Edad Moderna
Estructura temática > Historia > Referencias históricas > Edad Moderna
Tabla de la unión dinástica de Aragón y Castilla
|
La Edad Moderna se inicia en la Península durante el reinado en común de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (1469-1504/1516) y finaliza con la guerra de la Independencia (1808-1814). Gobernaron dos dinastías, la de los Austrias (1517-1700) y la de los Borbones desde el fallecimiento sin hijos de Carlos II.
Durante el siglo XV fue muy fuerte la vinculación dinástica entre Castilla y Aragón, pero también entre Castilla y Portugal. Los Trastámaras aragoneses se casaron todos con reinas castellanas mientras que los castellanos se casaron casi todos con reinas portuguesas. El final fue una guerra civil que ganó Isabel, hija de Juan II de Castilla, apoyada por Aragón, enfrentada a Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV (hermanastro de Isabel), apoyada por Portugal.
A la unión dinástica castellano-aragonesa se incorporaron las islas Canarias, a través de una ocupación colonizadora, el reino de Granada, en la que muchos han llamado «la última guerra medieval», y el reino de Navarra, que fue ocupado por un ejército castellano con el apoyo del bando nobiliario de los beamonteses.
Los Reyes Católicos desarrollaron una política de pactos matrimoniales con Portugal, Inglaterra y la casa de Borgoña-Habsburgo. Su objetivo era cercar a un viejo enemigo, Francia. Y su sueño culminar la unión peninsular, lo que fracasaría por sucesivas defunciones. El resultado fue la entronización de la dinastía de los Austrias, cuyo primer rey fue su nieto Carlos I (1516), convertido también, cuatro años después, en el Emperador Carlos V.
El reparto del espacio terrestre: Tordesillas y Zaragoza
Colón vuelve de su viaje (marzo, 1493) e informa del éxito a Juan II de Portugal. Cuando llega a Barcelona en abril, donde estaban los Reyes, se le había adelantado un embajador que defendía los derechos portugueses.
Pero los Reyes Católicos ya habían actuado ante el papa, Alejandro VI, para obtener bulas que les respaldasen, como hacían los portugueses para África. Ya tenían noticia del descubrimiento porque, en febrero, Martín Alonso Pinzón les escribió urgentemente desde Bayona, a donde llegó antes que Colón a Lisboa.
El almirante propuso trazar una línea en el sentido de los meridianos. Y así se contemplará en las bulas. No ya en la Inter Caetera del 3 de mayo, pero sí en la Inter Caetera II del día 4, aunque la línea, que los españoles pidieron trazar sobre las Azores y Cabo Verde, quedó desplazada 100 leguas al oeste para permitir el regreso portugués desde la fortaleza de San Jorge de la Mina.
En el tratado de Tordesillas (junio de 1494) el trazado definitivo quedará 370 leguas al oeste de la propuesta de Barcelona. Hasta junio los Reyes Católicos esperaban impacientes la información geográfica encomendada a Colón en su segundo viaje. La trajo en un barco Antonio Torres y la entregó en Medina del Campo en abril. Por ella supieron que la ciudad de La Isabela distaba 750 leguas de Canarias. Y decidieron el reparto de límites de influencia por el Atlántico; así contentarían a Portugal (que quería la línea más hacia el oeste, a 370 leguas de Azores y Cabo Verde), salvando su futuro territorio con otras 380, desde la línea hasta la isla de la Española. Nadie había contado con que había un continente que se extendía hacia el este, en Brasil.
El antimeridiano se decidiría tras chocar portugueses y españoles al otro lado del mundo. Los portugueses habían levantado en Malaca (1509) el fuerte de Ternate y los españoles el fuerte de Tidore en las Molucas. Tras una junta de cosmógrafos en Badajoz-Elvas (1524), se llega en Zaragoza a un acuerdo imprescindible para los españoles, que sabían llegar a Asia desde América por el Pacífico, pero no cómo volver. No lo descubrirían hasta 1565, cuando Urdaneta logre regresar, navegando por el norte hacia Acapulco.
