Afección de la pandemia en la Unión Europea
La pandemia COVID-19 en España. Primera ola: de los primeros casos a finales de junio de 2020
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La geografía de la Unión Europea muestra realidades territoriales bien diferenciadas. De este modo, los mapas que presentan las densidades de población, el envejecimiento, la red de ciudades y los principales aeropuertos del continente responden siempre a esta diversidad interna, una diversidad que se convierte en un factor explicativo fundamental del impacto de la COVID-19 por países, regiones y localidades.
El mapa Densidad de población en la Unión Europea señala aquellos territorios (NUTS 2) densamente poblados, en donde el virus tiene, a priori, una mayor facilidad de propagación entre las personas, frente a aquellos otros que muestran bajas densidades de población. Aunque las densidades de población en las regiones de la Unión Europea están también condicionadas por la variedad de las superficies que abarcan estas unidades territoriales, resulta evidente una mayor densidad en el eje que transcurre desde las regiones de los Países Bajos hasta Italia. Se trata de regiones que superan con facilidad los 500 hab./km2, que incluyen un conjunto de áreas muy urbanizadas y desarrolladas, y en donde los casos de COVID fueron destacados. La Europa más poblada se corresponde con la más rica y urbanizada, aquella que, a finales de la década de los ochenta del pasado siglo, el geógrafo francés Roger Brunet circunscribió en la denominada banana azul (incluyendo originalmente en este conjunto a Inglaterra). En el otro extremo se encuentran las regiones que no alcanzan los 50 hab./km2 que, si bien son minoritarias en número, ocupan amplias extensiones territoriales al norte del continente (gran parte de Suecia y Finlandia, así como los países bálticos), en el sudoeste (las regiones del interior de España y el Alentejo) y el noroeste de Irlanda.
En principio, parece lógico establecer una relación entre la elevada densidad con la facilidad de los contagios infecciosos de cualquier enfermedad. Pero, la mayor celeridad en la toma de decisiones drásticas de confinamiento en este periodo inicial de la pandemia atenuó su gravedad en unos territorios (Baviera, Baden-Württenberg) respecto a otros (como Lombardía o París, y la región metropolitana de Londres).
Este mapa de densidad debe ser matizado con la composición etaria de la población; en concreto, con la mayor o menor presencia de población mayor de 65 años, es decir, aquella con una morbilidad superior en caso de infección. Este indicador muestra cambios notables respecto al mapa anterior. Ahora destacan las regiones que conforman el denominado arco atlántico –desde Faro en Portugal a Brest en Francia–; el interior de Francia como Limousin o Poitou-Charentes; el norte de Italia en el caso del Piamonte, la Liguria, Toscana y Umbría; y algunas regiones del este de Alemania, como Sajonia-Anhalt (Sachsen-Anhalt), Turingia (Thüringen), Chemnitz y Dresde (Dresden). En lo concerniente a los dos países ibéricos y los escandinavos se trata además de regiones de muy baja densidad demográfica y con un poblamiento disperso, lo que dificulta la asistencia sanitaria en el terreno a este grupo de población.
Los dos siguientes mapas se centran en las aglomeraciones urbanas y en los aeropuertos más destacados por la importancia del transporte aéreo que en ellos se efectúa. La Unión Europea, y por extensión Europa, no se caracteriza por la presencia de megaciudades como las existentes en Asia, América o África. Sus elevadas tasas de urbanización se concretan en un número considerable de ciudades de tamaño medio (a escala mundial) pero relativamente próximas entre sí, particularmente en el eje central del continente antes mencionado, en donde es posible encontrar varias con más de medio millón de habitantes a distancias relativamente cortas. Es este un aspecto destacable, pues la densidad de los flujos entre estas ciudades, incluso pertenecientes a distintos países dentro de la Unión, ha facilitado notablemente la propagación del virus en el interior del continente. Pero, además, ha sido precisamente la constatación de este hecho, es decir, la intensidad de los movimientos entre estas urbes, la que ha impulsado a las autoridades de la Unión a tomar medidas coordinadas entre los estados miembros. Por otro lado, la dimensión contenida de estas ciudades, en contraste con la dimensión y morfologías que presentan en el resto de los continentes, ha facilitado el control interno de las mismas, perimetrando aquellas áreas urbanas y barrios con mayor incidencia de contagios.
El mapa Principales aeropuertos de la Unión Europea debe ser interpretado como una cartografía del transporte del virus a escala intercontinental y continental. Un mapa que refleja las puertas de entrada del virus –los aeropuertos internacionales– y su posterior dispersión en el interior de la Unión mediante el resto de la red aeroportuaria.
