Discusión:Edad Moderna
España en mapas. Una síntesis geográfica
Compendios del Atlas Nacional de España. Nuevo contenido
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Tabla de la unión dinástica de Aragón y Castilla
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La Edad Moderna se inicia en la Península durante el reinado en común de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (1469-1504/1516) y finaliza con la guerra de la Independencia (1808-1814). Gobernaron dos dinastías, la de los Austrias (1517-1700) y la de los Borbones, desde el fallecimiento sin hijos de Carlos II.
Durante el siglo XV fue muy fuerte la vinculación dinástica entre Castilla y Aragón, pero también entre Castilla y Portugal. Los Trastámaras aragoneses se casaron todos con reinas castellanas, mientras que los castellanos se casaron casi todos con reinas portuguesas. El final fue una guerra civil que ganó Isabel, hija de Juan II de Castilla, apoyada por Aragón, enfrentada a Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV (hermanastro de Isabel), apoyada por Portugal.
A la unión dinástica castellano-aragonesa se incorporaron las islas Canarias, a través de una ocupación colonizadora, el reino de Granada, en la que muchos han llamado «la última guerra medieval», y el reino de Navarra, que fue ocupado por un ejército castellano con el apoyo del bando nobiliario de los beamonteses.
Los Reyes Católicos desarrollaron una política de pactos matrimoniales con Portugal, Inglaterra y la casa de Borgoña-Habsburgo. Su objetivo era cercar a un viejo enemigo, Francia; su sueño, culminar la unión peninsular, proyecto fracasado por sucesivas defunciones. El resultado fue la entronización de la dinastía de los Austrias, cuyo primer rey fue su nieto, Carlos I (1516), convertido también, cuatro años después, en el emperador Carlos V.
El reparto del espacio terrestre: Tordesillas y Zaragoza
Colón vuelve de su viaje (marzo, 1493) e informa del éxito, en primer lugar, a Juan II de Portugal. Cuando llega a Barcelona en abril, donde en aquel momento estaba establecida la corte, se le había adelantado un embajador que defendía los derechos portugueses.
Pero los Reyes Católicos ya habían actuado ante el papa Alejandro VI, para obtener bulas que les respaldasen, como hacían los portugueses para África. Ya tenían noticia del descubrimiento porque, en febrero, Martín Alonso Pinzón les escribió urgentemente desde Bayona, a donde había llegado antes que Colón a Lisboa.
El almirante propuso trazar una línea en el sentido de los meridianos. Y así se contemplará en las bulas. No ya en la Inter Caetera del 3 de mayo, pero sí en la Inter Caetera II del día 4, aunque la línea, que los españoles pidieron trazar sobre las Azores y Cabo Verde, quedó desplazada 100 leguas al oeste para facilitar el regreso portugués desde la fortaleza de San Jorge de la Mina.
En el tratado de Tordesillas (junio de 1494) el trazado definitivo quedará 370 leguas al oeste de la propuesta de Barcelona. Hasta junio los Reyes Católicos esperaban impacientes la información geográfica encomendada a Colón en su segundo viaje. La trajo en un barco Antonio Torres y la entregó en Medina del Campo en abril. Por ella supieron que la ciudad de La Isabela distaba 750 leguas de Canarias. Y decidieron el reparto de límites de influencia por el Atlántico; así contentarían a Portugal (que quería la línea más hacia el oeste, a 370 leguas de Azores y Cabo Verde), salvando su futuro territorio con otras 380, desde la línea hasta la isla de la Española. Nadie había contado con que había un continente que se extendía hacia el este, en Brasil.
El antimeridiano se decidiría tras chocar portugueses y españoles al otro lado del mundo. Los portugueses habían levantado el fuerte de Ternate (1509) y los españoles el fuerte de Tidore en las Molucas. Tras una junta de cosmógrafos en Badajoz-Elvas (1524), se llega en Zaragoza a un acuerdo imprescindible para los españoles, que para entonces, sabían llegar a Asia desde América por el Pacífico, pero no cómo volver. No lo descubrieron hasta 1565, cuando Urdaneta logró regresar, navegando por el norte hacia Acapulco.
