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Discusión:Prehistoria

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En el centro y norte peninsular, cuyos pueblos permanecieron ajenos a las influencias mediterráneas y mantuvieron sus tradiciones (muchos siguieron usando el bronce) y personalidad indígena, destacan: la cultura de los campos de urnas tardíos (Cataluña y valle del Ebro), la castreña soriana, las atlánticas (Portugal, Galicia y cornisa cantábrica) y la de Soto de Medinilla, en la cuenca del Duero.
{{ANEAutoria|Autores= María Sánchez Agustí, José Antonio Álvarez Castrillón, Mercedes de la Calle Carracedo, Daniel Galván Desvaux, Joaquín García Andrés, Isidoro González Gallego, Montserrat León Guerrero, Esther López Torres, Carlos Lozano Ruiz, Ignacio Martín Jiménez, Rosendo Martínez Rodríguez, Rafael de Miguel González}}
{{ANESubirArriba}}{{ANETextoEpigrafe |epigrafe= Áreas culturales y población prerromana }}[[Archivo:Dama de Baza. Museo arqueológico Nacional, Madrid.jpg|right|thumb|300px|300px|Imagen de la dama de Baza. Museo arqueológico Nacional, Madrid]]Más allá de las peculiaridades de cada uno de los grupos culturales peninsulares, en la primera Edad del Hierro o Hierro I, es común a todos ellos el mantenimiento de su propia originalidad autóctona, a pesar de las constantes influencias que penetraban de otras culturas. En especial las que llegaban a las costas desde oriente y se fueron difundiendo lentamente a partir de Andalucía, el sudeste y levante, hasta alcanzar los más diversos territorios, aun los de más difícil acceso desde el litoral. La temprana presencia fenicia revela que, desde antes del siglo VIII a.C., se establecieron contactos comerciales verificables con la Península, en una etapa de precolonización, como se ha señalado anteriormente. Poco a poco, las relaciones con las ciudades púnicas del Oriente cercano y norteafricano se intensifican pasado el siglo VII a.C. con el control de la zona del sudoeste por los fenicios, mediante el establecimiento de sus propios asentamientos. Se crea una red de exportaciones de productos elaborados en sus metrópolis y se organiza en Iberia una estructura comercial que, desde la costa, penetra hacia el interior. En la zona de Huelva y en la del bajo Guadalquivir las colonizaciones favorecieron el desarrollo de la cultura de Tartesos (se ha hablado de un reino de Tartesos, e incluso de alguno de sus reyes) durante la llamada primera Edad del Hierro o Hierro I. Este proceso histórico y cultural estuvo caracterizado por profundas transformaciones en las sociedades indígenas, que en el Bronce final y en el Hierro I explotaban los yacimientos mineros y las tierras agrícolas del valle del Guadalquivir, y con las que se iniciaron frecuentes intercambios y contactos humanos. La influencia de los usos y costumbres procedentes del Mediterráneo oriental en estas comunidades se hizo evidente en los aspectos social, económico y material (aumento de las importaciones de cerámicas, objetos de orfebrería, telas, consumo de aceite, vino...). El espacio tartésico, limitado en un primer momento al área geográfica de los ríos Tinto, Odiel y bajo Guadalquivir, se extendió hasta ocupar todo el sur peninsular y llegar a las desembocaduras del Guadiana y Segura, con notable influencia en el sudeste peninsular, el sur de levante, la costa sur de Portugal y las tierras del interior de Andalucía, como se aprecia en el mapa ''[[:Archivo:Espana Primera-Edad-del-Hierro 2014 mapa 13977-00 spa.jpg|Primera Edad del Hierro]]''. La incesante búsqueda de los arqueólogos no ha conseguido aún encontrar la capital, o el núcleo irradiador de la cultura tartésica. Mientras tanto, el centro de la Península recibía con mucha mayor lentitud los cambios tecnológicos y sus poblaciones no alcanzarían la prosperidad y el auge de la zona meridional. La ocupación del espacio se produce a través de una proliferación de pequeños poblados amurallados, como es el caso de la cultura de Soto de Medinilla en el valle del Duero, que toma su nombre del yacimiento vallisoletano mejor estudiado.Durante la segunda Edad del Hierro (500 a.C. –años previos a la ya cercana romanización) se generaliza por toda la Península el uso del hierro y aumenta la cantidad y variedad de herramientas. En este periodo surgen nuevas estructuras sociales y económicas que, sobre el sustrato de las poblaciones de la etapa anterior, dan origen a la configuración cultural y territorial peninsular