Las dimensiones del mundo en la cosmología colombina
Las obras de Pierre d’Ailly y Paolo del Pozzo Toscanelli, las de Marco Polo o las de Claudio Ptolomeo, inspiraron a Colón en su concepción del mundo y su proyecto de llegar al oriente de Asia (islas de las Especias, Catay y Cipango) por occidente. Ptolomeo (siglo II a.C.) calculó las dimensiones de la esfera terrestre reduciéndola en un cuarto de su medida real, con lo que d’Ailly, estimó que un viaje así se realizaría en poco tiempo, con viento favorable y recalando en islas intermedias. El cálculo fue de unos 30.000 km en lugar de los 40.000 que tiene. Pero esto no era tan erróneo: faltaba un tercio… justo lo que suponen América y el océano Pacífico, con los que nadie contaba. Colón, navegante y comerciante genovés, que había viajado por el Atlántico y el Mediterráneo, se afincó en Portugal, y casó con Felipa Moniz, hija del colonizador de las islas Madeira. La corte portuguesa rechazó su proyecto (1485) enfrascada, año tras año, en consolidar la ruta de África hacia la India. Y viudo, quizá ese mismo 1485, Colón lo intenta en la corte de los Reyes Católicos donde, en un primer momento, también se rechazó el proyecto, pero la reina Isabel le mantuvo esperanzado. Finalmente, la insistencia del navegante y la toma de Granada, hicieron que lograra licencia (las capitulaciones de Santa Fé), para probar suerte con tres naves en 1492. Emprendido el camino, una nueva tierra, imprevista, obstaculiza su paso. Lo que años después (1507) se denominará América surge como una nueva frontera, un territorio a conquistar y poblar finalizada la Reconquista. Reconstrucción del documento cartográfico que, a partir de los apuntes de Cristóbal Colón, representa las ideas expuestas a los Reyes Católicos y a los distintos expertos y comisiones en su carta náutica, citada en el Diario de Colón, para obtener la financiación de su viaje hacia Catay y Cipango, en su búsqueda de una nueva ruta para llegar a las islas de las Especias. Jesús Varela Marcos, Universidad de Valladolid (2006), basado en la carta citada en el Diario de Colón en 1492 |
Sociedad y economía en tiempos de los Austrias
Comenzado el siglo XVI, las ciudades españolas crecieron en número e importancia (ver mapa Ciudades en los siglos XVI y XVII). La tasa de urbanización a finales del quinientos era de, aproximadamente, un 11,4% frente a la del continente europeo, que rondaba el 7,6%. Villas marineras en la costa norte, grandes ciudades-mercado, focos de ferias al norte del Sistema Central e inmediatamente al sur, centros urbanos como Toledo, Cuenca y, sobre todo, Madrid, que de 20.000 habitantes en la época de las Comunidades pasó a 50.000 cuando Felipe II la convierte en capital, en 1561. Pero es en el valle del Guadalquivir donde se produce el mayor grado de urbanización en la segunda mitad del XVI, como plataforma del imperio americano.
Pese a todo, la población rural llegaba al 90%. Y era una agricultura de subsistencia… pero también mercantil y materia prima industrial: cereales, vid y olivo, claro está, pero también índigo, rubia, cáñamo, lino, morera y hasta caña de azúcar. Esta potente vida agraria se correspondió con la gran riqueza que suponía la excelente lana de las merinas. La ganadería transhumante se organizaba en una poderosa asociación de propietarios de rebaños, la Mesta, cuya lana se exportaba a toda Europa y, sobre todo, a los centros textiles de los muchos territorios vinculados a la Corona: Flandes, Países Bajos, Borgoña, Alemania, Italia… La Mesta poseía una tupida red de cañadas (75 m de ancho), cordeles (38 m) y veredas (21 m), completadas con coladas y descansaderos.