La américa imprevista
El segundo viaje a las Indias tuvo un fin colonizador. Hasta 21 navíos y unos 2.500 pioneros: soldados, frailes, comerciantes, artesanos, pertrechos, animales de granja… Viajan Juan de la Cosa, Ponce de León, el padre las Casas... Colón estaba navegando en su tercer viaje cuando ya se generalizaban las exploraciones por las islas y las costas… Balboa confirma que hay otro océano al oeste. Es un nuevo continente, con flora y fauna desconocidas, culturas inimaginables y fabulosos imperios, cuya mitología auguraba la llegada de misteriosos dioses por el mar.
Vinculada a España, América se incorpora a la cultura europea
América fue el descubrimiento de una realidad impensada y prodigiosa, que España hubo de afrontar. También los pueblos originarios del nuevo continente tuvieron que afrontar el descubrimiento de una "cultura occidental" (oriental para ellos) en su interpretación hispánica. Para ellos era, igualmente, una existencia impensada y prodigiosa. Ambas existencias aceptaron su común desafío con la mente y los instrumentos de los que se disponía en su época.
Los españoles peninsulares tuvieron una muy débil presencia demográfica. Se instalaron fácilmente en las pobres islas del Caribe. En el continente se encontraron con estructuras sociales muy desarrolladas, ante cuya realidad buscaron ubicarse. Y la mayoría de aquellos diversos pueblos admitió su dirección, en la que vieron inmediatas ventajas. Así que a los diez años de entrar Cortés en Tenochtilnán ya se aparece la Virgen (de Guadalupe) al indio chichimeca Cuauhtlataotzin. A los quince, se crea la primera imprenta y enseguida se organiza la gramática escrita de los diferentes idiomas autóctonos.
Colón marcó la pauta de ubicación: en el enfrentamiento entre dos caciques taínos, Guacanari y Caonabo, se situó al lado del primero, del que dos hijos embarcaron rumbo a España en 1495. Además lo hicieron en el primer barco construido en astilleros de América, el Santa Cruz (la India). En el caso del imperio Azteca, Hernán Cortés actuó, sí, como conquistador, pero también como caudillo del alzamiento de los pueblos sometidos por el despotismo imperial de los mexicas. El ejército que conquista Tenochtitlán en 1521 estuvo compuesto por unos 900 españoles y decenas de miles de vengadores guerreros, particularmente tlascaltecas. Los tlascaltecas (con el modelo de los señoríos vascos), fueron reconocidos como hidalgos que se titulaban don ante sus nombres españolizados. Participaron en el expansionismo de Cortés y tomaron parte activa, con Legazpi (fundación de Manila en 1571), en la conquista de Filipinas... Dos hijos de Moctezuma (Isabel y Pedro), iniciaron dinastías nobiliarias en la Península, que perviven hoy. En lo que afecta al imperio Inca, Pizarro y los españoles actuaron de parecida manera: fueron al mismo tiempo conquistadores y soporte del emperador legítimo, Huáscar, en la guerra civil en la que su hermano bastardo, Atahualpa (que le asesinó), intentaba arrebatarle el trono. Cuzco (1533), se convirtió pronto en una gran capital de porte hispánico, con la nobleza inca legitimista incorporada a la cultura española.
En América hubo muchos abusos de una clase dominante de pocos peninsulares y muchos criollos, los hijos de una caudalosa mezcla de sangres. Pero en España, intelectuales, teólogos, y juristas entendían América como una prolongación de la Península: en las Controversias de Valladolid (1550 y 1551) se planteó a debate si existían “justos títulos” para aquel dominio que las diferentes “Leyes de Indias” pretendían legislar en positivo. La Corona, que hizo esclavos a 10.000 musulmanes tras la toma de Málaga (1487), rechazó esta práctica para sus súbditos de América, lo que condujo al comercio de esclavos africanos.
