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Revisión del 13:03 24 nov 2022
España en mapas. Una síntesis geográfica
Compendios del Atlas Nacional de España. Nuevo contenido
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El conocimiento de la península ibérica en el Paleolítico
El Paleolítico inferior es una extensa época en la península ibérica. Según se ve en el gráfico, comenzó hace 1.350.000 años y abarca hasta 130.000 años a.C. (aprox.), época en la que se sitúa el inicio del Paleolítico medio. Se correspondería con los periodos del Pleistoceno inferior (o más antiguo) y medio. El primero tuvo un clima cálido semejante al mediterráneo actual, en el que la regularidad y el caudal de los ríos, mayor en la vertiente atlántica que en la mediterránea, facilitó el depósito de sedimentos y la formación de terrazas fluviales. La fauna asociada a estas condiciones era semejante a la de la actual sabana africana, con grandes mamíferos, como elefantes, panteras, tigres dientes de sable, hipopótamos, cebras y hienas. En el segundo, hicieron acto de presencia las glaciaciones, que modificaron los ecosistemas y, con ello, tomaron el relevo mamíferos como los osos de las cavernas, rinocerontes y mamuts.
Los restos fósiles humanos más antiguos hallados en la península ibérica se localizan en la sima del Elefante (yacimientos de Atapuerca, Burgos), donde se ha localizado una mandíbula de un homínido aún no determinado, con una antigüedad de 1.200.000 años. De tratarse del Homo habilis quizá habría podido llegar a través del estrecho de Gibraltar; pero otra hipótesis se apoya en la idea de una posible evolución de individuos Homo erectus que llegaron desde Asia hacia una nueva especie, Homo antecessor, establecidos en la península ibérica (Gran Dolina, TD6, Atapuerca) en torno a los 800.000 años. Por otra parte, es de mencionar que en Venta Micena (Orce, Granada) y en cueva Victoria (Cartagena, Murcia) se han hallado restos que aún son discutidos por la comunidad científica.
Dos especies subsiguientes son el Homo neanderthalensis, que inauguró el Paleolítico medio, como se verá luego, conviviendo con su antecesor, el Homo heidelbergensis. De los neardentales son muy importantes los restos encontrados en el Sidrón (Piloña, Asturias). Quizá, previamente, cabría citar la existencia de gran número de individuos, hasta 28, encontrados en la sima de los Huesos (Atapuerca), que representan más del 85% del registro fósil mundial de primitivos ancestros neardenthaliensis y no devisovanos (especie anterior), como se venía creyendo. Ello ha permitido conocer manifestaciones de una cierta religiosidad, dado que esta presencia masiva no parece ser fortuita, sino responder a prácticas de enterramiento. Estos homínidos se agrupan en pequeñas hordas nómadas, conocen el fuego, aunque no necesariamente lo dominen, y viven al aire libre, a veces en el exterior de cuevas, con un modo de vida depredador y recolector, cuando no carroñero e, incluso, con manifestaciones de canibalismo cultural.
La principal característica que define a estos homínidos como seres humanos (género homo), es la fabricación de herramientas. Primero, con cantos rodados, normalmente de cuarcita y sílex, trabajados por una sola cara (tecnología de cantos tallados). Y más tarde ya labrados por ambas caras (los bifaces propios de la tecnología achelense). Los primeros, gruesos y pesados, fabricados in situ, eran abandonados una vez despiezados los animales. Pero los bifaces ya constituían una herramienta versátil y costosa de fabricar, que solían llevar consigo.
El Paleolítico medio, que comenzó en el 130.000 a.C. (aprox.) se inicia con la presencia generalizada del Homo neanderthalensis.
Este homínido posee una capacidad craneal (1.450 cm3) ligeramente superior a la del hombre actual y una talla semejante (1,70 cm), aunque un aspecto más corpulento y las extremidades quizá menos desarrolladas en longitud. Su consolidación coincide con el clima frío de la glaciación Würm, por lo que se refugia en cuevas, entre las que destacan las malagueñas de cueva de las Grajas (Archidona) con una antigüedad muy superior, de alrededor de unos 200.000 años, y la de Nerja, donde esta especie realizó posteriormente las primeras pinturas rupestres hace unos 40.000 años, junto con la murciana de la sima de las Palomas de Cabezo Gordo.