A mediados del XVI se vivió lo que se ha llamado la década prodigiosa de la minería española (ver mapa Minería, metalurgia y siderurgia en la Edad Moderna), con explotaciones ya riquísimas en la época romana, como las de Almadén o las onubenses. Ingenieros y técnicos centroeuropeos y financieros alemanes, explotan la enorme riqueza minera del país: plomo, plata, cobre, cinabrio… Una organización administrativa eficaz, propulsó una perfección técnica de explotación de minerales que se exportó a América. La fabricación de productos, en consecuencia, reflejó toda esta riqueza de materias primas: vidrio, seda, textil, producción metálica… y algo muy importante en lo que España destacó siempre: la construcción naval.
El mapa Comercio y finanzas durante siglo XVI ilustra sobre los productos de importación (flotas que venían de las Indias Occidentales) y exportación, y los centros productores o financieros (ferias de las dos Medinas o Villalón). Conviene precisar que la balanza era negativa, aunque compensada por los metales preciosos que llegaban de América, con los que se pagaba la costosa política bélica y la despreocupada importación de productos manufacturados. Cuando las remesas americanas comiencen a decaer, la situación será catastrófica para la hacienda pública de los Austrias.
Este descenso en la llegada del oro americano no se vio compensado por la producción agraria, que ya había sufrido un duro golpe en 1609 con la expulsión de los moriscos (ver mapa del mismo nombre) ni, menos aún, por la minera, cuya explotación comenzó a descender desde finales del siglo XVI. Dos grandes pestes diezmaron a la población a mediados del XVII (mapa Epidemias), repitiéndose 29 años después, cuando el país aún no se había repuesto demográficamente, cosa que era difícil, por las constantes levas de soldados. El propio Felipe II tuvo que declarar en cuatro ocasiones la bancarrota. Y el siglo XVII, que fue el siglo de oro español desde el punto de vista cultural fue, también, un siglo de crisis social, económica y de estructura del Estado.
La monarquía de los Austrias Carlos de Gante, de Borgoña y Habsburgo (1516-1556), hijo de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, que desconocía todo de España (costumbres, lenguas…) llegó rodeado de señores flamencos a los que repartió los principales cargos del reino. Hubo un alzamiento de las ciudades en Castilla (las Comunidades) y diferentes revueltas en Valencia y Mallorca (las Germanías). Pero los comuneros fueron derrotados en Villalar (1521) y las Germanías sofocadas (1522). Los Austrias del siglo XVI fueron Carlos I y Felipe II (1556-98). El primero, vinculó los intereses españoles, perjudicándolos, a los de la corona imperial alemana, obtenida en 1520. Quizá por ello, abdicó en su hermano Fernando la herencia de su abuelo Maximiliano de Habsburgo (Austria y el Imperio alemán), y en Felipe II la corona española y los territorios procedentes de su abuela, María de Borgoña. Pero los problemas en Flandes y los Países Bajos perjudicaron igualmente los intereses españoles. No obstante, victorioso en Lepanto (1571) y convertido en rey de Portugal (1580), aunque fracasara en la invasión de Inglaterra (1588), de él se dijo que «en sus dominios no se ponía el sol». Los Austrias del siglo XVII fueron Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700). El reinado del primero trajo largos periodos de paz y estabilidad, aunque cediera el gobierno a sus validos, los corruptos duques de Lerma y Uceda, sucesivamente. El hecho más controvertido fue la expulsión de los moriscos. El segundo, involucrado en la guerra de los Treinta Años, junto a sus parientes austríacos, tuvo como valido al conde-duque de Olivares. La guerra, iniciada en 1618, empezó victoriosa para los ejércitos españoles. Luego, fueron de desastre en desastre hasta la firma de las sucesivas paces de Wetsfalia y Pirineos. Los enormes gastos y las derrotas hicieron que en 1640 muchos territorios, dentro y fuera de la Península, se alzaran contra la Corona y Portugal volviera a ser independiente. El reinado del último Austria (el hechizado se le llamaría) transcurrió entre constantes cesiones ante Luis XIV de Francia. El propio rey español dejó la corona, en su testamento, al nieto del rey francés. Los Austrias, como todos los reyes europeos, gobernaron como reyes absolutos. Las cortes apenas se reunían para jurar al heredero de la corona. |
El reformismo borbónico
Con Felipe V llegó el espíritu reformista europeo del siglo XVIII. Por ejemplo, los palacetes de caza de los Austrias fueron convertidos en Sitios Reales, bellos palacios con atractivos jardines y fuentes, a la manera de Versalles, donde se trasladaba periódicamente la corte con toda su parafernalia.