Así se creó un formidable espacio cultural y político. En él hubo unos, hijos y nietos de incas o mexicas, que se convertían, por ejemplo, en cronistas de Indias; otros, alcanzaban altas cimas literarias (la mexicana sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII); hubo también dirigentes de la gran rebelión antiespañola (1780), como el héroe hispano-inca Tupac Amaru II, José Gabriel Condorcanqui Noguera. El Nuevo Continente se desarrolló: magnas construcciones se inician en 1541, con la catedral de Santo Domingo; en 1560, con la de Cuzco y en 1571, con la monumental de México; se edificaron espléndidos palacios, grandes fortificaciones, puertos, carreteras… Entre las más antiguas universidades del mundo se encuentran varias de las cuarenta fundadas allí (la primera en 1538 en Santo Domingo), cuando en la Península sólo había treinta. Hoy sabemos que, siendo mucha la plata y el oro que los españoles extrajeron de América, fue mucho mayor lo invertido en los más de tres siglos que dieron origen a diecinueve naciones de poderosas raíces culturales hispanas (1810-1824), que valoran también, y con orgullo, a sus pueblos originarios.
De la ruta a las Molucas a la circunnavegación del globo
Fernando de Magallanes, navegante portugués conocedor del sudeste asiático, caído en desgracia (1514) en la corte lisboeta, marchó a Sevilla y propuso a Carlos I, que lo aceptó, iniciar una ruta de las especias por el oeste, contraria a la carreira da India portuguesa, por África y el Índico. Se comprometió a encontrar el paso hacia el mar del Sur de Balboa, llegar a las Molucas y regresar por el mismo camino, siempre dentro del hemisferio español del tratado de Tordesillas. En 1519 se hizo a la mar con cinco naves y 239 tripulantes, entre ellos, Juan Sebastián Elcano y el cronista italiano Antonio Pigafetta, autor del Diario que detalló la expedición. Magallanes descubrió el estrecho que lleva su nombre, atravesó el océano, al que dio nuevo nombre y llegó por el norte hasta Cebú, donde murió en una escaramuza con los nativos.
Elcano tomó entonces el mando, bajó hasta las Molucas y llenó la Victoria, la única nao disponible en ese momento, de ricas especias. Tuvo la genial intuición de no regresar por el mismo camino (las corrientes hacían zozobrar todos los barcos que navegaban hacia el este) y arriesgarse a volver por el Índico y África, arrostrando los ataques portugueses, como así sucedió. En 1522, tres años después, llegó a Sevilla. Con él iban sólo 18 hombres harapientos y enfermos, pero inmensamente ricos, que habían dado la primera vuelta al mundo.
Hasta 1565 (regreso de Urdaneta) no se encuentra el Kuroshio, ruta de regreso, muy al norte, hasta Acapulco. Durante los siglos XVI y XVII los españoles recorren la costa de Patagonia a Alaska, descubren las tierras del Pacífico (Juan Fernández, Pascua, Marianas, Carolinas, Marquesas, estrecho de Torres…), comercian con China y Japón, ocupan Filipinas… Y hacen que el Pacífico fuese llamado el lago español.
Los Austrias Carlos de Habsburgo (1516-1556), hijo de Juana I de Castilla y Felipe el Hermoso, incorpora a su dinastía los reinos peninsulares y sus posesiones. Sustituye la línea política tradicional de los Trastámara, (unión peninsular y defensa de sus intereses comunes) por una vinculación a ultranza con los intereses familiares de los Austrias, en sus heterogéneos y conflictivos dominios centroeuropeos. En este propósito se malgastan los ingentes recursos de la Corona española que, durante el siglo XVI y gran parte del XVII, era la primera potencia territorial y económica del mundo. Los Austrias del XVI fueron Carlos I y Felipe II (1556-98), que en 1580 unió a su corona la de Portugal. Y los del XVII fueron Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700) que, en pleno ocaso imperial y fallecido sin hijos, deja la corona a los Borbones franceses. |
España ante la Europa del Imperio
Carlos I, un remoto extranjero que desconocía todo de España, llegó en 1517 rodeado de señores flamencos, con los que sustituyó en el gobierno a la nobleza peninsular. Esta herencia era, para él, un simple añadido a la gloria de los Habsburgo. La decepción de sus súbditos se incremetó con la pretensión de la Corona Imperial, tras la muerte de su abuelo Maximiliano y la exigencia de que su coste (donaciones a los príncipes alemanes electores) proviniera de las Cortes de Castilla, convocadas en 1519 mientras marchaba a Alemania. Obtuvo la corona en 1520, pero provocó un alzamiento de las ciudades en Castilla (las Comunidades) y revueltas gremiales en Valencia y Mallorca (las Germanías). La nobleza condescendió con ellos, hasta que vio su carácter antiseñorial (y antimorisco en Valencia). Los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado fueron ajusticiados en Villalar (1521) y las Germanías (Llorens en Valencia) sofocadas en 1522. En adelante, aristocracia y pueblo de los reinos españoles se entusiasmaron, sin remedio, con el laberinto de la política imperial europea.