Dos yacimientos destacan sobremanera: el ya destacado de la cueva del Sidrón (Piloña, Asturias), con restos de hasta 13 individuos (la mejor colección de España), cuya antigüedad alcanza los 43.000 años, y el de Calvero de la Higuera (Pinilla del Valle, Madrid) en el cual, además de la importante herencia fósil de fauna, incluso de especies inéditas como la llamada «liebre silbadora», se han hallado restos de neandertales con el primer enterramiento por inhumación conocido: una niña de corta edad y pelirroja, como parece que lo eran mayoritariamente sus congéneres. También hay evidencias claras de enterramientos en cueva Morín (Villaescusa, Cantabria).
A pesar de la controversia respecto a la convivencia e hibridación neandertales-sapiens, recientes estudios en la cueva de la Güelga (Cangas de Onís, Asturias) revelan claras evidencias hace unos 40.000 años. Fuera de toda duda es la existencia de canibalismo, tanto en el yacimiento del Sidrón como en la malagueña cueva del Boquete de Zafarralla. Respecto a la hibridación, exhaustivos análisis recientes del ADN, a partir de los restos del Sidrón, demuestran que su sangre era compatible con la de los sapiens.
Los neandertales practicaron un nuevo tratamiento lítico conocido como técnica Levallois, generadora de una cultura específica, la musteriense, que, por extensión, da nombre a todo este periodo. Ya no sólo se utilizan núcleos de piedra, sino que se modifican intencionadamente, con retoques o muescas para obtener lascas o esquirlas con una determinada forma, y así conseguir útiles con funciones específicas: raederas, hendedores, denticulados y puntas, que, además, se enmangan. Esta especialización cultural está asociada a la laboral. Los neandertales continuaron ejerciendo un modo de vida depredador, de cazadores-recolectores, pero las rigurosas condiciones climatológicas del medio ambiente glaciar, les empujaron a perfeccionar su indumentaria y a buscar modos adecuados para aprovisionarse de recursos alimenticios. Se consiguen dos grandes éxitos: el dominio del fuego y un habla articulada, aunque menos compleja que la actual.
Si bien en la mayoría de los yacimientos con restos fósiles humanos hay restos líticos, no cabe decir lo mismo en sentido opuesto; por ejemplo, en Atapuerca han sido encontrados múltiples instrumentos atribuibles a plenos neandertales, pero todavía no sus concretos restos fósiles directamente asociados. Ello dificulta el estudio de series evolutivas.
El Paleolítico superior, que coincide con el final del Pleistoceno superior, supone la culminación del proceso evolutivo humano con la llegada de una nueva especie, el Homo sapiens, a partir del 40.000 a.C. (aprox.). Su final puede situarse en la península ibérica en torno al 12.000-10.000 a.C., momento en el que se inicia una nueva época, el Neolítico y, desde el punto de vista geológico, el Holoceno.
El Homo sapiens es una especie originaria de África. En la península ibérica los fósiles se datan en torno a los 35.000 años (cova Gran, Lleida) en los asentamientos más antiguos, en este momento cercanos a ríos. Durante un tiempo convivió con los neandertales, a los que acabó desplazando, pese a la mayor capacidad craneal de estos últimos, por motivos que son objeto de todo tipo de especulaciones. Es sabido que sapiens logró superar los periodos glaciares que llevaron a muchas especies del continente europeo hasta su extinción. A ello hubo de contribuir su ya muy diversificada dieta: caza, recolección de frutos, pesca de pequeños peces (salmones y truchas) y marisqueo de moluscos.
Las herramientas de este moderno homínido, muy perfeccionadas, responden a un nuevo estadio evolutivo. Su tamaño es tan reducido que se puede hablar de microlitos y de instrumentos laminares, semejantes a cuchillos, complementados con nuevos materiales en utensilios de madera, hueso, cuerno, marfil o concha. Aparecen objetos decorativos como los collares. Y surgen las pinturas rupestres.
