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Discusión:Dinámica demográfica

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[[Archivo:Enelaboracion.jpg|right|thumb|300px|Mapa: Población municipal e índice de feminidad. 2021. España.
<span style="color: #b20027; ">18739 [PDF]. [Datos]. </span><br>
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[[Archivo:Enelaboracion.jpg|right|thumb|300px|Mapa: Variaciones de población. 1857-1900. España.
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[[Archivo:Enelaboracion.jpg|center|thumb|300px|Mapa: Variaciones de densidad de población. 1900-1920. España.
El crecimiento de la población española no se comprende sin tener en cuenta que su transformación demográfica ha seguido las pautas enunciadas por la primera y segunda transición demográfica, esta última caracterizada por el papel decisivo de las migraciones en el crecimiento y reemplazo de la población.
 
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<span style="color: #b20027; ">18762 [PDF]. [Datos]. </span>
Versión interactiva: [//interactivo-atlasnacional.ign.es/index.php#c=indicator&i=r_3_t.r_3_t&i2=c_282_t.c_282_t&s=2011&s2=2001-2011&t=A02&t2=A02&view=map9] [//interactivo-atlasnacional.ign.es/index.php#c=indicator&i=r_3_t.r_3_t&i2=c_277_t.c_277_t&s=2011&s2=2001-2011&t=A02&t2=A02&view=map9]. ]]
 
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[[Archivo:Enelaboracion.jpg|left|thumb|300px|Mapa: Tasa media de natalidad y edad media de maternidad. 2011-2021. España.
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La teoría de la transición demográfica explica el rápido crecimiento de la población, consecuencia de la transformación socioeconómica producida por el paso de una sociedad agraria a otra postindustrial. De las cuatro fases en las que se divide, la primera y la cuarta se caracterizan por sus reducidas tasas de crecimiento demográfico y las otras dos por fuertes crecimientos; la segunda con una fuerte reducción de la mortalidad, pero manteniendo elevadas tasas de natalidad; y la tercera por la continuidad en la reducción de la mortalidad, pero acompañada ya por una fuerte reducción de la natalidad. A esta teoría clásica se viene a unir ahora una quinta fase, que algunos denominan segunda transición demográfica, caracterizada por un crecimiento natural bajo, e incluso decrecimiento, ya que con frecuencia la mortalidad es superior a la natalidad, y con nuevos patrones sociales: incremento de la soltería, retraso del matrimonio, postergación del primer hijo, expansión de la uniones consensuadas, aumento de los nacimientos fuera del matrimonio, alza de las rupturas familiares y diversificación de los modelos familiares. A ello habría que añadir el factor migratorio.
La natalidad española ha sufrido un brusco recorte desde 1975 (valores del 17,34‰) hasta comienzos del siglo XXI, momento en el que se registró una leve subida: pasó del 9,42‰ de finales del siglo XX al 10,5‰ de la primera década del siglo XXI, en la que se alcanzó el máximo en 2008. A partir de aquí se inicia una disminución hasta el 8,6‰ de media en el periodo 2011-2021. El dato más bajo se alcanzó en 2022 con una tasa de 6,9‰. No obstante, hay una correlación inversa entre la caída de las tasas de natalidad y el aumento de la esperanza de vida de la población, también relacionada con la mejora de las condiciones sociosanitarias, de la que resulta una expectativa muy superior a las medias de alta esperanza de vida y baja natalidad de muchos países europeos más desarrollados.