En España el protestantismo se pudo iniciar con el elitista movimiento crítico con la corrupción clerical, según las ideas de Erasmo de Rotterdam, pero el Emperador, que pronto aprendió español y acabó su vida retirado en los Jerónimos de Yuste, se consideraba defensor de un ideal de Univérsitas Christiana, apoyado en sus reinos peninsulares, que tanto rendimiento económico le proporcionaban a partir de América. Así, se enfrentó al reformismo de Lutero y a los príncipes alemanes que lo defendían, propició el Concilio de Trento con gran presencia de teólogos hispanos y apoyó a la española Compañía de Jesús en la Contrarreforma. Se prohibió estudiar en universidades extranjeras (excepto Bolonia); el erasmismo fue aislado; el protestantismo perseguido... Y apareció una versión española del sentimiento de unión directa con Dios: el misticismo, siempre mal visto por la Inquisición. Y, con él, movimientos de un espiritualismo exagerado, como el de los recogidos y el de los alumbrados o iluminados.
Para aislar a Francia, los Reyes Católicos concertaron el enlace de sus hijos, Juan y Juana, con dos Habsburgo. Pero el interés era también económico. La lana de las merinas españolas, principal materia prima de exportación, vivía, desde el siglo XIV, en ventajosa competencia con la lana inglesa, con la que se disputaba los mercados de Flandes y Países Bajos, floreciente dominio de los Habsburgo, heredado de la Casa de Borgoña. Allí estaban los grandes centros textiles europeos: paños, encajes, tapices, alfombras, colchas… los lienzos finos se conocían en toda Europa como “tela de holanda”. Pero mientras Flandes, en el sur de los Países Bajos, se mantuvo fiel a la lana española, los holandeses prefirieron pronto la inglesa y el lino o el algodón, importado de ultramar.
Los rebaños eran propiedad de la nobleza, asociada en una poderosa organización, la Mesta (1273-1836). El ganado trashumaba en invierno, pastaba en dehesas alquiladas de La Mancha y Extremadura, y volvía en primavera. Lo hacía por caminos propios, protegidos por vallas de cañas, o de cuerdas entre estacas: cañadas (75 m de anchura), cordeles (38 m) y veredas (21 m), con periódicos descansaderos. Los ganaderos pagaban el “servicio y montazgo” a su paso por los “puertos reales” que jalonaban todo el Sistema Central: una gran fuente fiscal de la Corona. La feria de Medina del Campo era el centro financiero, y la exportación se organizaba desde el Consulado de Burgos. La Mesta, distribuida territorialmente en cuatro cuadrillas, se agrupaba en redes de rutas: las leonesas, segovianas, sorianas y conquenses, con una minuciosa regulación judicial y económica que mantiene aún hoy viva presencia.
La ingente herencia de Felipe II
Con Felipe II se acentúa la hegemonía española entre éxitos bélicos —San Quintín (1557) o Lepanto (1571)— y fracasos, como el de la Armada Invencible (1588), o la resistencia en los Países Bajos (las “Provincias Unidas” del norte) a aceptar su gobierno. En la Península su concepción política unitaria le empuja a dictar disposiciones integradoras en vestimentas, costumbres y religión para los moriscos (numerosos en Granada y aun en Aragón y Valencia). Ello provoca una gran sublevación, la rebelión de las Alpujarras que, vencida, llevó a la dispersión de los moriscos granadinos. Diez años después, el mítico rey don Sebastián de Portugal muere, sin hijos, en la batalla de Alcazarquivir. Felipe II, apoyado por poderosos nobles lusitanos, es reconocido rey de Portugal como Felipe I y vive dos años en Lisboa, donde organiza una corte y piensa en hacer navegable el Tajo hasta Toledo. Pasados otros diez años, en un secreto episodio de traiciones, envidias y amores, con implicación de la princesa de Éboli y el propio rey, Antonio Pérez, secretario real, manda asesinar a Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria. Antonio Pérez huyó y se acogió al amparo de una institución foral: el Justicia Mayor de Aragón. Lo era en 1591 don Pedro Lanuza que, apoyado por el pueblo zaragozano, se negó a entregarle a la Justicia del rey. Pero un ejército real tomó Zaragoza, don Pedro fue ajusticiado y se dictaron fuertes recortes de los fueros aragoneses, que acentuaron la política unitaria.