Los sapiens eran plenamente creativos: disfrutan de la música (hallazgo de flautas en La Güelga [Cangas del Onís, Asturias] y El Castillo [Puente Viesgo, Cantabria]) y disponen de artilugios muy desarrollados (agramaderas para machacar vegetales y obtener fibras). Organizan el poder social, como muestran los bastones de mando. Y sienten el arte con manifestaciones escultóricas tan singulares como las llamadas venus. Instrumentos nuevos son los arpones y las azagayas o lanzas cortas, que son indicativos de una gradual diversificación de la caza, de la forma de cazar y de pescar. También son indicativos de enfrentamientos bélicos tecnificados.
Están más organizados y son más numerosos que sus antepasados. Siguen siendo nómadas, pero también se ubican en cuevas y han dejado vestigios de cabañas próximas a las costas y las desembocaduras de los ríos. Son generales los enterramientos donde se encuentran ajuares, que evidencian un pensamiento simbólico y la creencia en un mundo de ultratumba. El ocre aparece espolvoreado sobre algunos cadáveres y, junto a ellos, se hallan a veces restos de polen de flores, quizá muestra de vínculos familiares o emocionales. La existencia de conchas marinas en yacimientos de la cuenca del Manzanares sugiere viajes a larga distancia, intercambios, relaciones...
Expresión artística en el Paleolítico superior
En cualquier caso, los primeros testimonios de esta capacidad del sapiens son los del llamado estilo franco-cantábrico, conjunto espléndido nordpeninsular y nordpirenaico, con ejemplos en otros puntos (Pileta, Maltravieso o Siega Verde). Su referente son figuras animales, y raramente humanas (bisontes, caballos, gamos…), pintadas en el fondo de las cuevas, tal vez con sentido mágico. De línea continua, muchas veces rellena de color (habitualmente ocre o negro, de óxido de hierro o manganeso), su fuerte naturalismo busca adaptaciones a las irregularidades rocosas, intentando dar volumen a las figuras. Disponemos de poco arte mueble: colgantes (de piedra, hueso, concha, dientes…), armas (arpones, azagayas…) o símbolos de poder (bastones del Caballón y del Castillo)… aunque las 6.000 placas grabadas en caliza de la Cova del Parpalló, constituyen el mayor conjunto europeo. |
El Neolítico fluye lentamente
Los científicos distinguen un periodo culminante… y también inicial. Al entrar en el Holoceno, ya ha comenzado el actual periodo interglaciar. El sapiens va acelerando su cambio adaptativo a un clima más suave y a un paisaje vegetal y de fauna más favorable. Surgen comunidades cada vez más especializadas en la explotación de recursos muy diversos, como la caza, la recolección, la pesca o el marisqueo. Para algunos prehistoriadores, el Paleolítico estaría en su fase final: un Epi-paleolítico. Para otros, es ya un nuevo periodo, intermedio, o Mesolítico, que se inicia hacia el 12.000 a.C. y da paso, imperceptiblemente, al periodo Neolítico.
Se encuentran profusión de restos de herramientas y utensilios con la alta tecnificación exigida por las nuevas formas de subsistencia: arpones, azagayas, hoces, sierras, flechas, cuchillos, venablos… Las piedras se bruñen al máximo para su más adecuado uso y se fabrican microlitos incrustados en mangos de madera pulida para permitir su uso cortante, raspante o que pueda quedar prendido en la caza por su forma en ángulo. Determinados yacimientos ofrecen sugerentes muestras de cantos pintados.
En tres zonas estos testimonios hablan ya del rasgo más definitorio de lo que se clasifica como Neolítico: la sedentarización, aunque aún incipiente y estacional. Desde los Pirineos (yacimiento de Mas d´Azil, en Francia) y por toda el área septentrional se encuentran las culturas azilienses con la peculiaridad asturiense, caracterizada por instrumentos como el «pico asturiense» o los abundantes testimonios de vida marisquera («concheros»). En levante, con penetración interior por el valle del Ebro, aparecen culturas ganaderas con instrumentos microlaminares y geométricos. Y en el Atlántico, hasta el Algarve, una rica vida marítima costera, con recolección de moluscos en zonas inundables, donde existen indicios de chozas.