Los flujos de transporte aéreo con destino y en el interior de Europa tienen dos componentes: el de los viajes por motivos laborales, con una mayor incidencia en las principales aglomeraciones urbanas del continente, y el turístico. Este último explica la importancia de algunos aeropuertos que bordean el litoral mediterráneo, así como los del archipiélago canario. Pero el hecho de que el estallido del virus tuviera lugar en meses previos a la temporada turística mitigó considerablemente la incidencia de su propagación en el segundo de los aspectos citados. La reducción de la incidencia al inicio del verano, tras el efecto de la primera ola en primavera, y la desescalada subsecuente animó a algunas autoridades regionales –particularmente de regiones insulares– a ensayar los llamados corredores turísticos, en los que los sistemas de control de las instalaciones aeroportuarias fueron claves.
En el resto de los aeropuertos las medidas adoptadas durante 2020, con el objeto de frenar la propagación del virus, se materializaron en reducciones significativas de las cifras correspondientes a pasajeros aéreos en aeropuertos como los de Frankfurt (70 millones de pasajeros en 2019 y tan solo cerca de 19 millones en 2020), Munich (München), (casi 48 millones en 2019 frente a 11 millones en 2020) o Madrid-Barajas (desde cerca de 60 millones de pasajeros en 2019 a 17 millones en 2020). En definitiva, no siendo las únicas, el mapa presenta las puertas de acceso desde el exterior a la Unión, en donde se han hecho más evidentes las medidas con la finalidad de frenar la llegada de pasajeros, al principio desde Asia y, con el paso del tiempo, desde otros países como Sudáfrica, Brasil o el Reino Unido.
Después de analizar aquellos aspectos geográficos relevantes de la UE que han podido influir en la pandemia, como densidades, envejecimiento, sistema urbano y red aeroportuaria, se presentan una serie de gráficos y mapas que sintetizan lo que fue la primera ola del SARS-CoV-2 en Europa. Por una parte, se cartografía la Evolución de casos COVID-19 en la Unión Europea y Evolución de fallecidos por COVID-19 en la Unión Europea entre enero y finales de junio de 2020. Como se observa, el crecimiento de la infección fue explosivo a lo largo del mes de marzo y los peores registros sanitarios tuvieron lugar en abril. En numerosas ocasiones, se ha apuntado que el riesgo de un virus surgido en China se minusvaloró en todos los países de Occidente y, cuando la pandemia era un hecho, los sistemas sanitarios y de gobernanza europeos ya estaban desbordados. Esto se refleja en el espectacular registro ascendente de los contagios de finales de marzo y de fallecidos de las primeras semanas de abril. A partir de esas fechas, la decisión de imponer un estricto confinamiento domiciliario en el continente permitió, poco a poco, ir rebajando los valores de infectados y la mortalidad. De hecho, la comparación de ambos gráficos permite comprobar que la evolución de contagiados suele anteceder un par de semanas a la de fallecidos.
En el mapa de Casos de COVID-19 por países de la UE se muestra la generalización de la pandemia por todo el territorio. En esta primera ola, su gravedad fue menor en los países del este de Europa (con Eslovaquia y Hungría con los mejores datos). En el oeste, aquellas naciones que reaccionaron pronto y de forma contundente, pudieron limitar los efectos del virus, como Portugal, Alemania o Francia. Por el contrario, en España, Irlanda, Bélgica y Suecia encontramos las tasas de incidencia más altas, incluso superiores a Italia que fue el primer país en registrar una infección generalizada, pero que con una reacción más temprana consiguió moderar un poco los valores de contagios.
Por lo que se refiere al mapa complementario de Fallecidos por COVID-19, indicar que se repiten la mayoría de los comportamientos señalados en contagios: menor incidencia en la mitad oriental de Europa y tasas de mortalidad muy altas en los cuatro países enumerados anteriormente. La única variación significativa la aporta Italia, con un volumen relativo de decesos también elevado. Este hecho obedece a que el país transalpino fue el primer territorio occidental en acusar el grave impacto del SARS-CoV-2, cuando existían muy pocos medios para combatirlo, y su número de enfermos graves y fallecidos en las primeras semanas fue muy alto hasta alcanzar una tasa de mortalidad superior a 50 por cada cien mil habitantes para el período contabilizado.
Por último, la imagen que representa el Personal sanitario por países de la UE hace posible establecer una relación clara entre este indicador y el nivel de bienestar diferencial de las sociedades europeas. En general, como se puede ver en otro apartado de esta monografía, la UE se destaca en el mundo por un sistema sanitario muy sólido y bien dotado. No obstante, cabe señalar una disponibilidad de médicos y enfermeras mayor en Finlandia, Suecia, Estonia, Lituania, Alemania, Bélgica e Irlanda, e inferior en el este y sudeste del continente. España e Italia se asemejan a Bulgaria y Grecia en este indicador, como resultado, probablemente, de los fuertes recortes presupuestarios en sanidad generados por la reciente crisis económico-financiera.
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