Junto con la bajísima natalidad hay que destacar el mínimo valor del número medio de hijos por mujer (mapas ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Indicador medio de fecundidad]]''). El comienzo del siglo XXI trae un leve resurgir de la fecundidad con los valores más altos en 2008 y 2009. El aumento del número de hijos por mujer corrobora la teoría de que el crecimiento se da en las provincias con mayor porcentaje de inmigrantes (Murcia y Almería entre otras), a lo que hay que sumar un ciclo al alza de la fecundidad de las españolas, al que se une la tardía maternidad de la generación del baby boom y un ligero aumento o adelanto en la edad de tener el primer hijo de las nacidas en la década de los ochenta, frente a la generación anterior. La década 2001-2011 ofrece un valor medio de 1,33, algo superior a la media de la década siguiente, con ciertas variaciones, dentro de la homogeneidad, entre las provincias del noroeste y el resto del país, y con las excepciones de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, únicos territorios con valores superiores a 2 hijos por mujer. En la segunda década del presente siglo, el valor continúa descendiendo desde 2016 hasta 1,1 en 2020 y 2021, indicadores muy alejados de la tasa de reemplazo en todas las provincias. Una parte de esta caída en la natalidad y número de hijos se debe al retraso de la edad media en la que se tiene el primer hijo (31,5 años en 2021), muy por encima de las cifras que predominaban en la primera mitad del siglo XX, situada entre los 20 y 25 años, sin diferencias territoriales apreciables y poca dispersión. La evolución de este indicador ha sido ascendente a partir de entonces, de manera que en la década de los 90 del siglo XX ya superaba los 28 años y, desde inicios del XXI, los 30. En definitiva, entre 2001-2011, se tenía el primer hijo antes de los 31 y, a partir de 2016, se supera la edad de 32 años. Aunque no hay ninguna provincia en la que la edad media de la maternidad esté por debajo de los 30 años, hay diferencias entre el norte (edad media de maternidad por encima de los 32 años) y el sur (inferior a esta edad). Este retraso se explica por el incremento de la incorporación femenina al mercado laboral, con las consabidas dificultades para conciliar la vida familiar y laboral, así como por el retraso en la edad de emancipación de los jóvenes. En la actualidad, la tasa media de fecundidad solo supera el 40‰ en Ceuta, Melilla, Almería, Murcia y algunas provincias del norte con población inmigrante. En el resto del país los valores son bajos, sobre todo los casos de Asturias, León, Ourense o Zamora.
En resumen, solo si se produjese una fecundidad más elevada, el mantenimiento de la inmigración y el sostenimiento del bienestar económico sería posible una ligera reducción en la edad de la maternidad y unas mejoras de las tasas de natalidad.
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Estos cambios han estado acompañados, hasta los inicios del siglo XXI, por el aumento de la esperanza de vida, que ha posibilitado la prolongación de las generaciones hasta superar los ochenta años y posicionarse en los primeros puestos de la Unión Europea. También por la drástica disminución de la mortalidad infantil, que ha supuesto mitigar el descenso del crecimiento natural, a pesar de la fuerte caída de la fecundidad. Las mejoras higiénico-sanitarias han contribuido a un aumento más que notable de la esperanza de vida de la población española, que en 1900 era de 35 años; llegó hasta los 62 años en 1950 y superó los 83,1 años en 2021. El aumento de la esperanza de vida ha hecho engrosar los grupos de edad avanzada, hecho que conlleva el incremento de la tasa de mortalidad general. La disminución de algunas tasas específicas de mortalidad (por ejemplo, de cáncer) ayuda a mitigar la tasa bruta de mortalidad que, sin embargo, ha ascendido entre las décadas analizadas (mapas ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Tasa media de mortalidad y edad media de la población]]''), a lo que también ha contribuido la disminución drástica de la inmigración extranjera.
Ello explicaría por qué, en los primeros años del siglo XXI, la media española baja ligeramente hasta el 8,17‰ en 2010, como consecuencia del rejuvenecimiento propiciado por el incremento inmigratorio en las provincias que acogen los mayores contingentes, pero su ascenso es continuo hasta el 9,49‰ en 2021, como culminación de un proceso de envejecimiento que la inmigración por sí sola no puede parar.
No obstante, ha mejorado sustancialmente la esperanza de vida al nacer (mapa ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Esperanza de vida al nacer]]''), no solo por la mejora de la atención sociosanitaria universal que dispensa el sistema público de salud, sino también por el enorme esfuerzo que ha supuesto una importante disminución de la mortalidad infantil y femenina por parto. Este aumento de la esperanza de vida en los dos extremos de la pirámide ha evitado tasas de mortalidad superiores, como corresponde, en la actualidad, a poblaciones envejecidas.
Hay que subrayar la diferencia en las tasas de mortalidad entre hombres y mujeres pues estas últimas presentan una esperanza de vida muy superior a la de los hombres. Solo entrado el siglo XXI se aprecia una reducción de esta diferencia por la mejora de las condiciones de vida y hábitos de los hombres. Una mejora en los tratamientos oncológicos y de las enfermedades degenerativas, en la línea de lo que ya ocurrió con las enfermedades cardiovasculares en la década de los ochenta, podría influir en una relevante reducción de la sobremortalidad en una población cada vez más envejecida, en la que destaca la supervivencia de las mujeres en 5,6 años de media en el conjunto nacional en 2021.