La brillante hegemonía española se mantenía a crédito. Felipe II hubo de declararse en bancarrota tres veces, a pesar del alto régimen fiscal de Castilla y la constante llegada de metales preciosos de América… y de España, porque los años centrales del siglo XVI han sido llamados la década prodigiosa de la minería española. La Corona era la propietaria de todas las minas y entre 1550-1570 la producción de plata de la mina de Guadalcanal (Sevilla) superó a la de Potosí. Hubo un formidable desarrollo de la ingeniería, la administración y las técnicas de la minería en España y América, y se creó, en 1624 la Junta de Minas. Nada bastaba. La banca genovesa (Centurione o Spínola), y alemana (Fugger o Welser), prestaba un dinero garantizado por las minas; luego, por los impuestos a la lana y, siempre, por el oro y la plata de América. Sus agentes estaban en Sevilla y Cádiz, (comercio con América), en las ferias de Medina (comercio de lanas), en los puertos exportadores cantábricos, en los consulados de Sevilla y Bilbao... controlando los ingresos. Y se encargaban de los miles de pagos (soldados, importaciones, mantenimiento del camino español de Milán a Flandes…) contratados por cuenta española. Las altísimas importaciones mantenían siempre en déficit la balanza comercial, pero hubo bastantes industrias españolas, como paños en Segovia, ferrerías vascas, cuchillería de Albacete, y espadas toledanas. La minería decayó en el siglo XVII, aunque en el XVIII se vivió una evidente recuperación, por el cobre de Riotinto y el mercurio de Almadén.
Durante los siglos XVI y XVII, la Administración española fue un modelo de eficacia, minuciosidad contable, velocidad informativa, y apoyo a ciencias específicamente españolas, como náutica o botánica… La justicia tenía dos tribunales supremos (las chancillerías), reales audiencias territoriales, y corregimientos (el corregidor era la máxima autoridad municipal y judicial) en cada ciudad, con instituciones tan importantes como los veedores (en visitas de inspección) y los juicios de residencia (muy importantes en las Indias), a los que se tenían que someter toda autoridad, incluso los virreyes, tras dejar un cargo. No obstante, pervivieron algunas figuras antiguas, como los adelantamientos (de tipo militar), utilizados durante largo tiempo en las Indias, sin olvidar que diversos estamentos tenían jurisdicciones propias (universidades, ejército, asociaciones profesionales…).
La Pax hispánica
Felipe III, amante del arte, la literatura y, particularmente, la caza, dejó el gobierno en manos de validos: el duque de Lerma y luego su hijo, el duque de Uceda, como haría en Francia Luis XIII con el cardenal Richelieu. Poco antes de morir, su padre, Felipe II, había cerrado la paz de Vervins con Francia, que él consolidaría al casar a su hija Ana de Austria con el rey francés. Firmó la paz con Inglaterra en 1604 y suspendió la guerra en los Países Bajos (tregua de los Doce Años) en 1609. Así, en toda Europa, reinó la Pax hispánica. Solo continuó la lucha contra los turcos, que acosaban los territorios Habsburgo en el Danubio y, a través de los piratas norteafricanos, las costas españolas. Esta fue la disculpa, en 1609, para la expulsión de los moriscos. Saldrían unos trescientos mil, sobre todo de los antiguos reinos de Murcia y Valencia, con gran daño para la producción de huertos y arrozales, que no se logró superar con la introducción de nuevos cultivos.
