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Sistema urbano y áreas metropolitanas
Un sistema urbano puede definirse como un conjunto de asentamientos interconectados dentro de un territorio, donde cada uno de ellos desempeña roles específicos en la escala supramunicipal, lo que determina su jerarquía. De esta forma, la organización funcional delimita un sistema (Duncan, 1960), que teje un ámbito común de relaciones mutuas, aunque asimétricas, entre nodos. Este marco espacial es, a su vez, una unidad de análisis y aplicación de políticas socioeconómicas (Terán, 1969).
El tamaño, la cantidad y la variedad de asentamientos, flujos y actividades determina su dinamismo, complejidad y madurez. La inclusión de nodos en el sistema depende de unos criterios inequívocos de definición de lo urbano, de lo que España, como otros países, carece. Para realizar un análisis inicial, dividir el espacio en dos partes es simplista, aunque puede resultar útil. Por ejemplo, se puede inferir de la Ley 45/2007, de 13 de diciembre, para el desarrollo sostenible del medio rural, que lo urbano es aquel espacio geográfico construido que posee una población de 30.000 habitantes o más, o una densidad poblacional que excede los 100 habitantes por kilómetro cuadrado. Esto es compatible con la existencia de clasificaciones menos complejas, pero más habituales. El Instituto Nacional de Estadística utiliza el umbral de los 20.000 habitantes para determinar las unidades espaciales del proyecto Urban Audit, aunque mucho más extendido es el uso del umbral de los 10.000 habitantes.
Finalmente, aunque la regla rango-tamaño es cada vez menos utilizada, establece una relación entre la distribución del tamaño de las ciudades y la madurez del sistema urbano. Según este modelo, al ordenar las ciudades por población de mayor a menor, la segunda ciudad más grande tendría aproximadamente la mitad de la población de la urbe más grande, la tercera un tercio, y así sucesivamente.
El sistema urbano español entre 1960 y 2021 ha mantenido una alta correlación entre la población observada y la esperada, con algunos pequeños desajustes en las primeras cuatro ciudades que siguen a la más poblada. Sin embargo, la adecuación varía bastante por regiones. Por ejemplo, en el caso andaluz se sigue la regla, aunque con una desviación constante hacia una mayor concentración urbana de la esperada. Otros casos, como el aragonés, ejemplifican el alto desequilibrio de su sistema urbano en favor de Zaragoza, lo que ha generado un importante salto de escala entre su primer nivel y los subsiguientes.
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Tradicionalmente se ha identificado lo urbano y lo rural en oposición, vinculando lo urbano con las densidades, concentración económica, centralidad en la dotación de servicios, intensidad de las infraestructuras, altos niveles de renta, congestión, contaminación, etc. En contraposición, lo rural se relaciona habitualmente con la dispersión demográfica, actividad económica agraria, aire puro, naturaleza… Muchas cosas no han dejado de ser ciertas, al menos en términos relativos, pero, en la medida que todo se ha complejizado, ambos mundos han quedado engarzados por la expansión de las redes urbanas. La dispersión urbana, la conectividad, los equipamientos, la terciarización económica, y también la riqueza, han colonizado una parte del otrora territorio rural. ¿Cómo se acota lo urbano en este contexto?
Multitud de autores desarrollaron sus propias teorías y conceptos para recoger las nuevas realidades territoriales que se estaban gestando en sus contextos geográficos. Desde que Luis Wirth (1938) publicase ''Urbanism as a Way of Life'', hace ya más de ochenta y cinco años, se han ido acumulando trabajos teóricos y empíricos. Entre los ejemplos más significativos en España se encuentran los trabajos de la Comisión de Planeamiento y Coordinación del Área Metropolitana de Madrid desde 1964. Con posterioridad no han dejado de aparecer nuevas propuestas metodológicas entre las que destacan la definición de lo urbano de Capel (1975), el análisis de las áreas metropolitanas en España de Esteban Alonso (1981), el trabajo coordinado por López Groh (1987) sobre la crisis de las áreas metropolitanas españolas, la publicación de Vinuesa y Vidal (1991), o los trabajos sobre mercados locales de trabajo de Salom Carrasco (2007), entre otros muchos imposibles de citar. Más recientemente, el Atlas Estadístico de las Áreas Urbanas de España del Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible (2023) merece una mención especial debido a su iniciativa institucional. Ha sido actualizado periódicamente desde el año 2000 y se ofrece en versión digital desde 2007. También es aquí importante mencionar las publicaciones del Instituto Nacional de Estadística dentro del proyecto europeo Urban Audit (EUROSTAT, 2021; INE y EUROSTAT, 2023).
Con esta metodología se han delimitado 238 áreas funcionales urbanas, en las que han sido incluidos 3.395 municipios que acogían en 2021 al 91,7% de la población española (solo en los 614 municipios que conforman los núcleos vivía el 68,7%). Los territorios que hoy ocupan los núcleos de las áreas urbanas no han parado de ganar peso desde mediados del siglo XIX y en conjunto han acumulado el 88% de todo el crecimiento demográfico experimentado durante los siglos XX y XXI. Sin embargo, en las últimas décadas son los municipios de algunas áreas suburbanas y de difusión los que están experimentando los mayores crecimientos en términos relativos.