El descenso de la natalidad se compensa por la drástica caída de las tasas de mortalidad infantil (mapas ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Tasa media de mortalidad infantil]]'') que supone la maximización de la eficiencia reproductiva frente al ciclo demográfico antiguo, con una elevada sobremortalidad. La tasa de mortalidad infantil es uno de los mejores indicadores mundiales para mostrar los niveles de desarrollo de los pueblos. España es uno de los países que mejor se encuentra en este aspecto, con 2,54 defunciones por cada mil nacidos en 2021. A este valor se ha llegado tras una larga transición, que se inició a principios del siglo XX: si a principios del siglo pasado la esperanza de vida de un niño aumentaba un 22% al cumplir el primer año, en la actualidad esta mejora no supone más de un 0,75%, lo que refleja la revolución sanitaria de una sociedad en la que la muerte infantil es una excepcionalidad. Ese porcentaje de mejora tan bajo tiene, sin embargo, un reflejo importantísimo a nivel territorial, porque desde el periodo 2001-2011 al 2011-2021, la tasa de mortalidad infantil se ha reducido en todas las provincias, salvo en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla donde los valores superan el 4‰.
La doble situación de menor mortalidad infantil y aumento de la edad media de la madre ha generado lo que algunos autores han denominado una revolución reproductiva y el asentamiento de la segunda transición demográfica.
Estas diferencias –favorables siempre a la natalidad desde 1975 a 2015– muestran la pauta de crecimiento vegetativo de la población española (mapas ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Saldo vegetativo medio]]''). En el quinquenio 1975-1980 se crecía al 9,30‰, a finales del siglo XX la natalidad tan solo superaba en un 0,16‰ a la mortalidad, con lo cual el crecimiento se hubiera convertido en estancamiento de no ser por la inmigración extranjera.
En el reparto territorial el saldo vegetativo en el periodo 2001-2011 mostraba un claro contraste entre los valores positivos de las provincias del centro (Madrid y las provincias de su entorno, Toledo y Guadalajara), sur, sudeste, las provincias insulares y Ceuta y Melilla, con los valores negativos del resto de provincias del oeste y noroeste. Destacaba el crecimiento natural de las provincias canarias e Illes Balears, si bien esta última no pudo mantener los mejores parámetros de crecimiento demográfico que había mostrado hasta los años noventa. En los valores negativos de la mitad septentrional había que diferenciar entre las provincias gallegas y castellanoleonesas, que ya tenían índices muy bajos en la década de los ochenta y en ese momento registraban un empeoramiento, y otras provincias como las vascas, La Rioja o Navarra, en las que se constataba un crecimiento que todavía recogía las tendencias de décadas anteriores. La década siguiente muestra permanencias y cambios, dentro de un contexto muy diferente. Solo se mantienen con crecimientos moderados por el sur Murcia y Almería (entre 2,1‰ - 4‰) y Madrid y el resto de provincias con saldo positivo muestran ya cifras muy bajas, entre 1‰ - 2‰. En el resto del país, el decrecimiento es la nota dominante; destacan las provincias gallegas, Asturias, y algunas provincias castellanoleonesas (León, Zamora, Palencia o Ávila) con decrecimientos que pueden alcanzar el -8‰ e incluso superarlo, como en el caso de Zamora que registró una cifra de -11,16‰ en 2021.
{{ANETextoEpigrafe|epigrafe=Nupcialidad y estado civil}}
El declive de la nupcialidad española se produjo a partir del último cuarto del siglo XX, se consolidó durante la gran recesión y, después de la pandemia, se recuperó con un incremento de 20,5% en 2022, superado el máximo de 2016 (mapas ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Tasa media de nupcialidad]]''). La baja nupcialidad se explica por una continuada falta de expectativas de futuro que repercute directamente en el número de matrimonios, con los mismos factores que en crisis anteriores, como son la precarización laboral de los más jóvenes, un precio de la vivienda inasequible, una inexistente oferta de viviendas, o la falta de servicios y de apoyos institucionales para las familias con mayor fragilidad sociolaboral. Esta caída de la nupcialidad también obedece a un cambio de mentalidad y modos de vida en las generaciones más jóvenes, en los que se prima el individualismo, el retraso en la emancipación por las limitaciones económicas y un grado de libertad y organización fuera de los modelos normativos tradicionales.