El Neolítico supuso la meta final de esa transición, medida en milenios, entre la socioeconomía de grupos cazadores-recolectores y la progresiva implantación de la agricultura y la ganadería en torno a viviendas permanentes. Este cambio evolutivo tan trascendental se inició junto a los grandes ríos de Asia y en el Nilo, asociado a los cambios climáticos del Holoceno. Estamos ante tal transformación de vida de la humanidad, que se justifica el término «revolución neolítica» para interpretar este extenso periodo de tiempo: sedentarismo, arquitectura, estructuras sociales, religiones éticas, tecnificación…
Desde el oriente mediterráneo, según las teorías difusionistas, estos hallazgos alcanzaron la península ibérica. Pero según las teorías autoctonistas, todo se produjo por el lógico autodesarrollo del Mesolítico. En un caso, las zonas peninsulares receptoras de estas influencias fueron cuatro, como se aprecia en el mapa El Neolítico: sudatlántica, meridional, levantina y nororiental. En el otro, el cambio neolítico se desarrolló, lógicamente, en toda la Península. Como suele ocurrir en historia, que lo indiscutible sea la primera teoría, no excluye la posibilidad de la segunda.
Expresión artística entre el Mesolítico y el Neolítico
La total expansión expresiva del sapiens se concreta a partir del 12.000-10.000 a.C., muy señaladamente en el arco del levante peninsular con pinturas mucho más simples, esquemáticas y estilizadas que en el Paleolítico. Trazados sus contornos con líneas discontinuas, las figuras carecen aquí de policromía interior y son de menor tamaño. Están protagonizadas de nuevo por animales de caza, pero también por seres humanos, en escenas que buscan el movimiento y se disponen con cierto sentido narrativo. Y ya no están en cuevas, sino en abrigos rocosos, sin duda vinculados a asentamientos sedentarios. Muestras espléndidas se encuentran en Cogull, La Valltorta, Alpera o la Cueva de la Araña. Como en el arte franco cantábrico, estas manifestaciones se encuentran en paramentos parietales de toda la Península, sin perjuicio de que aparezcan mezclados con pinturas o grabados de posteriores épocas. Se agrupan en tres grandes espacios: el galaico-portugués, el sureño y, especialmente, el arco del levante, hasta el punto que se ha llegado a hablar de «arte levantino». En otro orden de cosas son reseñables los petroglifos del norte-noroeste, de formas laberínticas, como el de Mogor (Marín) o antropomorfas como el Ídolo de Peña Tú, en Asturias. Grabados y pinturas de estas características indican, quizá, una forma de comunicación precursora de lo que más adelante serán los primeros pictogramas. |
Comienza el uso del metal: el cobre En el III milenio a.C. se empieza a utilizar en toda Europa una nueva materia prima, el cobre. En la Península era abundante y se podía extraer en superficie. Comienza así el primer período de la llamada Edad de los Metales: el Calcolítico o Edad del Cobre. Aparecen punzones, anzuelos, hachas planas, cuchillos, puñales, puntas de flecha, alabardas, adornos personales fabricados con cobre... el hueso o la piedra son sustituidos lentamente por este nuevo material, que cambiará técnicas fabriles y formas de establecimiento y de vida. Y así, encontramos poblados en altura ya con fortificaciones, como los de los Millares y, luego, El Argar (Almería) y Zambujal (Torres Vedras, Portugal), los hábitat más espléndidos del Calcolítico peninsular. Pero lo habitual serán asentamientos en llanura, aptos para la agricultura o el ganado (terrazas de ríos, valles), por lo que aparecen a su lado excavaciones que sirven de silos, basureros, depósitos, zanjas y fosas; son extensos «campos de hoyos» que sirven de recipientes (les Jovades en Concentaina, Alicante, o el Ventorro en Madrid). Excepcionales son las cuevas o abrigos, como los de cova des Moro en Manacor (Mallorca), cova des Fum (Formentera) o Estremera (Madrid). Siguen las inhumaciones colectivas y construcciones megalíticas propias del Neolítico final (sudeste, sudoeste, Meseta norte y noroeste), hasta que la cerámica campaniforme permita inhumaciones individuales. |
La experimentación metalúrgica: el Bronce
En el II milenio a.C., un aumento demográfico genera mayor demanda de materias primas y productos de subsistencia, lo que generaliza la agricultura y la ganadería (y sus productos derivados). Esta sociedad todavía neolítica, era ya experta en las técnicas del metal y había descubierto el bronce, aleación de cobre y estaño, mucho más duro. Había llegado a la Península a través de los Pirineos en el III milenio a.C. y convivió con el cobre, según la estatigrafía de la Bauma del Serrat del Pont (Girona).
