Estructura demográfica
España en mapas. Una síntesis geográfica
Compendios del Atlas Nacional de España.
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Estructura demográfica
En 1900 los menores de 15 años representaban más de un tercio de la población española, y los mayores de 65 años apenas representaban un 4% de la población censada. Esta estructura poblacional era fiel reflejo de un régimen demográfico primitivo, con elevada natalidad y mortalidad, escasa esperanza de vida y predominio neto de la población joven. Había un brusco descenso alrededor de los 15 años que no queda suficientemente explicado aunque probablemente coincidiría con movimientos migratorios al iniciarse la edad laboral, ya que en varios de esos años las salidas de pasajeros por mar con destinos transoceánicos superaron las 200.000 personas que, en su mayoría, eran jóvenes; la emigración a ultramar era una de las válvulas de escape en estos años claves de los inicios de la transición demográfica y condicionó, indirectamente, la procreación en sucesivas décadas.
En el momento actual, aún con un ligerísimo repunte en la cohorte de los 5 años, destaca la escasa presencia de nacimientos en la base de la pirámide, y los menores de 15 años suponen menos del 15% cuando veinte años antes suponían en torno al 25%. Por el contrario, la población de 65 años y más pasa ya a representar casi un 20% de la población española. España sigue su proceso de envejecimiento, creciendo en mayor medida la proporción de octogenarios, que ahora representan el 6,0% de la población; este grupo seguirá ganando peso entre la población anciana en un proceso de acusado envejecimiento de los ya viejos.
Esta etapa es característica de la última fase de la transición demográfica con un modelo husiforme, en la que la base incluso tiende a ser menor que la cúspide. Por otra parte, los efectivos de adultos jóvenes registran unos valores superiores a los de su cohorte en la década anterior por la incipiente llegada de una población inmigrante que va a ser la que va a producir el fortísimo crecimiento en España en los inicios del siglo XXI, aunque se ha cortado en los últimos años por la gran recesión, cuyas consecuencias todavía se dejan sentir en el modelo reproductivo y de organización familiar. No obstante, se refleja claramente el impacto estructural de los millones de jóvenes extranjeros entre 30 y 40 años llegados a España. Este hecho, no ha alterado sustancialmente las pautas demográficas, aunque sí que se observa un leve incremento de la natalidad, atribuible a los recién llegados, y al retraso en la edad de acceso a la maternidad que hace coincidir a multitud de españolas treintañeras en la búsqueda de su primer hijo.
Se estima que los mayores de 65 años aumentarán en 1.500.000 de personas, pudiendo llegar a representar casi un cuarto de la población en 2018 lo que produciría un importante aumento de la tasa de dependencia, que puede alcanzar un 53% de la población total (y un 24,5% de la tasa de dependencia senil), con las consecuencias directas sobre los servicios sociosanitarios, la atención a los mayores y la financiación del sistema público de pensiones.
La estructura de la población española ha experimentado profundos cambios a lo largo del siglo XX. Actualmente la totalidad de las provincias españolas cuentan con menos del 20% de menores de 15 años, con la excepción de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, y de ellas 21 se mueven en valores por debajo del 14%, siendo Lugo, Ourense y Zamora las que tiene porcentajes más bajos (por debajo del 10%). El modelo ha dado un vuelco y, por primera vez, el grupo de población de mayores es superior al de jóvenes.
Esto supone que, en el horizonte futuro, el modelo español de población hará su entrada ya en la segunda transición demográfica, con niveles más bajos que algunos países del norte de Europa. En líneas generales, se observa que las provincias de la mitad norte de España presentan los valores porcentuales de población joven más bajos, en algunas provincias como consecuencia de la emigración de su población que sufrieron ya desde principios del siglo XX. Por otra parte, Toledo, Guadalajara, el valle del Ebro, Cataluña, las provincias de la Comunitat Valenciana, Murcia, las provincias de Andalucía, Illes Balears y Santa Cruz de Tenerife poseen una población un poco más joven, aunque tampoco está bien equilibrada.
Por el contrario, hay que destacar el fuerte aumento de la población mayor. Hasta 1960 iban incrementándose paulatinamente los porcentajes de ancianos (7,42% en 1960); el valor medio nacional asciende hasta el 10,44% en 1981 y se dispara en las dos últimas décadas del siglo XX, debido, por una parte, a la reducción drástica de la natalidad de los años ochenta y noventa y, por otra, al incremento de la esperanza de vida de la población en este último período, que pasó de 73,3 años en 1975 a los casi 80 de 2003, algo similar a lo que experimentaron bastantes países de Europa.