Siguiendo el modelo de Colbert, ministro de Luis XIV, se crearon multitud de reales fábricas, fomentando los avances técnicos. Atendían a producciones estratégicas (fábricas de armas), creaciones de lujo para la corte en los Reales Sitios (porcelanas, tapices, cristales…), géneros de consumo, (manterías, paños…) e incluso de ocio (naipes). El dirigismo colbertista llevó a establecer productos estancos, que se vendían por concesión del estado: tabaco, sellos, papel timbrado…
Con las nuevas poblaciones, del urbanismo «ilustrado», se repoblaron tierras yermas con campesinos y artesanos. Destacó el ministro Pablo de Olavide, repoblador de zonas de Andalucía y de Sierra Morena durante el reinado de Carlos III (1767).
La estabilidad de los primeros años de Carlos III se rompió a partir de 1763-1765. Una de las endémicas crisis de cereales produjo escasez de pan. Hubo motines y una orden de seguridad pública sobre el uso del sombrero de ala ancha y la capa larga, desató las iras de los madrileños contra el ministro marqués de Esquilache, que Carlos III había traído de Nápoles. Esquilache fue desterrado y el rey obligado a decretar una reducción de precios. De estos y otros motines fue culpada la Compañía de Jesús, que fue expulsada de España en 1767, como antes lo había sido de Francia y Portugal. Se perseguía a los jesuitas por su oposición al regalismo estatalista.
En 1761 se publica la Instrucción de Caminos para conectar la corte con la periferia. Se crea la Superintendencia General de Caminos. Y en 1802 se abre la Escuela de Ingenieros de Caminos. La red caminera contó con unos 25.000 km, salvando ríos, montañas y la feroz oposición de la Mesta en defensa de su red cabañera. Los caminos de tierra permitían el cruce de dos caballos y los enlosados de dos carretas.
Se iniciaron obras de canales navegables, algunas inconclusas como el canal de Castilla o el imperial de Aragón (1776-1784). Los puertos marítimos fueron impulsados con las juntas de obras de puertos. Un paso decisivo fueron los decretos de libre comercio de 1765 y 1778 conectando 13 puertos españoles y 24 americanos.
La monarquía de los Borbones En 1700 parecía que el imponente poder de los Austrias iba a ser sustituido por el de los Borbones. Por eso estalló en toda Europa la guerra de Sucesión al trono de España. En 1714, por el tratado de Utrech, Europa acabó aceptando al rey francés. Pero España perdió todos sus territorios en el continente, incluso Menorca y Gibraltar. Y hubo de renunciar al monopolio de su comercio con América, secular ambición de Gran Bretaña. Los Borbones del siglo XVIII fueron: Felipe V (1700-1724, por abdicación), Luis I (1724, enero-agosto, fallecimiento), Felipe V (retoma el trono, 1724-1746), Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788, hermano de Fernando; rey de Nápoles, que abandona desde 1734) y Carlos IV (1788-1808). |
La administración del territorio en España y América
Los Borbones introdujeron un Estado unitario y centralista, buscando la eficacia frente a la dispersión administrativa de los Austrias. La Península quedó dividida en 32 provincias, al modo francés, sobre todo en Castilla (24 provincias), manteniendo como provincias únicas las de la corona de Aragón, Navarra y los territorios vascos. En la Administración central tomaron el modelo de ministerios, que denominaron secretarias de despacho. La foralidad quedó eliminada en la corona de Aragón, aunque no en Navarra y las provincias vascas, ni en los derechos feudales del obispo de Urgel sobre Andorra, por los decretos de Nueva Planta.
En la Administración territorial crearon la discutida figura de los intendentes, a modo de gobernadores provinciales, con funciones de control de los abastecimientos e intervención fiscal. Suprimidos en 1724, fueron restaurados por el marqués de la Ensenada en 1749. No obstante, se mantuvieron las chancillerías y audiencias reflejadas en el mapa Administración de la justicia real ordinaria en el siglo XVI.