La agricultura de subsistencia ocupaba a más del 90% de la población, con los tres cultivos tradicionales para bodega, almazara y molino, es decir: vino, aceite y trigo. Pero no dejó de haber innovaciones, como la sustitución de bueyes por mulas, el maíz traído de América o los cultivos industriales: esparto y cáñamo (velas y cordajes), lino y morera (textil). Para tintes, índigo (añil) y rubia (tintes rojos y farmacia). Y la barrila para vidrio, jabones y farmacia. Pero todo fue decayendo por la terrible presión fiscal a la producción industrial, lo que impedía beneficios y la renovación técnica. En 1679, con criterios colbertistas de intervención estatal, se creó la Junta General de Comercio, que atrajo algún capital extranjero para la fabricación de vidrio, cerámica, jabón y, sobre todo, papel, que consumía sin tasa la prolija administración. En América se fomentaron los astilleros, como el de La Habana, en el que se construyó, en el siglo XVIII, el mayor barco del mundo, el Trinidad, con cuatro cubiertas, 140 cañones y capacidad para 1.140 marineros. Pero la agotada España necesitaba mucho más: la debilidad económica, las guerras, la emigración a América (¿600.000 personas?) y tres terribles pestes condujeron a un decrecimiento de la población, en especial, en el centro peninsular.
Es cierto que en el siglo XVIII los Borbones lograron mantener la fachada del edificio político español. Pero, como todo un símbolo, el Trinidad fue hundido por los ingleses en Trafalgar nada más iniciarse el siglo XIX (1805).
El fracaso del proyecto Austria
Con Felipe IV, el Rey Sol, se creyó que el poder español aumentaría. En la guerra de los Treinta Años, comenzada en Alemania (1618) entre príncipes católicos y protestantes, se sucedían los triunfos hispano-austríacos. Dinamarca-Noruega y Suecia no lograban desnivelar la balanza hasta que, en 1635, ante el enorme poder de los Habsburgo, entró en la guerra Francia, apoyada por las Provincias Unidas (Holanda), Inglaterra y Escocia. Los triunfos pasan a ser derrotas (1642, la estrepitosa de Rocroi). España se ve obligada a firmar la paz de Wetsfalia (1648) y la de los Pirineos (1659), por las que pierde territorios, reconoce la independencia de Holanda y es sustituida en la hegemonía europea por una nueva gran potencia: Francia.
Desde 1621, era valido el conde-duque de Olivares, que fracasó en su intento de implicar en la política fiscal y militar (la Unión de Armas), a todos los reinos de la Corona, porque la hacienda pública del reino de Castilla tenía más gastos que ingresos y de ella era imposible obtener ya más dinero. Las minas americanas se agotaban. Las derrotas militares se sucedían. Portugal, veía sus posesiones atacadas por culpa de las guerras españolas. Y el crédito internacional huía, porque España no podía devolver los préstamos. Esta terrible situación provoca la crisis de 1640, con conjuras y rebeliones en gran parte de los reinos. En Cataluña, los abusos de las tropas acantonadas son la disculpa para que unos segadors, en la procesión del Corpus (el Corpus de Sangre) asesinen al virrey. El canónigo Pau Claris proclamó la república catalana… y ofreció el trono a Luis XIII, cuyas tropas ocupan Cataluña cometiendo aún más desmanes. Barcelona es conquistada por el rey en 1652 pero Francia se queda en los espacios catalanes nordpirenaicos. En Portugal, el 1 de diciembre (aún fiesta nacional), se proclamó rey al duque de Bragança, Juan IV, tras asesinar al secretario de Estado Vasconcelos y apresar a la virreina. Portugal obtuvo resonantes victorias contra todos los ejércitos españoles enviados y, finalmente, vio reconocida su independencia en 1668.
En 1700 muere Carlos II, un rey con deficiencias físicas y mentales, que había testado la Corona para un nieto de Luis XIV de Francia. Y toda Europa se alza contra una hegemonía, esta vez de los Borbones, que reinarían en Francia y en España. De nuevo se enfrentan criterios foralistas y autonomistas territoriales, que defendía Carlos de Austria, pretendiente al trono, contra los centralistas del despotismo Ilustrado, propios de los Borbones. Gran parte de la corona de Aragón se puso a favor del austríaco en una guerra de Sucesión europea que acabó al heredar don Carlos la corona imperial según los tratados de Utrech y Rastatt (1713-1715), amañados por Luis XIV sin dar voz a los españoles: Europa aceptó a los Borbones en España a cambio de cercenar de raíz el poder europeo español, que pierde Flandes, Luxemburgo, Milán, Nápoles, Cerdeña, Sicilia, Gibraltar y Menorca, y hace concesiones comerciales a Gran Bretaña en América. El nuevo rey, Felipe V, dictó unos "Decretos de Nueva Planta" unificadores. Entre otras disposiciones, las Cortes de Castilla incorporaron ciudades de las Cortes de Aragón.