Durante el Bronce antiguo, se intensifica el comercio y se evidencia una creciente jerarquización social, deducibles ambas por la inhumación individual (sobre todo en fosas y cistas) y por la diferenciación de los ajuares en calidad y en cantidad, según individuos y comunidades. En la Península, la cultura de El Argar (que ha superado el vaso campaniforme y dispone de gran diversidad de recipientes cerámicos), ha dejado de ser la representante exclusiva del periodo, según las investigaciones de los últimos 50 años. El mapa Edad del Bronce muestra una amplia diversidad geográfica y cronológica, comenzada hacia el 2000 a.C. en los yacimientos protocogotas de la Meseta norte.
El Bronce reciente comienza hacia el siglo XI a.C., a partir de tres corrientes culturales: de Centroeuropa, de las regiones atlánticas y del Mediterráneo oriental. Mezcladas con las autóctonas, y al incrementarse corrientes de intercambio, comienza ya a configurarse el mosaico de las culturas prerromanas. Aparecen novedades, como las incineraciones en campos de urnas del noroeste, armas y objetos de bronce de alta técnica en el centro, norte y oeste (difundidas por transacciones comerciales) y, finalmente, grupos culturales y mercantiles que anuncian ya las futuras colonizaciones del Mediterráneo y el sur. Se vive un gran desarrollo de la orfebrería (Tesoro de Villena, Alicante) y se revela por algún yacimiento (Peña Negra, Crevillent, Alicante) la existencia de rutas ganaderas hacia el interior. Estos estímulos externos no anulan el desarrollo autóctono, como en la cultura de Cogotas I que desde el siglo XI a.C. se extiende por parte de las cuencas del Duero y del Tajo; o de las islas Baleares, donde se supera la etapa naviforme y se desarrolla la cultura talayótica.
Surgen centros de control de paso (en rutas ganaderas, puntos de agua, pasos de montaña, vados de ríos, ruta del Tajo…) o de producción metalúrgica al norte del Tajo, en Portugal y en el estuario del Tinto-Odiel, donde tiene su origen Tartesos (siglos X-IX a.C.). En toda la Península se ha asumido la metalurgia atlántica a mediados del siglo VIII a.C., en lugares localizados en llanuras fluviales, zonas fértiles y de pastos, a veces sin preocupaciones defensivas y a veces con recintos amurallados. Desde esa época han aparecido en sus costas mercaderes fenicios, en una fase precolonial, y a fines del siglo VII a.C., también griegos.
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El preludio de la configuración territorial: la Edad del Hierro
Con la aparición de un nuevo metal, el hierro, se inicia una nueva etapa del periodo todavía denominado Neolítico, aunque ello no supuso cambios culturales importantes, en estos primeros momentos, para los pueblos asentados en la península ibérica.
Esta nueva tecnología, que exigía hornos de fundición para alcanzar mayores temperaturas, no se difundió homogéneamente. Su implantación se inicia a mediados del siglo VIII a.C. en las zonas litorales, donde destacan áreas culturales protohistóricas tan importantes como la de Tartesos, mientras en el interior el cambio transcurrió mucho más lentamente, conviviendo con el bronce. La amplia diversidad regional que muestran los yacimientos preludia la configuración territorial con la que los pueblos ibéricos fueron abandonando la Prehistoria para adentrarse de lleno en la antigüedad histórica.
Suelen distinguirse dos grandes etapas en esta larga época: la primera Edad del Hierro (750 a.C. – 500 a.C.), y la segunda Edad del Hierro (500 a.C. – 200 a.C.), cada una ilustrada un mapa del mismo título.