Los virreyes peninsulares se sustituyeron por capitanes generales, cargo más de gestión que cortesano. Desde 1716, el capitán general también actuaba como presidente de la audiencia para los asuntos administrativos y de gobierno. El sistema defensivo quedó reforzado por departamentos marítimos.
En América, con este modelo, se mantuvieron los tres grandes virreinatos y una Capitanía General, la de Chile, alguna vez denominado reino; aquí se pactó una frontera con los mapuches (el río Bío Bío). El poderoso Virreinato de Nueva España incluía Nueva California, Nuevo México, Texas, Florida y todo el Caribe.
La cultura de la Ilustración
Instituciones singulares fueron las sociedades económicas de amigos del país. En 1765 obtuvo aprobación real la primera: la Sociedad Bascongada. Y comenzó el desarrollo de estas instituciones, sobre todo con Carlos III. Campomanes incentivó su expansión en el Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774) y mediante la distribución de circulares impulsoras por toda España. Un año después, en 1775, se aprobó la Real Sociedad Económica Matritense.
Cada una presentaba su propio perfil, pero en todas confluyeron nobles, eclesiásticos, funcionarios, militares, terratenientes, intelectuales, profesionales liberales como médicos y periodistas… así como también algunos comerciantes y artesanos. En todo caso, personas con anhelos reformistas. El interés de las sociedades se encontraba en la educación, la economía, la labor benéfica (montes de piedad) y la enseñanza de oficios. Igualmente, el mejor conocimiento del propio territorio.
En el campo universitario fracasaron los proyectos de reforma como los de Melchor de Macanaz, Mayans, (Idea del nuevo método que se puede practicar en la enseñanza de las universidades de España, 1767) y Pablo de Olavide. Durante el siglo XVIII convivieron universidades históricas con otras de menor relevancia, y otras de nueva creación. Entre las últimas es de mencionar la universidad de Cervera, creada en 1717 por Felipe V para sustituir al resto de las universidades de Cataluña, todas suprimidas por su apoyo al pretendiente austríaco para el trono español, en contra de los Borbones.
En los claustros universitarios predominaba el conservadurismo y eran inexistentes las ideas de crítica o progreso. Por ejemplo, para ser catedrático en la universidad de Valladolid era obligado jurar la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción. Por tanto, siendo imposible utilizar las universidades como difusoras de los principios ilustrados, los Borbones promovieron otros centros para la enseñanza y la difusión del conocimiento científico y de la cultura. Así, además, se emulaba la realidad francesa de aquellos momentos. Surgen las reales academias: de la lengua, de la historia y todo tipo de instituciones en la medicina, las matemáticas, la minería… Se crearon gabinetes de historia natural, observatorios astronómicos o jardines botánicos.
En la Organización territorial eclesiástica al norte del Sistema Central se decía que todos los obispados dependían de Santiago de Compostela, menos Oviedo y León, que todavía en el siglo XVIII seguían calificándose de «obispados exentos», ante Burgos o Toledo, pese a que esta era la «Sede Primada» desde su conquista. En el sur, predominaban dos archidiócesis, la de Granada y la de Sevilla, ambas también reconocidas desde su conquista. Pero esta última era poderosísima, por ser la cabeza de todos los episcopados americanos.
Los cabildos eran un foco de poder muy importante en las ciudades. Durante el siglo XVIII se lograron nuevos obispados en Santander (1754), Ibiza (1782), Tudela (1783) y Menorca (1795). Calatayud, Játiva y Lorca, que también lo pretendían, no consiguieron su transformación de colegiata en sede catedralicia episcopal. Muchas colegiatas, no obstante, lograron sobrevivir durante el siglo XVIII. Las colegiatas y sus cabildos jugaban un papel muy notable en muchas poblaciones menores. Eran como catedrales de segundo orden.
En la página Libros Digitales del ANE puedes descargar la obra completa España en mapas. Una síntesis geográfica.