La monarquía de los Borbones En 1700 parecía que el imponente poder de los Austrias iba a ser sustituido por el de los Borbones. Por eso estalló en toda Europa la guerra de Sucesión al trono de España. En 1714, por el tratado de Utrech, Europa acabó aceptando al rey francés, pero España perdió todos sus territorios en el continente, incluso Menorca y Gibraltar. Y hubo de renunciar al monopolio de su comercio con América, secular ambición de Gran Bretaña. Los Borbones del siglo XVIII fueron: Felipe V (1700-1724, por abdicación), Luis I (1724, enero-agosto, fallecimiento), Felipe V (retoma el trono, 1724-1746), Fernando VI (1746-1759), Carlos III (1759-1788, hermano de Fernando; rey de Nápoles, que abandona desde 1734) y Carlos IV (1788-1808). |
El reformismo borbónico
Con Felipe V llegó el espíritu reformista europeo del siglo XVIII. Por ejemplo, los palacetes de caza de los Austrias fueron convertidos en Sitios Reales, bellos palacios con atractivos jardines y fuentes, a la manera de Versalles, donde se trasladaba periódicamente la corte con toda su parafernalia.
Siguiendo el modelo de Colbert, ministro de Luis XIV, se crearon multitud de reales fábricas, y se fomentaron los avances técnicos. Atendían a producciones estratégicas (fábricas de armas), creaciones de lujo para la corte en los Reales Sitios (porcelanas, tapices, cristales…), géneros de consumo, (manterías, paños…) e incluso de ocio (naipes). El dirigismo colbertista llevó a establecer productos "estancos", que se vendían por concesión del Estado: tabaco, sellos, papel timbrado…
Se repoblaron tierras yermas con campesinos y artesanos que ocuparon poblaciones nuevas de un «urbanismo ilustrado». Destacó el ministro Pablo de Olavide, repoblador de zonas de Andalucía y de Sierra Morena durante el reinado de Carlos III (1767).
La estabilidad de los primeros años de Carlos III se rompió a partir de 1763-1765. Una de las endémicas crisis de cereales produjo escasez de pan. Hubo motines y una orden de seguridad pública sobre el uso del sombrero de ala ancha y la capa larga, desató las iras de los madrileños contra el ministro marqués de Esquilache, que Carlos III había traído de Nápoles. Esquilache fue desterrado y el rey obligado a decretar una reducción de precios. De estos y otros motines fue culpada la Compañía de Jesús, que fue expulsada de España en 1767, como antes lo había sido de Francia y Portugal. Se perseguía a los jesuitas por su oposición al regalismo estatalista.
En 1761 se publica la Instrucción de Caminos para conectar la corte con la periferia. Se crea la Superintendencia General de Caminos. Y en 1802 se abre la Escuela de Ingenieros de Caminos. La red caminera contó con unos 25.000 km, que salvaban ríos, montañas y la feroz oposición de la Mesta en defensa de su red cabañera. Los caminos de tierra permitían el cruce de dos caballos y los enlosados de dos carretas.
Se iniciaron obras de canales navegables, algunas inconclusas como el canal de Castilla o el Imperial de Aragón (1776-1784). Los puertos marítimos fueron impulsados con las juntas de obras de puertos. Un paso decisivo fueron los decretos de libre comercio de 1765 y 1778, que abrió la conexión de 15 puertos españoles y 24 americanos.
La administración del territorio en España y América
Los Borbones introdujeron un Estado unitario y centralista, que buscaba la eficacia frente a la dispersión administrativa de los Austrias. La Península quedó dividida en 32 provincias, al modo francés, sobre todo en Castilla (24 provincias), mantuvieron como provincias únicas las de la corona de Aragón, Navarra y los territorios vascos. En la Administración central tomaron el modelo de ministerios, que denominaron secretarías de despacho. La foralidad quedó eliminada en la corona de Aragón, aunque no en Navarra y las provincias vascas, ni en los derechos feudales del obispo de Urgel sobre Andorra, por los decretos de Nueva Planta.