descrita por los escritores grecolatinos, principalmente Plinio y Estrabón, sobre la que se asienta posteriormente el progresivo proceso de aculturación iniciado por Roma. Historiadores y arqueólogos han puesto de manifiesto la dificultad de relacionar los datos que aportan los restos materiales con las informaciones que proporcionan las fuentes historiográficas y literarias, muchas veces confusas y contradictorias. No obstante, la arqueología viene realizando un esfuerzo importante por definir la distribución cultural de los pueblos prerromanos, de acuerdo con los datos que las investigaciones sacan a la luz, como se refleja en el mapa ''[[:Archivo:Espana Segunda-Edad-de-Hierro.-Pueblos-prerromanos 2014 mapa 13985-00 spa.jpg|Segunda Edad del Hierro]]''. Pueblos prerromanos, donde se presenta la ubicación de los principales yacimientos arqueológicos o lugares de asentamiento identificados en la península ibérica, en relación con las áreas asignadas tradicionalmente por la bibliografía a los grandes grupos étnicos. Este mapa, y la información anexa a él, ha de contemplarse teniendo en cuenta que los límites de los diferentes espacios ocupados por estos grupos de población son generalmente difusos, las interrelaciones socioeconómicas son constantes y sus áreas territoriales sufren procesos de contracción y expansión a lo largo de los siglos, como sucede por ejemplo con lusitanos y vetones. En el sur y levante el influjo de la aculturación colonial griega sobre sustratos sociales anteriores da lugar a la cultura ibérica, conformada por grupos diferenciados: turdetanos, bastetanos, oretanos, túrdulos, contestanos, edetanos, ilercavones, ilergetes, cesetanos, layetanos, indigetes... Su preponderancia en la Península (no en balde denominada ibérica), se explica por su intensa actividad comercial, el perfeccionamiento de las técnicas agropecuarias y su especialización en cultivos típicamente mediterráneos (cereales, vid, olivo), así como por el desarrollo de una metalurgia del hierro especializada y por el crecimiento de su población, que confiere a todo el litoral mediterráneo una mayor densidad demográfica. Sus cultos y ritos funerarios (incineración) revelan una organización bien estructurada y una evolución social e ideológica hacia un mayor grado de desarrollo. Los pueblos de esta cultura protagonizaron la culminación del proceso de urbanización de la sociedad peninsular con la introducción del sistema palacial. Llegaron a la creación de importantes obras de arte, como las damas de Elche (Alicante), Baza (Granada), Guardamar (Cabezo Lucero, Alicante) o Cerro de los Santos (santuario desaparecido cerca de Yecla) y a la creación de primorosos trabajos de orfebrería de oro y plata (tesoros de Jávea, Alicante y Cástulo, en Linares, Jaén). Incluso dispusieron de un alfabeto, todavía no desentrañado, cuyo uso se extendió por el sur de Francia hasta que llegó, con la romanización, el alfabeto y la lengua latina. El resto de la Península estaba ocupado por un conjunto de pueblos de raíz indoeuropea, con mayor o menor grado de influencia celta: en la Meseta, celtíberos, vacceos y vetones; en la fachada atlántica, célticos del sudoeste, lusitanos y grupos castreños del noroeste; y en el norte, astures, cántabros, autrigones, várdulos, caristios y berones. A estos hay que añadir los vascones, ubicados en el Pirineo navarro. Pese a las variedades regionales, los más recientes estudios sobre ocupación del territorio muestran, en general, un progresivo incremento demográfico en estas áreas durante el Hierro II, con proliferación de poblados amurallados que agrupan una mayor concentración de población. Algunos dieron lugar, especialmente a partir del siglo II a.C., a la creación de ''óppida'', auténticos centros urbanos con funciones administrativas y de control del territorio que, con la ocupación romana, se convirtieron en ''civitates''. La economía es pastoril, complementada con una agricultura de subsistencia basada en el cereal de secano, particularmente en las cuencas del Duero o del Ebro. Cerámica y metalurgia (armas, fíbulas, brazaletes…) alcanzan un notable desarrollo, así como los intercambios comerciales a los que ya se ha aludido. Entre las manifestaciones artísticas son reseñables los verracos del área vetona y las estelas cántabras.{{ANETextoAsociado
|titulo=Yacimientos de la primera Edad del Hierro
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Áreas culturales y población prerromana
 