En la actualidad se manifiestan las consecuencias de los anteriores procesos de caída de la natalidad de finales del siglo XX y el envejecimiento de algunas provincias debido a las grandes oleadas de migración campo-ciudad de los años sesenta. Por otra parte, la sustancial mejora sanitaria en los tratamientos y afecciones cardiorrespiratorias, oncológicas y, en menor medida, neurodegenerativas, siguen mejorando la esperanza de vida de la población y, por consiguiente, generan un fuerte envejecimiento en la totalidad de las provincias españolas. El peso de la población anciana se sitúa por encima del 10% en todo el territorio, si bien hay catorce provincias, que fueron las que más sufrieron los éxodos demográficos desde principios del siglo XX, con más del 22% de su población con 65 años o más años: A Coruña, Lugo, Ourense, Asturias, León, Zamora, Salamanca, Palencia, Ávila, Burgos, Soria, Cuenca, Huesca, y Teruel.
Si se analiza la proporción de menores de 20 años respecto a la población de 20 a 59 años residente en el territorio (ver mapa Índice de dependencia juvenil), y se tienen en cuenta los menores de 25 años, se observa cómo los valores más elevados se localizan en la mitad meridional española y en los cinturones periféricos de las grandes metrópolis. Casi todas ellos se mueven en valores superiores a 0,35, pero también hay provincias con valores que superan el 0,40 como sucede en Murcia o las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla. En la mitad septentrional, que en general se mueve en valores mucho más bajos, destacan A Coruña, Lugo, Ourense, Asturias, León, Zamora, Salamanca y Palencia, que están fuertemente envejecidos por el éxodo rural o por el impacto sufrido por la fuerte reestructuración de los sectores siderometalúrgico, naval y minero.
Por otra parte, la dependencia senil pone en relación la proporción de población mayor de 59 años y la de 20 a 59 años residente en el territorio (ver mapa Índice de dependencia senil). Es una visión parcial de la pirámide de población, complementaria del resto de cocientes de población por grupos de edad, útil para analizar las necesidades asistenciales de las familias con personas mayores a su cargo, proyectar servicios públicos para cada área (centros de día, residencias, centros de salud, transporte público...), y establecer políticas de vivienda o de empleo. Los valores altos indicarán más peso de los ancianos y, por lo tanto, el mayor esfuerzo económico a la cohorte en edad laboral.
En el año 2015 la media nacional de dependencia senil era superior al 0,41, destacando la zona noroccidental, Extremadura, Sistema Ibérico y valle del Ebro. Los valores altos coinciden con provincias fuertemente envejecidas y espacios rurales tradicionalmente afectados por la emigración como Ourense, Lugo, Zamora, León, Salamanca y Soria; también los espacios industriales y urbanos más maduros como Bizkaia, Asturias, y Gipuzkoa registran unos indicadores más altos. Por el contrario, Madrid y su entorno metropolitano, la costa mediterránea -especialmente la murciana y andaluza-, las provincias insulares y Ceuta y Melilla ofrecen resultados más esperanzadores con valores algo más bajos. Responden a los espacios metropolitanos o de crecimiento turístico no vinculado a la fijación de personas mayores y al crecimiento demográfico relacionado a la agricultura de invernaderos con una fuerte concentración de población joven.
Esta nueva estructura por edades, cada vez más caracterizada por el sobreenvejecimiento, va a plantear grandes retos a los servicios sociosanitarios, la atención a los mayores y la financiación del sistema público de pensiones. Entre todos ellos, se debe destacar el llamado cuarto pilar del estado del bienestar: la atención a la dependencia, una realidad tradicionalmente invisible ante la sociedad, pero que ha adquirido una gran relevancia por su magnitud e intensidad, fruto del incremento de los mayores y los cambios habidos en la dinámica familiar (reducción del número de miembros, incorporación de la mujer al mercado de trabajo, distintos modelos de convivencia, etc.). El desafío será máximo en un futuro próximo cuando lleguen a las edades más avanzadas los nacidos en los años del baby-boom , años sesenta y setenta, que deberán ser sostenidos por las menguadas cohortes de las dos décadas finales del siglo pasado.
En definitiva, se avecinan tiempos llenos de novedades en unos escenarios, el actual y el futuro inmediato, plenos de incertidumbre económica y social, pero que también pueden propiciar, como en toda situación de cambio, la elaboración de soluciones innovadoras para los retos planteados, en este caso, por la estructura demográfica española.
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