Además de la baja nupcialidad es reseñable el importante aumento de la edad para contraer matrimonio, que sigue creciendo desde los 32,4 años en la década 2001-2011 a los 36,3 en la de 2011-2021. En ambas décadas, el indicador es superior a la media nacional en las provincias más envejecidas, en aquellas con una tradición industrial, o en las que tienen una especialización turística, como son los espacios insulares. Estas tendencias responden a un modelo de comportamiento social que acepta plenamente la soltería u otros modelos de pareja y uniones.
Hoy, hay más familias fuera del marco matrimonial que cohabitan sin estar casados, en familias monoparentales o en familias reconstituidas. Esto ha supuesto que en cuatro décadas haya una reducción de más de un 4‰ de la nupcialidad, que no llega al 3,4‰ de media para el periodo 2011-2021. Además de las nuevas formas de relación de pareja menos o nada oficializadas, los enlaces civiles superan actualmente a los religiosos. También se han normalizado los nacimientos de madres no casadas en todas las provincias españolas, pasando de un 19,69% en 2001 al 49,25% en 2021 y son el 51%, si se trata de ciudadanas españolas (mapa ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Nacimientos de madre no casada]]'').
Por otra parte, salvo durante la pandemia, la evolución del matrimonio entre personas del mismo sexo ha tenido un crecimiento estable y al alza (mapa y gráfico ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Matrimonios del mismo sexo]]''). Este se inauguró en España con una brecha de género: en 2006, primer año completo, se casaron 3.000 parejas de hombres y solo 1.313 de mujeres. Pero en los últimos años ellas han superado los matrimonios masculinos con 2.887 parejas de mujeres frente a 2.158 parejas de hombres. Hay también un cambio espacial: si antes mayoritariamente los enlaces de personas del mismo sexo se realizaban en las provincias con grandes ciudades o territorios ligados al ámbito turístico, ahora los aumentos porcentuales se están produciendo en las provincias más envejecidas, de interior o con pequeñas ciudades. Esto solo se explica por el cambio de mentalidad que se afianzó con la transición democrática, una religiosidad alejada de los planteamientos más tradicionales, que habían caracterizado el régimen anterior, y por el papel de las políticas de igualdad y de no discriminación.
Con respecto a la tasa bruta de divorcios, se mantiene estable con tendencia a la baja, y una tasa de un 1,8‰ sobre el total de la población española. Más de un tercio de los divorcios se produjeron después de dos décadas o más de matrimonio, y en la franja de edad de la cuarentena.
El mapa ''[[:Archivo:Enelaboracion.jpg|Estado civil de la población ]]'' explica su composición por el grado de envejecimiento (a mayor envejecimiento, menor porcentaje de solteros, aunque pueda aumentar el de viudos), las tasas de natalidad y de fecundidad (cuando la reposición por la base es muy fuerte, aumenta el número de personas que no han llegado a la edad de contraer matrimonio), la edad de acceso al matrimonio (variable en función de las condiciones socioeconómicas y culturales tradicionales que explican, por ejemplo, que en grupos sociales precarizados se casen desde muy jóvenes, que en espacios urbanos se tarde más en desposarse, que las mujeres con título superior se casen varios años más tarde que las que no tenían estudios) o, simplemente, los índices de feminidad o masculinidad, pues es obvio que cuando las diferencias numéricas entre sexos son fuertes, los solteros/solteras aumentan casi de forma obligada. Esto sucedió en el siglo pasado en buena parte de nuestras zonas rurales o de montaña más pobres, donde las mujeres abandonaron el campo, mientras los hombres se quedaban ligados a la explotación agropecuaria.
Mientras que, entre los nacidos a principios de los cincuenta, el número de solteros no alcanzaba el 5% de la población, a mediados de los sesenta suponían el 20%, y ya en el 2021 superan el 38% del total y el 33,1% de los mayores de 16 años. Los porcentajes más elevados se localizan en las zonas urbanas y sus áreas metropolitanas, como Madrid o Barcelona, insulares y costeras que corresponden a los espacios más dinámicos y jóvenes, o las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, con modelos familiares más clásicos.
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