se produce una segunda explosión urbana, con renovadas pautas de crecimiento, nuevas prioridades y polarizaciones (regenerar y crear fachadas urbanas, sustituir el modelo de polígono industrial por el del parque empresarial, conseguir medios de transporte más rápidos, etc.). El signo de los tiempos fue la difusión del proceso urbano de baja densidad a partir de vías de comunicación de alta capacidad y la aparición de las centralidades periféricas en macrocentros de ocio y consumo. El resultado fue un crecimiento descontrolado y la incorporación de municipios pequeños a las realidades metropolitanas.
La crisis de 2008-2014 dio al traste con estos desmanes y abocó a un proceso de metabolización urbana (no culminado) de las exageradas y despilfarradoras propuestas urbanísticas de los años anteriores (imagen 1). A esto se une la modernización de las grandes infraestructuras del transporte como aeropuertos o estaciones de alta velocidad que conforman macropiezas de doble dimensión espacial: metropolitana (imagen 2), pero también en el interior de las ciudades, en las que se convierten en motor de expectativas urbanísticas (imagen 3). Las universidades reclaman nuevos espacios en diferentes ámbitos urbanos, los grandes centros comerciales, de mayores dimensiones, siguen organizando bordes y periferias. Las políticas de aperturas urbanas a grandes láminas de agua, que reaprovechan los espacios centrales de puertos que han diversificado sus usos y se han vuelto más accesibles, también siguen estando presentes (imagen 4), toda vez que los intereses inmobiliarios y de otros usos se han hecho atractivos para las autoridades portuarias como ya lo venían siendo para las ferroviarias. El resultado es que las áreas metropolitanas, siguen ofreciendo, además de los resultados antes apuntados, otros en los que alternan el caos de la integración de antiguos barrios periféricos que no alcanzan a encontrar su sitio en la ciudad actual (imagen 5), y otros que apuntan a fórmulas diferentes, menos impactantes tal vez por su escala, pero que denotan nuevas demandas de usos, nuevas sensibilidades y nuevos caminos, con formas originales (no siempre rastreables en las imágenes satelitales). A esto responden los huertos urbanos (imagen 6) o, ya en espacios más centrales, los museos y centros culturales resignificados, la reconversión de barrios sostenibles, la aparición de iniciativas de arte colaborativo en espacios públicos, etcétera.
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