En la primera se distinguen dos grandes áreas culturales con regiones internas diferenciadas: en el sur y este peninsular, cuyos pueblos recibieron las aportaciones llegadas del Mediterráneo, se distinguen manifestaciones protocoloniales en el levante, colonizaciones fenicias en el sur mediterráneo y atlántico (Gadir), las primeras colonias griegas y áreas de influencia de estas, así como la importante área tartésica en Andalucía (especialmente en torno a los ríos Tinto, Odiel y bajo Guadalquivir).
En el centro y norte peninsular, cuyos pueblos permanecieron ajenos a las influencias mediterráneas y mantuvieron sus tradiciones (muchos siguieron usando el bronce) y personalidad indígena, destacan: la cultura de los campos de urnas tardíos (Cataluña y valle del Ebro), la castreña soriana, las atlánticas (Portugal, Galicia y cornisa cantábrica) y la de Soto de Medinilla, en la cuenca del Duero.
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Áreas culturales y población prerromana
Más allá de las peculiaridades de cada uno de los grupos culturales peninsulares, en la primera Edad del Hierro o Hierro I, es común a todos ellos el mantenimiento de su propia originalidad autóctona, a pesar de las constantes influencias que penetraban de otras culturas. En especial las que llegaban a las costas desde oriente y se fueron difundiendo lentamente a partir de Andalucía, el sudeste y levante, hasta alcanzar los más diversos territorios, aun los de más difícil acceso desde el litoral.
La temprana presencia fenicia revela que, desde antes del siglo VIII a.C., se establecieron contactos comerciales verificables con la Península, en una etapa de precolonización, como se ha señalado anteriormente. Poco a poco, las relaciones con las ciudades púnicas del Oriente cercano y norteafricano se intensifican pasado el siglo VII a.C. con el control de la zona del sudoeste por los fenicios, mediante el establecimiento de sus propios asentamientos. Se crea una red de exportaciones de productos elaborados en sus metrópolis y se organiza en Iberia una estructura comercial que, desde la costa, penetra hacia el interior.
En la zona de Huelva y en la del bajo Guadalquivir las colonizaciones favorecieron el desarrollo de la cultura de Tartesos (se ha hablado de un reino de Tartesos, e incluso de alguno de sus reyes) durante la llamada primera Edad del Hierro o Hierro I. Este proceso histórico y cultural estuvo caracterizado por profundas transformaciones en las sociedades indígenas, que en el Bronce final y en el Hierro I explotaban los yacimientos mineros y las tierras agrícolas del valle del Guadalquivir, y con las que se iniciaron frecuentes intercambios y contactos humanos. La influencia de los usos y costumbres procedentes del Mediterráneo oriental en estas comunidades se hizo evidente en los aspectos social, económico y material (aumento de las importaciones de cerámicas, objetos de orfebrería, telas, consumo de aceite, vino...).
El espacio tartésico, limitado en un primer momento al área geográfica de los ríos Tinto, Odiel y bajo Guadalquivir, se extendió hasta ocupar todo el sur peninsular y llegar a las desembocaduras del Guadiana y Segura, con notable influencia en el sudeste peninsular, el sur de levante, la costa sur de Portugal y las tierras del interior de Andalucía, como se aprecia en el mapa Primera Edad del Hierro. La incesante búsqueda de los arqueólogos no ha conseguido aún encontrar la capital, o el núcleo irradiador de la cultura tartésica.
Mientras tanto, el centro de la Península recibía con mucha mayor lentitud los cambios tecnológicos y sus poblaciones no alcanzarían la prosperidad y el auge de la zona meridional. La ocupación del espacio se produce a través de una proliferación de pequeños poblados amurallados, como es el caso de la cultura de Soto de Medinilla en el valle del Duero, que toma su nombre del yacimiento vallisoletano mejor estudiado.
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Durante la segunda Edad del Hierro (500 a.C. –años previos a la ya cercana romanización) se generaliza por toda la Península el uso del hierro y aumenta la cantidad y variedad de herramientas. En este periodo surgen nuevas estructuras sociales y económicas que, sobre el sustrato de las poblaciones de la etapa anterior, dan origen a la configuración cultural y territorial peninsular descrita por los escritores grecolatinos, principalmente Plinio y Estrabón, sobre la que se asienta posteriormente el progresivo proceso de aculturación iniciado por Roma.