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[[Archivo:Dama de Baza. Museo arqueológico Nacional, Madrid.jpg|right|thumb|300px|300px|Imagen de la dama de Baza. Museo arqueológico Nacional, Madrid]]
Más allá de las peculiaridades de cada uno de los grupos culturales peninsulares, en la primera Edad del Hierro o Hierro I, es común a todos ellos el mantenimiento de su propia originalidad autóctona, a pesar de las constantes influencias que penetraban de otras culturas. En especial las que llegaban a las costas desde oriente y se fueron difundiendo lentamente a partir de Andalucía, el sudeste y levante, hasta alcanzar los más diversos territorios, aun los de más difícil acceso desde el litoral.
 
La temprana presencia fenicia revela que, desde antes del siglo VIII a.C., se establecieron contactos comerciales verificables con la Península, en una etapa de precolonización, como se ha señalado anteriormente. Poco a poco, las relaciones con las ciudades púnicas del Oriente cercano y norteafricano se intensifican pasado el siglo VII a.C. con el control de la zona del sudoeste por los fenicios, mediante el establecimiento de sus propios asentamientos. Se crea una red de exportaciones de productos elaborados en sus metrópolis y se organiza en Iberia una estructura comercial que, desde la costa, penetra hacia el interior.
 
En la zona de Huelva y en la del bajo Guadalquivir las colonizaciones favorecieron el desarrollo de la cultura de Tartesos (se ha hablado de un reino de Tartesos, e incluso de alguno de sus reyes) durante la llamada primera Edad del Hierro o Hierro I. Este proceso histórico y cultural estuvo caracterizado por profundas transformaciones en las sociedades indígenas, que en el Bronce final y en el Hierro I explotaban los yacimientos mineros y las tierras agrícolas del valle del Guadalquivir, y con las que se iniciaron frecuentes intercambios y contactos humanos. La influencia de los usos y costumbres procedentes del Mediterráneo oriental en estas comunidades se hizo evidente en los aspectos social, económico y material (aumento de las importaciones de cerámicas, objetos de orfebrería, telas, consumo de aceite, vino...).
 
El espacio tartésico, limitado en un primer momento al área geográfica de los ríos Tinto, Odiel y bajo Guadalquivir, se extendió hasta ocupar todo el sur peninsular y llegar a las desembocaduras del Guadiana y Segura, con notable influencia en el sudeste peninsular, el sur de levante, la costa sur de Portugal y las tierras del interior de Andalucía, como se aprecia en el mapa ''[[:Archivo:Espana Primera-Edad-del-Hierro 2014 mapa 13977-00 spa.jpg|Primera Edad del Hierro]]''. La incesante búsqueda de los arqueólogos no ha conseguido aún encontrar la capital, o el núcleo irradiador de la cultura tartésica.
 
Mientras tanto, el centro de la Península recibía con mucha mayor lentitud los cambios tecnológicos y sus poblaciones no alcanzarían la prosperidad y el auge de la zona meridional. La ocupación del espacio se produce a través de una proliferación de pequeños poblados amurallados, como es el caso de la cultura de Soto de Medinilla en el valle del Duero, que toma su nombre del yacimiento vallisoletano mejor estudiado.
Durante la segunda Edad del Hierro (500 a.C. –años previos a la ya cercana romanización) se generaliza por toda la Península el uso del hierro y aumenta la cantidad y variedad de herramientas. En este periodo surgen nuevas estructuras sociales y económicas que, sobre el sustrato de las poblaciones de la etapa anterior, dan origen a la configuración cultural y territorial peninsular descrita por los escritores grecolatinos, principalmente Plinio y Estrabón, sobre la que se asienta posteriormente el progresivo proceso de aculturación iniciado por Roma.
 