El espectro de realidades urbanas es muy amplio y está jerarquizado, situándose a la cabeza el área metropolitana de Madrid (que acoge a casi siete millones de personas), seguida de Barcelona (que supera los cinco millones) y otras quince que superan el medio millón de habitantes, hasta las 134 identificadas que no llegan a los 50.000. Entre ellas, hay decenas de áreas con núcleos de solo 10.000 habitantes que se enfrentan a grandes problemas para mantener su rol de centralidad en la provisión de servicios y trabajo. Todas comparten la generación de un área de influencia en el otrora medio rural circundante, pero en la mayor parte de los casos no aparece una transferencia de su proceso de urbanización. El anclaje funcional se ha producido en gran medida por el agotamiento de las posibilidades de supervivencia en ese territorio antaño rural. En este sentido, gran parte del área de influencia urbana, en especial de los núcleos de menor tamaño, continúa sumida en las lógicas de decrecimiento propias del éxodo rural (ver mapa Año del máximo demográfico municipal).
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La Unión Europea difunde una imagen de la ciudad como espacio de atracción y motor de crecimiento económico; como plataforma para reforzar la democracia participativa en contextos socioculturales diversos, y como ámbitos dotados de alojamientos equilibrados, y con servicios sociales, de salud y educativos para sus residentes. Una imagen que dista mucho de la reciente realidad.
Las ciudades son cada vez más complejas, por los efectos derivados de la creciente polarización y segregación socioespacial (Hermant y Svanfeldt, 2011). El impacto de las sucesivas crisis en la cohesión social se tradujo en un aumento de las desigualdades, que han originado un orden espacial más complejo y diversificado que el existente entre los centros ricos y las periferias pobres (Cassiers y Kesteloot, 2012). La ruptura de los lazos sociales se materializa en un nuevo mosaico urbano, en el que las relaciones humanas se regulan desde el principio de la competitividad en consonancia con el individualismo imperante. Este período, denominado por Bauman (2005) como ''la gran desvinculación'' se aleja de los principios de equidad y sostenibilidad deseables para la convivencia urbana.
En España, aunque el mosaico social está condicionado fundamentalmente por el precio de la vivienda, es difícil cartografiar la diferenciación social entre los extremos ocupados por las clases altas y los barrios que cobijan a los más desfavorecidos, tanto en el interior de la urbe como en la periferia cada vez más alejada, por las dificultades que conlleva cuantificar el nivel de acceso a los equipamientos y servicios y la distancia social entre los distintos colectivos. Los inmigrantes, por ejemplo, suelen concentrarse en áreas envejecidas y obsolescentes. Con frecuencia ocupan barrios de aluvión construidos durante el desarrollismo, aunque muy pocas veces llegan a conformar enclaves étnicos (Usera en Madrid).
Ante la creciente fragmentación social y segregación urbana, algunas administraciones han diseñado en los últimos años estrategias para favorecer la cohesión social y territorial (Fondo de Reequilibrio Territorial en Madrid, o el ''Pla de Barris'' en Barcelona) o para incrementar la calidad de vida (Eidus, A Coruña). Sin embargo, lo más habitual es que la dimensión social quede en un segundo plano en los procesos de planificación y diseño urbano.
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La historia urbana española muestra cómo los modelos urbanos han tendido hacia la homogeneidad propia de las sociedades contemporáneas. La huella preindustrial se caracteriza por una impronta tamizada, alterada e incluso enterrada en la ciudad actual. Los intramuros ofrecen, en su falta de regularidad, grandes diferencias debido a la cultura medieval que los conformó, aunque su origen fuera anterior. Al-Ándalus creó ciudades más cerradas, laberínticas y densas que las de los reinos cristianos, relativamente más regulares en su organicidad. Los arrabales, a partir de su conformación periférica inicial, han dado lugar a entramados históricos diversos como el arrabal de la Magdalena en Oviedo o el de Triana en Sevilla; y a arrabales que terminaron convirtiéndose en sectores intramuros por la ampliación de las murallas (el Raval en Barcelona).
La expansión industrial decimonónica estableció tres modelos de intervención y expansión urbana durante los últimos decenios del siglo XIX y primera mitad del XX: reforma interior (grandes vías y similares); ensanches (pioneros en Barcelona y Madrid); y barrios modestos al margen de la legalidad urbanística, mayoritariamente de autoconstrucción. La ciudad de la primera industrialización se completaba con la implantación fabril y las improvisadas infraestructuras ferroviarias, que tantos problemas darían en el desarrollo urbano. Además, desde inicios del siglo XX, se incorporaron entramados como los de las colonias para clases medias y elevadas, y los poblados obreros, ligados a comportamientos paternalistas de algunas compañías industriales.
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