Historiadores y arqueólogos han puesto de manifiesto la dificultad de relacionar los datos que aportan los restos materiales con las informaciones que proporcionan las fuentes historiográficas y literarias, muchas veces confusas y contradictorias. No obstante, la arqueología viene realizando un esfuerzo importante por definir la distribución cultural de los pueblos prerromanos, de acuerdo con los datos que las investigaciones sacan a la luz, como se refleja en el mapa Segunda Edad del Hierro. Pueblos prerromanos, donde se presenta la ubicación de los principales yacimientos arqueológicos o lugares de asentamiento identificados en la península ibérica, en relación con las áreas asignadas tradicionalmente por la bibliografía a los grandes grupos étnicos. Este mapa, y la información anexa a él, ha de contemplarse teniendo en cuenta que los límites de los diferentes espacios ocupados por estos grupos de población son generalmente difusos, las interrelaciones socioeconómicas son constantes y sus áreas territoriales sufren procesos de contracción y expansión a lo largo de los siglos, como sucede por ejemplo con lusitanos y vetones.
En el sur y levante el influjo de la aculturación colonial griega sobre sustratos sociales anteriores da lugar a la cultura ibérica, conformada por grupos diferenciados: turdetanos, bastetanos, oretanos, túrdulos, contestanos, edetanos, ilercavones, ilergetes, cesetanos, layetanos, indigetes... Su preponderancia en la Península (no en balde denominada ibérica), se explica por su intensa actividad comercial, el perfeccionamiento de las técnicas agropecuarias y su especialización en cultivos típicamente mediterráneos (cereales, vid, olivo), así como por el desarrollo de una metalurgia del hierro especializada y por el crecimiento de su población, que confiere a todo el litoral mediterráneo una mayor densidad demográfica. Sus cultos y ritos funerarios (incineración) revelan una organización bien estructurada y una evolución social e ideológica hacia un mayor grado de desarrollo. Los pueblos de esta cultura protagonizaron la culminación del proceso de urbanización de la sociedad peninsular con la introducción del sistema palacial. Llegaron a la creación de importantes obras de arte, como las damas de Elche (Alicante), Baza (Granada), Guardamar (Cabezo Lucero, Alicante) o Cerro de los Santos (santuario desaparecido cerca de Yecla) y a la creación de primorosos trabajos de orfebrería de oro y plata (tesoros de Jávea, Alicante y Cástulo, en Linares, Jaén). Incluso dispusieron de un alfabeto, todavía no desentrañado, cuyo uso se extendió por el sur de Francia hasta que llegó, con la romanización, el alfabeto y la lengua latina.
El resto de la Península estaba ocupado por un conjunto de pueblos de raíz indoeuropea, con mayor o menor grado de influencia celta: en la Meseta, celtíberos, vacceos y vetones; en la fachada atlántica, célticos del sudoeste, lusitanos y grupos castreños del noroeste; y en el norte, astures, cántabros, autrigones, várdulos, caristios y berones. A estos hay que añadir los vascones, ubicados en el Pirineo navarro.
Pese a las variedades regionales, los más recientes estudios sobre ocupación del territorio muestran, en general, un progresivo incremento demográfico en estas áreas durante el Hierro II, con proliferación de poblados amurallados que agrupan una mayor concentración de población. Algunos dieron lugar, especialmente a partir del siglo II a.C., a la creación de óppida, auténticos centros urbanos con funciones administrativas y de control del territorio que, con la ocupación romana, se convirtieron en civitates. La economía es pastoril, complementada con una agricultura de subsistencia basada en el cereal de secano, particularmente en las cuencas del Duero o del Ebro. Cerámica y metalurgia (armas, fíbulas, brazaletes…) alcanzan un notable desarrollo, así como los intercambios comerciales a los que ya se ha aludido. Entre las manifestaciones artísticas son reseñables los verracos del área vetona y las estelas cántabras.
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