Historiadores y arqueólogos han puesto de manifiesto la dificultad de relacionar los datos que aportan los restos materiales con las informaciones que proporcionan las fuentes historiográficas y literarias, muchas veces confusas y contradictorias. No obstante, la arqueología viene realizando un esfuerzo importante por definir la distribución cultural de los pueblos prerromanos, de acuerdo con los datos que las investigaciones sacan a la luz, como se refleja en el mapa ''[[:Archivo:Espana Segunda-Edad-de-Hierro.-Pueblos-prerromanos 2014 mapa 13985-00 spa.jpg|Segunda Edad del Hierro]]''. Pueblos prerromanos, donde se presenta la ubicación de los principales yacimientos arqueológicos o lugares de asentamiento identificados en la península ibérica, en relación con las áreas asignadas tradicionalmente por la bibliografía a los grandes grupos étnicos. Este mapa, y la información anexa a él, ha de contemplarse teniendo en cuenta que los límites de los diferentes espacios ocupados por estos grupos de población son generalmente difusos, las interrelaciones socioeconómicas son constantes y sus áreas territoriales sufren procesos de contracción y expansión a lo largo de los siglos, como sucede por ejemplo con lusitanos y vetones.
 
En el sur y levante el influjo de la aculturación colonial griega sobre sustratos sociales anteriores da lugar a la cultura ibérica, conformada por grupos diferenciados: turdetanos, bastetanos, oretanos, túrdulos, contestanos, edetanos, ilercavones, ilergetes, cesetanos, layetanos, indigetes... Su preponderancia en la Península (no en balde denominada ibérica), se explica por su intensa actividad comercial, el perfeccionamiento de las técnicas agropecuarias y su especialización en cultivos típicamente mediterráneos (cereales, vid, olivo), así como por el desarrollo de una metalurgia del hierro especializada y por el crecimiento de su población, que confiere a todo el litoral mediterráneo una mayor densidad demográfica. Sus cultos y ritos funerarios (incineración) revelan una organización bien estructurada y una evolución social e ideológica hacia un mayor grado de desarrollo. Los pueblos de esta cultura protagonizaron la culminación del proceso de urbanización de la sociedad peninsular con la introducción del sistema palacial. Llegaron a la creación de importantes obras de arte, como las damas de Elche (Alicante), Baza (Granada), Guardamar (Cabezo Lucero, Alicante) o Cerro de los Santos (santuario desaparecido cerca de Yecla) y a la creación de primorosos trabajos de orfebrería de oro y plata (tesoros de Jávea, Alicante y Cástulo, en Linares, Jaén). Incluso dispusieron de un alfabeto, todavía no desentrañado, cuyo uso se extendió por el sur de Francia hasta que llegó, con la romanización, el alfabeto y la lengua latina.
 
El resto de la Península estaba ocupado por un conjunto de pueblos de raíz indoeuropea, con mayor o menor grado de influencia celta: en la Meseta, celtíberos, vacceos y vetones; en la fachada atlántica, célticos del sudoeste, lusitanos y grupos castreños del noroeste; y en el norte, astures, cántabros, autrigones, várdulos, caristios y berones. A estos hay que añadir los vascones, ubicados en el Pirineo navarro.
 
Pese a las variedades regionales, los más recientes estudios sobre ocupación del territorio muestran, en general, un progresivo incremento demográfico en estas áreas durante el Hierro II, con proliferación de poblados amurallados que agrupan una mayor concentración de población. Algunos dieron lugar, especialmente a partir del siglo II a.C., a la creación de ''óppida'', auténticos centros urbanos con funciones administrativas y de control del territorio que, con la ocupación romana, se convirtieron en ''civitates''. La economía es pastoril, complementada con una agricultura de subsistencia basada en el cereal de secano, particularmente en las cuencas del Duero o del Ebro. Cerámica y metalurgia (armas, fíbulas, brazaletes…) alcanzan un notable desarrollo, así como los intercambios comerciales a los que ya se ha aludido. Entre las manifestaciones artísticas son reseñables los verracos del área vetona y las estelas cántabras.
 
{{ANEAutoria|Autores= María Sánchez Agustí, José Antonio Álvarez Castrillón, Mercedes de la Calle Carracedo, Daniel Galván Desvaux, Joaquín García Andrés, Isidoro González Gallego, Montserrat León Guerrero, Esther López Torres, Carlos Lozano Ruiz, Ignacio Martín Jiménez, Rosendo Martínez Rodríguez, Rafael de Miguel González}}
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