En la Administración territorial crearon la discutida figura de los intendentes, a modo de gobernadores provinciales, con funciones de control de los abastecimientos e intervención fiscal. Suprimidos en 1724, fueron restaurados por el marqués de la Ensenada en 1749. No obstante, se mantuvieron las chancillerías y audiencias reflejadas en el mapa Administración de la justicia real ordinaria en el siglo XVI.
Los virreyes peninsulares se sustituyeron por capitanes generales, cargo con mayor carácter gestor que cortesano. Desde 1716, el capitán general también actuaba como presidente de la audiencia para los asuntos administrativos y de gobierno. El sistema defensivo quedó reforzado por departamentos marítimos.
En América, con este modelo, se mantuvieron los tres grandes virreinatos y una Capitanía General, la de Chile, alguna vez denominado reino; aquí se pactó una frontera con los mapuches (el río Bío Bío). El poderoso Virreinato de Nueva España incluía Nueva California, Nuevo México, Texas, Florida y todo el Caribe.
La cultura de la Ilustración
Instituciones singulares fueron las sociedades económicas de amigos del país. En 1765 obtuvo aprobación real la primera: la Sociedad Bascongada. Y comenzó el desarrollo de estas instituciones, sobre todo con Carlos III. Campomanes incentivó su expansión en el Discurso sobre el fomento de la industria popular (1774) y mediante la distribución de circulares impulsoras por toda España. Un año después, en 1775, se aprobó la Real Sociedad Económica Matritense.
Cada una presentaba su propio perfil, pero en todas confluyeron nobles, eclesiásticos, funcionarios, militares, terratenientes, intelectuales, profesionales liberales como médicos y periodistas… así como también algunos comerciantes y artesanos. En todo caso, personas con anhelos reformistas. El interés de las sociedades se encontraba en la educación, la economía, la labor benéfica (montes de piedad) y la enseñanza de oficios. Igualmente, el mejor conocimiento del propio territorio.
En el campo universitario fracasaron los proyectos de reforma como los de Melchor de Macanaz, Mayans (Idea del nuevo método que se puede practicar en la enseñanza de las universidades de España, 1767) y Pablo de Olavide. Durante el siglo XVIII convivieron universidades históricas con otras de menor relevancia y otras de nueva creación. Entre las últimas es de mencionar la universidad de Cervera, creada en 1717 por Felipe V para sustituir al resto de las universidades de Cataluña, todas suprimidas por su apoyo al pretendiente austríaco para el trono español, en contra de los Borbones.
En los claustros universitarios predominaba el conservadurismo y eran inexistentes las ideas de crítica o progreso. Por ejemplo, para ser catedrático en la universidad de Valladolid era obligado jurar la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción. Por tanto, siendo imposible utilizar las universidades como difusoras de los principios ilustrados, los Borbones promovieron otros centros para la enseñanza y la difusión del conocimiento científico y de la cultura. Así, además, se emulaba la realidad francesa de aquellos momentos. Surgen las reales academias: de la lengua, de la historia y todo tipo de instituciones en las distintas disciplinas: en la medicina, las matemáticas, la minería… Se crearon gabinetes de historia natural, observatorios astronómicos o jardines botánicos.
En cuanto a la Organización territorial eclesiástica, se decía que al norte de Sistema Central todos los obispados dependían de Santiago de Compostela, menos Oviedo y León, que todavía en el siglo XVIII seguían calificándose de «obispados exentos», ante Burgos o Toledo, pese a que esta era la «Sede Primada» desde su conquista. En el sur, predominaban dos archidiócesis, la de Granada y la de Sevilla, ambas también reconocidas desde su conquista. Pero esta última era poderosísima, por ser la cabeza de todos los episcopados americanos.
Los cabildos eran un foco de poder muy importante en las ciudades. Durante el siglo XVIII se lograron nuevos obispados en Santander (1754), Ibiza (1782), Tudela (1783) y Menorca (1795). Calatayud, Játiva y Lorca, que también lo pretendían, no consiguieron su transformación de colegiata en sede catedralicia episcopal. Muchas colegiatas, no obstante, lograron sobrevivir durante el siglo XVIII. Las colegiatas y sus cabildos jugaban un papel muy notable en muchas poblaciones menores: eran como catedrales de segundo orden.
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